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sábado, 26 de septiembre de 2015


EL PINTOR DE ALMAS 8


Ya os he hablado varias veces de  las historias que me contaba mi maestro en las apacibles tardes en las que el sol teñía de rojo la montaña de trastos del taller.
Casi siempre las narraciones empezaban al acabar el sonido del paso del último rebaño de ovejas y cabras por delante de la casa. La mayoría de las veces el estudio quedaba en penumbra y el maestro, dándome los pinceles para que los limpiara, se arrellanaba en su grasienta butaca, estiraba los brazos y las piernas y quedaba un rato en silencio, mirando a la línea roja del horizonte donde el sol se escondía.
Aquella tarde fui yo quien le preguntó sobre algo que había oído varias veces en el mercado, al hacer los recados que el me encargaba.

-Maestro, he oído decir que una vez pintasteis el retrato de un conde  que se transformó en demonio, el cual  esta  ahora consumiéndose en el fondo de alguna oscura mazmorra, ligado  a cadenas para atar su locura y violencia.

Se giro hacia mi y durante un momento permaneció en silencio. Después, para mi sorpresa, empezó primero a sonreír para poco a poco elevar el tono y acabar con una gran carcajada. Cuando vio mi cara de sorpresa,  frenó su risa, encendió su larga pipa, y tumbándose aun más en su asiento mientras miraba un punto lejano, empezó:

"- Si, realmente algo así pasó. Hace ya bastantes años la comarca sufría la presión de un conde tirano que mataba de hambre a los campesinos para vivir el rodeado de riquezas y comodidades. Eran muchas sus vilezas y el daño que ocasionaba a la gente de la región y a sus propios sirvientes. A pesar de que presumía de ser un buen cristiano, pues jamás faltaba a misa los domingos, su crueldad era total. Las torturas, abusos y violaciones eran sus ocupaciones diarias. Trataba a sus sirvientes con el mismo látigo que a sus caballos. No había muchacha de la que no abusara a su antojo y vida humana que respetara. Pero por encima de todo eso, lo que más se hacía ver en él era la adoración a su propia persona. Cuidaba con esmero su figura y su vestimenta; podía condenar a muerte a un sastre si un cinturón no era de su gusto. La pompa y el beato eran, después de su crueldad, su segunda seña de identidad.
Y como todo personaje que se cree por encima de sus vecinos, quería dejar constancia de su grandeza, por eso un día me llamaron al castillo par hacerle un retrato.
Ya sabes, pequeño, que siempre he detestado a las personas que abusan de sus semejantes y aquel personaje suscitaba en mi la mas profunda repulsa. Lo pensé y sopesé mucho pero al cabo de   unos días accedí  a aceptar el encargo.
Durante unas semanas preparé la tela donde debía de pintar el retrato y cuando la tuve lista avisé para que viniese el conde a posar. En aquella época preparaba yo mis propias pinturas y aquella vez usé unas muy especiales.

Tras varios meses de trabajo el retrato quedó listo. Cuando lo mostré al conde, el cual no había visto en ningún momento antes la pintura, este quedó encantado y muy satisfecho por el resultado.  La tela la representaba en un primer plano de su cara, altivo y desafiante; con un perfecto parecido. Evidentemente fui muy mal pagado por el trabajo y sus ayudantes se llevaron la tela que colgaron presidiendo el salón de su castillo.
Pasó un tiempo y empezó a rumorearse que el conde tenía un comportamiento extraño. Se había vuelto aún más cruel pero también huraño. Evitaba los actos públicos siempre que podía y había restringido las visitas, sobre todo al gran salón.
Un día, en el que parecía más alterado de lo habitual, mando pedir una tela para tapar  el cuadro.

Ya sabes que no hay mayor comezón  que la curiosidad y no podía faltar quien pudiese resistirse a ella, así que un criado, una tarde en la que el conde estaba de cacería, levantó la tela y miró el retrato. Dando un respingo salió corriendo del salón. Mas tarde contaría en las cocinas a sus compañeros lo que había visto:
El cuadro era fiel retrato del conde, pero este aparecía con unos rasgos cambiados, aun mas temibles de los habituales. Sus facciones eran ahora las de un ser maligno con una mirada de ojos rojos chispeantes, la boca se había hecho más grande y los finos labios dejaban entrever unos afilados dientes.

Primero en las cocinas, luego por el castillo y por todo el condado después,  rápidamente se extendió la voz.

Pasaron cuatro semanas más y el cambio en la conducta del conde se acentuó. Ya no salía de sus aposentos solo para hacer alguna visita al salón de donde salía huyendo y profiriendo gritos y maldiciones.

El criado curioso volvió a entrar de hurtadillas al salón para levantar la tela y ahogar un grito de terror. Desde la tela el mismísimo Diablo le miraba. Apenas quedaba algún rastro de la cara del conde, ahora un ser maligno, terrible y sonriente  ocupaba la tela. En aquellos ojos rojos, sanguinolentos y rasgados se reflejaba toda la maldad posible. La boca ahora sonreía y los afilados dientes eran claramente visibles, de entre los cuales corrían pequeños hilitos de sangre.

Esta vez el criado, aterrorizado, salió gritando del salón. A los pocos minutos, un grupo de sus compañeros, con precaución y gesto temeroso fue entrando  para mirar el cuadro y salir también huyendo de allí.

Aquella noche fueron otros aullidos los que sonaron desde el castillo, los que venían desde las ventanas de los aposentos del conde donde este gritaba ya completamente loco.”



En ese momento mi maestro guardó silencio y dio una fuerte chupada a su pipa para volver a sonreír y quedarse en silencio.

                -Maestro, contadme, ¿Qué pasó con el conde? ¿Por qué apareció el diablo en su retrato?

"-Bueno…el conde finalmente enloqueció, perdió la consciencia de si mismo  y fue encerrado, primero en su dormitorio, y mas tarde en una celda donde se pudre desde entonces.
En  cuanto al cuadro…je je je, verás: Previamente en la tela  del retrato del conde, fui yo quien pintó el retrato de Satanás, el cual, modestamente, quedo muy realista y ciertamente terrorífico. Y sobre ese retrato del Diablo, ¿recuerdas esa pintura que se vuelve transparente a los pocos meses de ser aplicada? Pues con ella, sobre el retrato del demonio,  pinté el retrato del conde.”




                                                                                                    Fransabas




jueves, 27 de agosto de 2015

EL PINTOR DE ALMAS 7

La Ordalía del Retrato 



No podré olvidar nunca las clases con mi maestro.
Me había recogido de la calle cuando yo era muy pequeño. Mendigaba y hurtaba todo lo que podía para sobrevivir y  una tarde, viendo la puerta de su taller abierta y unas manzanas sobre la mesa, entré a cogerlas. Pensaba que no había nadie en el lugar, pero cuando tenia la primera manzana en al mano, la cabeza del viejo pintor asomó tras el caballete.

                -Al menos déjame acabar de pintarla antes de comértela-, dijo con una sonrisa.

Di un respingo y salté hacia la puerta. Allí me giré y miré al maestro que no se había movido y seguía sonriendo. Miré la manzana que aun tenía en la mano y después paseé mi  vista curiosa por todo el taller. Me sentí fascinado por todo lo que allí había: telas de todos los tamaños con muy diferentes motivos, paisajes, retratos, bodegones…un concierto de colores que componía una escena que entonces me pareció mágica. Miré uno de los cuadros, el paisaje de un recodo del río donde solía ir a bañarme. Era igual, parecía que el agua vibrase con el reflejo del sol en su superficie.  Los patos que nadaban sobre ella parecían tener vida y moverse lánguidamente cerca de la orilla.
                A su alrededor se amontonaban otros cuadros y dibujos, algunos de ellos simples bocetos hechos con carbón. Muchos de estos fueron los que mas llamaron la atención. Se parecían a los garabatos que yo mismo solía hacer con resto de leña quemada sobre paredes o maderas que encontraba tirada por la calle. También solía dibujar con un canto puntiagudo sobre láminas de pizarra. Me sentía fascinado por todo aquello y olvidé donde estaba y que el pintor, sin moverse, seguía mirándome con divertida curiosidad.

                -¿Te gustan? -preguntó

                Asentí sin abrir la boca.  El pintor pareció leer mi pensamiento y sin dejar de sonreír me invitó:
               
-Vamos, prueba.

Con algo aun de temor y precaución me acerqué a la mesa y dejé la manzana. Allí, además del plato con las frutas, había trozos de carbón de todos los tamaños. Cogi uno no muy grande y volví a mirar al maestro. Este, sin decir palabra me indico con un gesto de su cabeza un trozo de papel que había junto a los carbones.

                Que ganas tenia. Miré la manzana y el papel y apretando mucho el carboncillo empecé a dibujarla. Cuando acabé con la primera seguí con las demás, dibujando toda la fuente. Que placer sentía. El carbón era muy bueno. Suave, no se rompía ni arañaba. La textura del papel era agradable y de un blanco que no tenían las paredes ni los pedazos de madera del suelo en la calle.

                Cuando creí que había acabado dejé el carbón sobre la mesa y miré al pintor. Este había dejado de sonreír y con una expresión de seriedad y asombro en su cara, se levanto y acercó lentamente a la mesa. Me aparté con temor a un lado y el pareció no verme, no apartaba la vista del dibujo. Cogió el papel en sus manos y paseó su mirada por él para después mirarme a mí con asombro.

                No volví a mendigar ni a robar; no volví a la calle.
En un rincón del taller habilitó mi maestro un catre de madera con un jergón de paja. Me convertí en su ayudante. Limpiaba y ordenaba el taller, Preparaba las mezclas de colores según el me iba indicando, y con el tiempo me fue enseñando las técnicas necesarias para pintar, incluso le ayudaba a acabar los cuadros.



                No podré olvidar las clases de mi maestro, las largas jornadas en las que combinaba sus enseñanzas sobre pintura con relatos de su juventud de los que  pronto empecé a dudar de su completa veracidad. Pero aunque muchos de sus relatos fueran difíciles de creer, no dejaban por ello de resultarme fascinantes y provocar en mí el deseo de vivir experiencias como las suyas. Aprovechaba una clase de anatomía o desnudo para hablarme de las mujeres que había conocido, de las vivencias con ellas. La representación de una batalla para hablarme de la crudeza de la guerra y la capacidad humana para pasar de la más dura crueldad a la expresión de la más conmovedora belleza.
                Me enseñó a buscar el alma de los modelos que retrataba para ponerla en la pintura sobre la tela.


                Pero tal vez el relato que más me impactó y que nunca olvidaré fue el de lo que el llamó La Ordalía del Retrato 
Así empezó:

“Fue hace muchos años; en mis sienes empezaban a destacar las primeras hebras blancas.  Una tarde de otoño, cuando trabajaba en una tela para el Obispado, oí pasar corriendo por delante del taller a una multitud que gritaba insultos a alguien que parecía arrastrar uno de los verdugos del pueblo. Me asomé justo a tiempo de entrever a quien llevaban. Parecía ser una mujer, de buena silueta y larga melena  que le caía tapándole la cara. Durante un el tiempo de un relámpago, su pelo rubio se apartó y pude ver sus facciones.  Apenas un abrir y cerrar  de ojos, pero el tiempo suficiente para que su vislumbrar su belleza.
 Me uní al gentío que calle adelante aullaba enloquecida. Me fui abriendo paso hasta que la mujer, seguida de la multitud, fuera arrastrada hasta la plaza y subida al cadalso. A codazos fui abriéndome paso hasta situarme en primera fila. Pregunté al sucio individuo de apestosa dentadura que tenía a mi lado:

-¿Quién es la mujer?
-Una bruja, la  responsable de la enfermedad.

La enfermedad, la peste. Hacia ya nueve meses que asolaba la ciudad y la región. Centenares de personas habían ya muerto y muchas mas estaban enfermas, la mayoría agonizando. Una enfermedad que nadie sabía curar y que la profunda incultura y fanatismo acababa siempre achacando a algún desgraciado, sobre todo a aquellas personas que, lejos de querer hacer daño, se jugaban la vida intentando ayudar a los demás haciendo de curanderos. Ahí había muchas mujeres, mucho mas activas que los hombrees en esas cuestiones.
Y durante los meses que duraba la enfermedad ya habían ejecutado antes a dos de aquellas curanderas acusadas del mismo delito sin que la enfermedad hubiese remitido, si no al contrario, se había hecho mucho más mortífera. Las había visto ser torturadas con una crueldad que no justificaba ningún fin divino. La visión de tales atrocidades había hecho que me apartara del camino de aquella Iglesia bárbara y despiadada que había olvidado el mensaje inicial de su Dios. No me gustó el imaginar a aquella muchacha quemada por el fanatismo. Sentía verdadera repulsa por aquella forma de ver la religión.  Así que, aún sabiendo el riesgo que corría al ponerme del lado de un sospechosa de brujería, di un paso al frente y señalé  al la mujer a la que ya habían puesto una capucha negra.


-Señor obispo permitidme que interceda por la muchacha. Sugiero que se le conceda un Juicio Divino, una ordalía del Retrato del Diablo.
Un murmullo recorrió la plaza. Sobre el cadalso, junto al verdugo y la muchacha, el párroco que sostenía una pesada y ornamentada cruz, miró sorprendido hacia mí

-¿De que ordalía habláis Maese?

-De la que se practica en losTerritorios Papales por sus representantes. Se dice que es en esa prueba donde mas claramente se puede ver la mano divina en el resultado de los juicios y solo así se puede ver la cara al Diablo cuando este se hace presente en los actos y las personas. 
 De nuevo un murmullo recorrió la plaza al tiempo que la gente se miraba preguntándose que era aquello.
Las ordalías eran pruebas para determinar la culpabilidad de los reos, sobre todo cuando se trataba de temas relacionados con la religión. Todas esas pruebas eran imposibles de superar con éxito dado en que consistían en, por ejemplo, sostener con las manos hierros candentes o permanecer largo tiempo bajo el agua sin respirar.

-Explicaos, maese, como se lleva a término esa ordalía?

-Señor obispo, consiste en que un artesano pintor, como yo, una vez bendecido por una autoridad eclesiástica, como vos, haga un retrato de la persona acusada sin ver su cara ni haberla conocido antes, como es el caso de la que  ahora tapa esa capucha negra –respondí señalando a la muchacha-, si el resultado es el fiel  retrato del reo sin deformidades eso significará que la persona es inocente dado que Dios desea mostrarla pura. Si por el contrario es el Diablo quien se ha apoderado de su alma, el retrato de este será el que aparezca en la tela y el acusado deberá ser condenado.

Todos los presentes guardaron silencio durante unos instantes. Después, presa de la curiosidad general y no queriendo parecer más zafio de lo que era el obispo respondió.

-De acuerdo pintor, pongamos en tus manos las  del Señor para la prueba, haced que traigan vuestros artes de trabajo.

-¡Un momento! –se oyó gritar de repente. De entre la multitud salió otro pintor de la ciudad que rivalizaba conmigo por hacerse con los trabajos que se hacían  para la catedral que se estaba acabando de construir.

 -Si es el señor quien ha de guiar la mano, el artista no necesitará ver. Propongo que se le encapuche también y si el resultado no es el bueno, se condene también al maese por haber querido defender al Diablo.
El desconcierto fue común. Yo no estaba preparado para aquella posibilidad que estaba claro,  solo pretendía cumplir  la venganza por rencillas personales de aquel individuo envidioso y rastrero, pero ahora ya no podía negarme a seguir adelante con aquella prueba. El eclesiástico me miró fijamente durante un momento en silencio, después asintió levantando su báculo.

-De acuerdo, que sea así. Si es Dios quien ha de pintar no necesita una mirada humana teniendo él la suya divina.


                Colocaron delante de mí el caballete y una mesa con las pinturas y pinceles y dos de mis ayudantes se prepararon para la tarea. En seguida me pusieron la capucha de basto tejido negro que me impedía por completo la visión.  Un escalofrío me recorría la espina dorsal. Busqué a tientas una esquina del cuadro y allí apoyé el tiento. Puse mi brazo izquierdo sobre él al tiempo que sostenía con esa mano la paleta. No debía mover ese brazo pues era el punto de referencia.
 Esperé un momento antes de tomar aire muy profundamente encomendándome por primera vez a Dios e intentando recordar como era la cara de la mucha que apenas había alcanzado a entrever.  Aún estando sin visión dentro de la capucha cerré los ojos e intenté recordarla.  Noté como el sudor corría por mi frente y espalda. Por un momento el miedo se apoderó de mi, dudé si había sido sensato interceder por aquella desconocida que, cabía la posibilidad,  de que pudiera ser efectivamente una servidora del Maligno. De pronto vi su cara nítidamente delante de mi, pude ver cada uno des sus rasgos con toda claridad, me eran muy familiares y conocidos, como si se tratara la muchacha de alguien muy apegado a mi y de trato constante.


                Empecé a pintar rápida y convulsivamente, daba pincelas sueltas allí donde creía que debía darlas, era como hacerlo directamente sobre aquella cara que no se apartaba de mi mente. Iba pidiendo a mis ayudantes las mezclas de colores necesarios, los pinceles apropiados para cada brochazo y trazo.
Me abandoné a la pura intuición. Pintaba sin pensar, dejando que mi mano pusiera sobre la tela lo que yo veía en la oscuridad de la capucha. Unos grandes ojos verdes, que me parecieron rebosantes de agua de mar, me miraban y guiaban. No podían ser del Diablo.

No puedo recordar ahora el tiempo que duró la prueba pero creo que fueron horas. Cuando al fin creí dado por acabado el cuadro, el sol se acercaba ya a la línea del horizonte.”

                En este punto mi viejo maestro hizo una pausa en el relato para quedarse un rato callado mirando también el sol que estaba apunto de ponerse y teñía de rojo toda la calle
               
                -¿Qué pasó maestro? –pregunté impaciente-¿Cómo fue el resultado de la prueba?
                Me miro con un aire melancólico incrementado por el reflejo rojizo en sus ojos y volvió a sonreír.


                “Mientras pintaba le gente de la plaza no podía ver mi obra ya que veían la tela por atrás, pero al decir yo que había acabado, la giraron para que todos la vieran. Yo, con la cara aun encapuchada oí un murmullo general que fue elevando el tono. Me quitaron a mí y a la muchacha la capucha a un tiempo y el murmullo aumento hasta convertirse casi en un clamor. Miré mi cuadro y a la muchacha. Eran idénticos. Ni con los ojos destapados hubiese podido pintar a la mujer con aquel parecido. Me estremecí pues en aquel momento tuve la certeza de que algo muy superior a mi había guiado mi mano para que realizara mi obra maestra.”

                -¿Dios, maestro? –pregunté.

               "-Esa misma pregunta me hice yo entonces. Pero cuando volví a mirar a la muchacha que me miraba a su vez, pensé que Dios podía adquirir muchas formas y utilizar muchos lenguajes. Miré a la mujer y la sensación de que ya la conocía desde siempre se hizo aún más fuerte. Su larga cabellera , cayendo sobre los hombros enmarcaban una cara de líneas suaves; altos pómulos, rosados y carnosos labios y unos enormes ojazos verdes como agua de mar.
                No pude dejar de pensar en la hermosa muchacha  a la que, claro, hubieron de liberar.           
Pasaron varios días hasta que de forma inesperada ella apareció en la puerta del estudio.

                -Quiero daros las gracias maestro por lo que hicisteis por mí.  Pero decidme: ¿quien os enseñó esa prueba, la ordalía del retrato? Nunca habíamos oído nadie en la ciudad hablar de ella.

-Naturalmente la inventé en aquel momento, no podía dejar que esos salvajes acabaran con vos-, sonreí divertido,
.               Ella me miró y bajando tímidamente la mirada pregunto:

 Estoy en deuda con vos ¿Cómo puedo pagároslo?

                La miré un instante y dije:
               
-Desnudaos.”

                 
 Me quedé mirando sorprendido a mi maestro que a su vez me miraba con cara divertida y que al fin dijo:


                -Para pintar el mejor desnudo de mi vida, mal pensado…


                …aunque luego ella  me diera cuatro hijos.


               
                Me quedé pensando que mi maestro había vuelto a divertirse conmigo con una de sus historias, hasta que desde la puerta que daba al piso superior su hermosa mujer, de larga cabellera  y hermosos ojos verdes, se asomó y anunció que la cena ya estaba preparada.
               



                                                                             


                                                                                              Fransabas
                                                                                              Agosto de 2015                     Agosto de 2015

miércoles, 8 de octubre de 2014

     EL PINTOR DE ALMAS 6



Cuando el viejo pintor abrió la puerta, una ráfaga de aire fresco hizo estremecer a la modelo que posaba desnuda. El hombre, de corta barba blanca, se acercó al caballete donde un joven trabajaba sobre el retrato al óleo. Apoyó su mano derecha sobre el hombro del chico y, en silencio contempló el cuadro durante unos minutos. Al fin, con voz queda y ronca dijo:

-Muy bien chico, el parecido, la composición y la luz son casi perfectos. Este será un buen desnudo.

-Si, se que será bueno pero también que no será perfecto, como dicen que es su famosa “Mujer de ojos verdes”, la que consideran su obra maestra.

-Nunca se llega a pintar la obra maestra. Tal vez solo en sueños se pueda llegar a ello; en la realidad siempre queda la certeza que la belleza no es posible plasmarla, solo acercarnos a ello engañando a nuestros ojos con pintura.

-Tal vez sea así, -dijo el chico- Pero usted con ese cuadro se acerco mucho a ello. ¿Cuánto tiempo tardó en realizarlo, cuanto posó la modelo?

-Ella nunca posó- dijo el viejo sonriendo y mirando al muchacho fijamente. Este, abrió mucho los ojos por la sorpresa.

-¿De verdad? ¿Cómo es posible? Si parece estar viva, casi parece que se la vea respirar. ¿Cómo es posible pintar a alguien así sin tenerla delante?

-Pues ya ves, se puede, hay una fuerza que no podemos controlar que es capaz de las mayores proezas, las mas grandes locuras y la mas maravillosa creación.

-¿Quién es la modelo, como la pintó?

-Delante de mi taller hay una pequeña plazuela con unos bancos de madera. Allí, hace muchos años, cuando yo era tan joven como tú ahora, cada tarde, una hermosa muchacha  solía sentarse. Podíamos vernos a través de mi ventana mientras yo trabajaba. Nuestras miradas se cruzaban a menudo y nos quedábamos mirando fijamente sin más. No necesitábamos hablarnos, nuestros ojos lo decían todo. La pinté poco a poco, tardé años, estando ella presente solo en mi memoria. ¿Preguntabas antes como pude pintarla así? Hay una fuerza superior a nuestra voluntad, que guía nuestra mano y nuestros pasos sin que podamos resistirnos a ella…

-¿Qué es esa fuerza que guió sus pinceles?

-Esa fuerza, joven amigo, se llama amor.



                                                                     Fransabas
                                                                  Octubre 2014






                                                                        Lori Earley



lunes, 3 de febrero de 2014





EL PINTOR DE ALMAS 5



     No se cuanto tiempo me queda. La última pincelada esta cerca. Seguramente será apenas un puntito para crear un brillo en uno de sus ojos. Mientras preparo el pincel e intento controlar el temblor de mi arrugada mano, una voz interna me machaca repitiéndome que ha llegado el momento de la despedida. Pero con esa última pincelada no llega la paz que anhelo. No se acaba el retrato con ese ultimo toque de pintura. No sin su historia. Y su historia comienza así:

    Cuando apareció en mi taller de pintura, con su  hijo de la mano, no fui consciente en un primer momento de que mi vida estaba a punto de dar un giro total.
Era hermosa, tanto que parecía lejana e inalcanzable para la mayoría de los hombres. De larga cabellera rubia, sus grandes ojos verdosos parecían estar llenos de agua de mar. Su voz era tan sensual como los labios que esbozaban su dulce sonrisa. Parecía emanar con ella un viento cálido que traía aromas de un lugar lejano, tan lejano como el horizonte del fondo de su mirada. Aquellos ojos parecía que habían atrapado mil paisajes, eran como una ventana a mil cielos y estrellas. Aun hoy siento aquella sensación de sentirme cautivo, atrapado sin poder apartar mi mirada de la suya.

    Tartamudee mientras acordamos el precio y cuando pintaría a sus hijos, unos chicos de ocho y nueve años, morenos como ella.


    Durante las semanas siguientes vinieron a las horas concertadas y mientras yo, cada vez mas nervioso intentaba concentrarme en la pintura, ella se sentaba junto al chico. Me costaba muchísimo apartar mi mirada de la suya, olvidaba muchas veces el cuadro del niño y mi mano trabajaba desconectada de mi consciencia. Me atrapaba con su sonrisa, con su voz. A veces un pequeño soplo de aire movía su pelo y lo convertía en la vela al viento de un navío que viene de cruzar un largo mar y trae consigo los relatos de lugares lejanos. El aura que la envolvía me atrapaba y apartaba de la concentración necesaria para realizar mi trabajo.

    Una tarde, casi al anochecer, al cerrar mi taller y salir a la calle la encontré sola. Ella se dio cuenta de mi turbación y con una sonrisa entre dulce y traviesa me pregunto:

    -¿Tienes algún problema conmigo, pintor?
    - Si,-conteste-. Necesito pintarte.
    Y con torpeza, casi temblando, la besé.

    Y empece el mejor cuadro de mi vida, mi obra maestra.


    Recuerdo las semanas siguientes como un sueño. Hundido en sus ojos, atrapado por su esencia, esclavizado por su voz y por sus gestos. Empecé a descubrir en ella mis propios recuerdos, los de antiguos amores. Me di cuenta que ella poseía un algo de cada una de las mujeres que me habían atraído antes, el pelo de la que me gusto por su pelo, el caminar cimbreante de la que me hizo descubrir la belleza de las caderas femeninas, la boca de quien me enseño a besar, la voz de quien oí por primera vez "te quiero".
Ella era todas, lo mejor de cada una, y a su vez las anteriores no habían sido mas que el anuncio de su llegada; ella era el universo que reunía todo lo que me había echo vibrar alguna vez de una mujer. Ella guardaba mis recuerdos, mis sueños, mis sensaciones en cada rincón de de su cuerpo, en cada palabra, en cada mirada. En su regazo seguía durmiendo el niño que fui, en su cuello, tras su melena rubia, se refugiaba el adolescente tímido asustado ante su primer beso. Me enseño a soñar.


    Me volví loco. Me hundía en sus boca, me abandonaba a su abrazo, soñaba con ella con mundos etéreos, refugiaba todo mi ser en su pecho, entre su pelo, me vaciaba entre sus piernas.

    Poco a poco fui pintando su retrato, y con cada pincelada me iba dando cuenta de que mi alma ya no me pertenecía, que ahora era ella mi dueña.

    Una tarde, con mis sentidos embotados como se había convertido en costumbre, salí a pasear, como siempre con la sensación de que mis pies no tocaban el suelo. Casi sin darme cuenta entré en el Gran Museo. Allí me llevaba mi instinto cuando necesitaba salir de mi mundo cotidiano y viajar por los paisajes de los viejos pintores. Muchas horas había pasado sentado ante un cuadro, ante retratos de personajes que me miraban desde su marco. Pero aquel día, mientras paseaba por una de las salas de los renacentistas, un cuadro llamo súbitamente mi atención. Era un retrato, el de la mujer a la que que yo amaba y pintaba.





    Me pareció que el sonido del latido de mi corazón retumbaba en la sala. No podía creerlo, era ella. Allí estaba con su pelo, su mirada, sus altos pómulos, su frente despejada. Allí estaba la sonrisa que me tenia atrapado. Mire el autor, un pintor veneciano de principios del siglo XV. Lo conocía. Sabia que había trabajado entre Milán y Venecia y que murió relativamente joven, justo tras...acabar aquel
retrato.



    De pronto a mi mente acudió como una ráfaga el recuerdo de la historias parecidas de otros pintores. Fui a buscar los que recordaba en aquel momento y que justo era también del siglo XV, pero al final. Rápidamente recorrí sus cuadros, y, aunque los había visto cientos de veces, me pareció descubrir entre ellos uno que me había ya llamado la atención por la belleza de la dama retratada, pero que ahora me dejo sin respiración: era ella, la misma mujer del cuadro anterior, pintada cincuenta años mas tarde, la misma que ahora yo estaba pintando.


    Recorrí el museo hasta que un vigilante me apercibió de la hora del cierre.
Aturdido la había visto pintada en mas de una docena de cuadros. En todos ellos
con una belleza cautivadora. Las pinturas se sucedían en el tiempo; todas las épocas, todos los estilos pictóricos hasta ahora mismo. La vi en los claroscuros del Barroco, en la melancolía del Romanticismo, en los colores vibrantes del Impresionismo...y todos los cuadros tenían una historia parecida detrás.



    Todos los pintores parecían haber amado a la misteriosa modelo, todos murieron al poco de pintarla.

    Ahora tengo el pincel en mi mano. El temblor casi no me deja dar la última pincelada, apenas un puntito de luz, el brillo de sus ojos. Daré esa pincelada pero se que no será la ultima, como no lo será el último beso. Moriré y naceré cien veces más para volver a encontrarla, para volver a pintarla.




                                                                      Fransabas









miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL PINTOR DE ALMAS 4

         


                                                              Adriaen Van Ostade
                                                             El pintor en su estudio.


      Fuera llovía. El joven pintor miró como las gotas resbalaban por los cristales de la ventana. La lluvia duraba ya mas de diez días y le parecía que el agua había comenzado a calar su cuerpo aunque apenas había salido de su taller. El color gris inundaba toda la estancia y se grababa en el lienzo que colgaba de su caballete. Sentía ese mismo color gris en sus manos y en su cara; le recorría el cuerpo entero causándole estremecimientos, ahogándole, pero su necesidad de pintar era mas fuerte. Era una sensación incontrolable, compulsiva, que le mantenía despierto hasta altas horas de la noche; hasta que el cansancio le vencía y acababa dormido apoyado en la mesa junto a su caballete.
      Hacia ya mas de cinco años que su viejo maestro había muerto dejandole solo al frente del taller. Durante esos pocos años, el joven había alcanzado cierta fama; se decía de el que era uno de los mejores pintores de la comarca, dejando muy atrás a su maestro.
      Pero eso no le bastaba; necesitaba ir mas lejos, alcanzar lo que nadie antes había logrado: pintar lo que había dentro de los hombres y la esencia de las cosas. Pasaba horas simplemente contemplando a los lugareños; intentando ver mas allá de la piel, intentando adivinar que sentían, que creían, sus temores, y sus esperanzas. Deslizaba sus ojos por los contornos de los rostros; analizaba la forma de las bocas, las caídas de los parpados, la inclinación de las cejas, las arrugas de la piel...
      Buscaba en aquellos cuerpos, en aquellos rostros, las huellas de los vicios, del amor o de la ternura.
      Y era eso lo que quería pintar. Deseaba apoderarse de las caras y plasmarlas en sus lienzos, deseaba poder contemplarlas después y reconocer en las pinceladas la fuerza de la vida, una vida que no solo buscaba en los hombres, sino que también buscaba en todo lo que le rodeaba. Quería poder captar, al pintarla, la savia que recorre el tronco de un árbol, la fidelidad en los ojos de un perro, la frescura en el agua del arroyo. Deseaba que sus pinceles fuesen herramientas capaces de arrancar la esencia para trasportarla a la tela.
      Pero sabia que no lo había conseguido y que tal vez no lo consiguiera en toda su vida. Y una sensación de rabia e impotencia le embargaba aquella noche. Iluminado apenas por unas palmatorias y el fuego de la chimenea, sentado tras de su caballete, pintaba la chimenea y el bodegón que había preparado en la mesa que dominaba la estancia. Tenía la sensación que la llamas bailaban burlonamente, riéndose de el, esquivando al pincel que pretendía atraparlas.


      Apretaba los dientes y daba un brochazo de rabia sobre la tela cuando sonaron unos golpes en la puerta.
      Al principio pensó que, tal vez, el viento había hecho golpear las ramas del sauce contra la madera, pero cuando los golpes se repitieron,
tuvo la certeza de que alguien llamaba a la puerta.

      -Si...¿Quien es? ­-respondió con cautela­.

      -- Un viajero y amigo ­-respondió una profunda y grave voz.

      Durante un momento dudó; con precaución se levantó y se dirigió a la puerta sin soltar la paleta y pinceles que sujetaba con la mano izquierda.       Con su mano libre levantó la pequeña portezuela de la mirilla y miró al exterior. Ante la puerta un elegante desconocido le sonreía bajo un afilado bigotillo muy negro. Unos ojos gatunos y brillantes le miraban fijamente con una extraña fuerza que vencieron su desconfianza haciéndole abrir la vieja y pesada puerta de madera.

      -Buenas noches, pintor ­-dijo levantando el ala de su chorreante sombrero­-, ¿Puedo pasar?
      El joven pintor se echó a un lado, dejando entrar al extraño el cual sacudió su mojada capa y se sentó tranquilamente en la butaca junto a la mesa donde el pintor había dispuesto la naturaleza muerta que pintaba.

      -Y bien, ¿en que puedo serviros? ¿Deseáis un retrato? ­-preguntó el pintor, de pie ante el desconocido.

     -No, joven, no. El motivo de mi visita es el proponeros un negocio
­-dijo el elegante visitante con una fría sonrisa-, un negocio en el que ambos podemos salir beneficiados.

      -¿Un negocio? No me interesa negocio alguno que no sea el que me proporcione el fruto de mis pinceles ­-dijo el pintor sentándose de nuevo en su taburete y volviendo a retomar su trabajo sobre la tela. Sentado ante él, el desconocido se arrellanó en el butacón si dejar de sonreír. El fuego de la chimenea resaltaba mas aun el tono rojizo de su rostro.

      -De eso precisamente se trata, de vuestra arte; de ese arte que deseais alcanzar, de esa necesidad secreta vuestra.

      -¿Que sabéis  de mi y de mis necesidades? ¿Y quien sois vos?
­-preguntó el joven algo molesto por la petulancia del desconocido pero con curiosidad.

      -Se mucho mas de lo que pensáis, pintor, se cual es vuestro deseo secreto y se como podéis alcanzarlo, y... podéis considerarme un amigo.

     -¿Si? ¿Y cual es, según vos ese deseo mio? ­-preguntó el pintor asomándose desde detrás de su cuadro.
     -Pintar el alma ­-respondió secamente el extraño personaje.

     Por un momento, el joven dejó de pintar y miró sorprendido a su visitante. Este permaneció en silencio mirándole fijamente siempre con la sonrisa en sus finos labios.
     -¿Como podéis saber vos eso de mi? ­-preguntó el pintor, moviendo rápidamente su pincel sobre el lienzo.
     -Yo se muchas cosas, no solo de vos si no de muchos hombres. Digamos que he sido dotado con esa capacidad y que recorro los caminos satisfaciendo deseos ­-la sonrisa del desconocido tomó una curva irónica.

     -¿Que sois, un mago? Y si es así, ¿Que queréis de mi? ­-preguntó el pintor impregnando su pincel con la pintura de su paleta.

     -Lo que os dije al principio: proponeros un negocio, un trato
­-respondió el desconocido­-, un negocio en el que ambos ganaremos.

    -Bien, decidme pues de que se trata ­-respondió ya impaciente y curioso el pintor mientras frotaba su pincel sobre la tela.

     -Un alma por todas. Vuestra alma a cambio de todas las que deseéis pintar ­-respondió secamente el extraño, por primera vez sin sonreír y con un tono de voz tan gélido que el joven sintió un escalofrío.


     Durante unos instantes solo fue audible en la estancia el sonido de la lluvia y el viento que fuera azotaba los arboles.


     -¿Mi alma a cambio de que exactamente? ­-pregunto el joven artista con una expresión de sorpresa en el rostro.

     -Vuestra alma por todas las que pintes. Podréis reflejar en vuestros lienzos el interior de los hombres, atraparlos con tus pinceles, y lo que es mejor, poseer sus voluntades.  Hareis vuestro todo aquel o todo aquello que pinteis. Tan solo a cambio de que cuando dejéis este mundo, vuestra alma me pertenezca solo a mi y a mi voluntad. ¿No os parece un buen trato? Vuestra alma a cambio de todas las que podáis pintar y atrapar.

     Por el rostro del pintor se sucedieron una oleada de expresiones diferentes. De la  sorpresa inicial pasó a la reflexión y  de esta a un gesto de decisión  final.  Podía negarse a aceptar el trato y seguir como hasta ahora, con su vehemente deseo sin cumplir. ¿Que sería así su vida?
Seguiría como hasta ahora siendo sólo uno mas de los grandes pintores de su época, pero uno mas al fin y al cabo. Llegaría hasta donde antes habían llegado otros, no mas lejos. Y no quería alcanzar el fin de su existencia con esa sensación. Era como un fracaso. ¿Para que serviría entonces su alma? ¿Para vivir atormentado por no haber llegado a alcanzar su meta? ¿Valía la pena ?

     -Bien, acepto. ­-Pronunció las dos palabras sin un titubeo, con una firmeza y decisión que no dejaron de sorprender al visitante.

     -De acuerdo pues, sea. ­respondió el caballero volviendo a recuperar su fría sonrisa.

     -¿Cuando comienza a tener efecto el trato? -­pregunto el artista volviendo con expresión despreocupada a su trabajo sobre la tela.

     -Desde el momento en que chasquee los dedos ­-respondió el visitante alzando su mano izquierda y juntando sus dedos anular y corazón y ampliando su sonrisa hasta mostrar unos finos y blancos dientes.

     Durante unos segundos volvió a reinar el silencio en el taller. 

     ¡Chas!

     Sonó el chasquido. El joven pintor pareció no dar importancia al momento y siguió, durante unos instantes, con su trabajo sobre la tela.

     Ante esa aparentemente fría reacción por parte del pintor, el caballero pareció sorprenderse.

    -¿No decís nada? Ahora ya poseéis ese poder que tanto habíais anhelado.

     El joven siguió pintando sin responder a su visitante. Al fin sonrió y sin decir una palabra giró su cuadro hacia el extraño personaje.

     En el rostro del caballero, la palidez ocupó el lugar de la sonrisa.
Sus ojos gatunos se abrieron desmesuradamente mirando el cuadro.
Allí, pintado sobre el fondo de la estancia, estaba él, estaba su retrato.



                                                          Fransabas
                                                  Diciembre del 2011






                                                                    





viernes, 11 de noviembre de 2011

LA HISTORIA DEL CARRO.




                                                            El carro. Fransabas



                                     LA HISTORIA DEL CARRO


     Al igual que con el viejo olmo, en su momento dije que relataria la historia que el viejo carro me contó mientras lo pintaba. Esta es:

     "Mi historia es larga; es una cadena de muchas pequeñas historias, pero sin duda, la que me dejó mas huella es la que compartimos La Pepa y yo.
      Para comenzar debería aclarar que La Pepa era una hermosa y dócil mula que tiró de mi durante muchos años, hasta que no pudo mas;
un día se quedo tumbada en el establo y ya no se levantó. Muchas veces la recuerdo, siempre silenciosa y obediente, resignada y trabajadora.
     La había criado desde pequeña el bueno de Juan, el hijo menor del tío Joaquin, quien me construyó. A La Pepa le gustaba comer la alfalfa de la mano de Juan y recibir sus caricias en el lomo. El muchacho siempre nos trató con mucho cariño; con el recorrimos muchos caminos; muchas puestas de sol contemplamos juntos de regreso al pueblo. Fue a Juan a quien nos dejo el tío Joaquin cuando murió, junto con la casa pequeña de labranza que tenia aquí, en el pueblo. La casa familiar grande, la que esta en el otro pueblecito, Valdeperas, a cinco leguas de aquí, se la dejó al hermano mayor, Pedro, al que apodaban Pedrusco por su violento carácter.

     Pedrusco vago, borracho y pendenciero, no estuvo de acuerdo en el reparto de la herencia con su hermano. Sin admitir la evidente diferencia entre las dos casas, creía que Juan había salido ganando al habernos recibido a mi y a La Pepa; creía que por ser el primogénito tenia él tenia el derecho sobre nosotros y no su hermano.

     Una de las innumerables noches de borrachera, apareció por aquí.

     --Juan, he venido a por el carro y la mula ­--, dijo empujando a su hermano violentamente.

     --Pedro, sabes que no tienes derecho, padre me los dejó a mi ya que tu te quedaste con la casa grande y la mayoría de las tierras...

     --¡No me importo lo que nos dejase el viejo ­--, gritó Pedro rojo de ira. Tu siempre fuiste su niño mimado, su ojito derecho. Me llevaré el carro y la mula y quitate de en medio si no quieres probar esto--, dijo sacando de la faltriquera su navaja y apoyándola en el pecho de su hermano. Este ya conocía sus reacciones y sabía que era mejor no enfrentarse a el. Decidió callar y, apenado, apartarse a un lado. Tan solo estiró un brazo para acariciar mi madera y el lomo de La Pepa por última vez antes de que su hermano, dando un tirón de las riendas de la mula, emprendiese el camino hacia Valdeperas.
     Nuestra vida con Pedrusco no fue ya agradable. Si no era con el látigo lo era con la vara, la pobre Pepa recibía en su carne los trallazos del cruel Pedro casi constantemente.

     --¡Mula estúpida! --le gritaba de continuo cuando, cargados siempre en exceso, tiraba de mi por el embarrado camino. Muchas noches venía tan borracho de la taberna que ni tan siquiera guiaba a La Pepa en su camino de vuelta. Era ella la que, lenta y dócilmente recorría, en poco rato, el cuarto de legua que separaba la taberna de la gran casona mientras el dormitaba tumbado en mi caja. La Pepa solía entonces piafar para avisar a nuestro cruel a amo de que ya habíamos llegado. Entonces Pedrusco se bajaba y a veces estaba tan bebido que no nos desenganchaba y nos dejaba al raso, con lluvia, frío o calor, y sin otro alimento para Pepa que la poca reseca hierba que lograba comer en los margenes del camino.

     Así pasaron varios meses. Poco a poco nos fuimos acostumbrando al maltrato.
     Cada día, resignadamente hacíamos el mismo recorrido; de la casona al campo, donde Pedrusco nos cargaba siempre demasiado y, a golpe de vara, nos guiaba después hasta la taberna del pueblo donde pasaba buena parte de la tarde. Al anochecer, con Pedrusco tumbado en mi caja, ya borracho, la Pepa enfilaba el camino desde la taberna a casa.

     Una noche, ya bien entrado el invierno, traída por una tormenta, llego la nieve. Desde media tarde, La Pepa y yo esperamos delante de la taberna a que Pedrusco saliera. El viento arreciaba y la pobre mula tiritaba de frío. Yo notaba como el hielo se metía dentro de mi madera y la rajaba. Estaba ya muy oscuro cuando Pedrusco salió, como siempre, tambaleándose y con la vara golpeo el lomo de la mula.

     -¡A casa, estúpido animal! ­-grito con su habitual crudeza­ antes de tumbarse sobre mi y acurrucarse para soportar el frío. A los pocos minutos se quedó, como era habitual, adormilado.

     La Pepa, como siempre, lentamente emprendió el camino y nos adentramos en la tormenta, pero aquella noche, la mula soltó un extraño bufido y no tomó el camino habitual.

     Al día siguiente, muy temprano, el bueno de Juan oyó un sonido que le resultó familiar; se levantó y salió a la puerta de su casa. Allí estábamos, despues de caminar durante toda la noche y recorrer las cinco leguas, la Pepa y yo;  y sobre mi, rígido y sin vida, con el hielo cubriendo su pálida cara, con los ojos  muy abiertos y sin ver, congelado, estaba Pedrusco."


  

                                                     Fransabas.
                                               Noviembre 2011



                                                                      Fransabas
                                                               Nevada en el pueblo.






viernes, 21 de octubre de 2011

EL VIEJO OLMO

                        
                                                         LA HISTORIA DEL OLMO




El viejo olmo
Fransabas




      Hace unos meses dije aquí que relataría la historia que un viejo olmo me contó un dia mientras le pintaba con mis pasteles. He aquí esa historia:



     "He visto muchas cosas a mi alrededor. He vivido muchos veranos y muchos inviernos. Muchas primaveras han reverdecido mis ramas y muchos otoños las pintaron de ocres , rojos y sienas. Muchas veces  mi corteza fue marcada y mis ramas cortadas o rotas; pero si hay unas marcas que recuerdo estas son las quedaron en mi madera un día de hace mas de setenta años. Parte de lo que te relataré lo oí contar a los viejos del pueblo sentados a mi sombra, el resto lo viví de cerca, muy de cerca.

     Esta historia comenzó  un día de verano.

     El teniente Alcázar, junto a la ventana soleada del cuartito de baño, acababa de afeitarse y retocar con mucho esmero su perfecto bigotillo. Se peinó el pelo negro con una impecable raya y echó hacia atrás el flequillo en el clásico peinado de  la gente de bien.        Satisfecho con su aspecto se miró durante unos minutos al espejo. Era la perfecta imagen del puro patriota que hoy saldría a continuar con la salvación de su "patria". Se sintió orgulloso de si mismo y de su sagrada misión. Y para ayudarle a llevarla a cabo contaba con su fiel amiga: una magnifica Luger alemana obsequio de su amigo Hans, miembro de las SS y que había conocido cuando este, piloto de la Legion Condor de la Luftwaffe, había recalado en el aeródromo de entrenamiento cercano al pueblo que los alemanes habían instalado al inicio de la guerra.
     Cuando comenzaba a ponerse su impecablemente planchada camisa azul, su mujer entró en el pequeño baño.

     -Luis, ¿te vas?
     -Si,Virtudes, me llama el deber -contestó sin apartar la mirada de su imagen reflejada en el espejo-; hemos de continuar limpiando, de enemigos de la patria, el pueblo.
     -Luis, no salgas hoy, por favor -dijo su mujer con una mirada de respeto , suplica y temor mezclados-, hoy tu hija Elvira me ha dicho que quería hablar con nosotros.
     -¿De qué? -respondió secamente pero con interés el teniente.
     - Creo que quiere decirnos que se ha echado novio-,respondió la mujer aun nerviosa.
     -¿Novio? ¿Quien es? ¿Como se llama?
    -No lo sé, no quiso decírmelo a mi antes que a ti; quería decírnoslo a los dos al mismo tiempo. Ya sabes como nos quiere y nos respeta. Parecía muy ilusionada.

     El teniente esbozó una mueca que quería parecerse a una sonrisa. Adoraba a su hija y deseaba que fuese feliz ante todo. La idea de verla de nuevo ilusionada, después de la larga enfermedad que había sufrido la joven, le reconfortaba. La muchacha había estado muy enferma y débil, tanto que, el medico del pueblo había llegado a temer por su vida.
     -Cuando regrese hablaremos con ella y averiguaremos quien es el hombre que la ha hecho enamorarse y que le ha devuelto la ilusión por vivir-, dijo poniéndose la gorra y abriendo la puerta de la calle. Fuera le esperaban ya su coche y el pequeño camión. Los seis voluntarios se pusieron firmes y presentaron armas.
     Los fusiles brillaban bajo la luz del sol.

     Los vehículos emprendieron la marcha hacia el pueblo dejando tras de si una estela de polvo que hizo toser a la señora Virtudes.

     Traqueteando llegaron a la plaza del pueblo y los siete hombres se apearon. Alcázar se detuvo un momento y mirando hacia el sol con ojos entornados, se secó el sudor y seguido de los suyos entró en la taberna. El lugar estaba poco concurrido, solo el tabernero, apoyado cansinamente sobre la barra y un pequeño grupo de cuatro hombres en una mesa del rincón que desayunaban antes de salir hacia sus trabajos.. Rápidamente y sin ningún tipo de aviso, el teniente saco su pistola y la disparo contra el techo.

     -¡En pie! -Gritó con la cara y el cuello enrojecidos por el esfuerzo. -¡Hacia la puerta!
     Los cuatro hombres, muy jóvenes se levantaron con los brazos en alto. El miedo se reflejaba en sus caras. A empujones y culatazos, los hombres del teniente los llevaron hacia la puerta.


     Uno de los jóvenes, el mas alto y el que parecía mas valiente ante la situación, se giró hacia el teniente.
     -¿Por qué nos detienen? No hemos hecho nada malo. Nos íbamos al trabajo.
     -¡Callate rojo! -gritó Alcázar con el rostro congestionado por la ira- Sabemos que tu hermano se ha marchado hacia la costa, a unirse a los republicanos con los que ya está tu padre. Toda tu familia sois una pandilla de rojos indeseables y enemigos del orden y de España pero tu no te iras, lo juro por Dios.

     -Pero teniente, siempre hemos sido gente de bien, honesta y fieles al gobierno que votó el pueblo... - el muchacho no pudo seguir hablando pues un golpe de culata le golpeo en la boca. Un hilo de sangre manchó su camisa blanca.

     Los cuatro jóvenes fuero maniatados y subidos al camión.
Durante el corto recorrido nadie hablo; uno de los chicos lloraba cabizbajo mientras los demás le daban unos ánimos que no tenían. Al llegar aquí, junto a ese pairón que ves ahí, a diez metros de mi, el teniente mandó parar el vehículo y bajar a los jóvenes. Los empujaron hacia acá y los apoyaron contra mi corteza. El teniente sacó un papel del bolsillo de su camisa y lo leyó en voz alta:

     -¡Antonio Hernandez, Miguel Otero, Federico Machado y tu Blas Garcia...! Dijo clavando sus duros ojos en los del muchacho que antes le había hablado- y tu, Blas García, rezad si sabéis y pedid perdón a Dios por vuestros pecados.
     Dos de los muchachos comenzaron a rezar con un susurro mezclado de llanto, otro lloró abiertamente y Blas guardó silencio, sin apartar los ojos de los del teniente. Este se volvió hacia sus hombres y dio la orden.

     -¡Apuntad!

     Durante un instante pareció que todo se quedaba en absoluto silencio. El viento mismo se detuvo y mis hojas quedaron inmóviles. Se apagaron los cantos de los grillos y una nube tapó el sol.
     Los hombres de Alcázar levantaron sus fusiles y los apuntaron hacia los indefensos jóvenes.

     -¡Fuego!

     Tres de los muchachos cayeron fulminados. Blas permaneció de pie, apoyado contra mi tronco. Con esfuerzo se tocó el pecho ensangrentado y girándose sobre si mismo, llevó su mano empapada hacia mi corteza y la acarició. Enfurecido, el teniente se acercó con dos zancadas hacia el chico y apoyó el cañón de la Luger contra su cabeza.    Apretó al mismo tiempo los dientes y el gatillo. Ahora el chico si se derrumbó y al caer dejó al descubierto la parte de mi tronco que había acariciadodo; allí, junto a las marcas de las balas, el teniente Alcazar vió grabado algo que le hizo palidecer: un corazón con una flecha y dos nombres:

     Blas y Elvira."


     Aquí el olmo se quedo en silencio y yo, impaciente le pregunté qué había pasado después.

     " Elvirita se apagó y murió dos semanas mas tarde. Y ¿ves que aquí antes hubo una rama que alguien cortó? Era la rama de la que se colgó el teniente Alcazar"






                                                                                          Fransabas
                                                                                      Octubre 2011
















                                          El olmo, acuarela y dibujo a lapiz. Fransabas