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miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL PINTOR DE ALMAS 4

         


                                                              Adriaen Van Ostade
                                                             El pintor en su estudio.


      Fuera llovía. El joven pintor miró como las gotas resbalaban por los cristales de la ventana. La lluvia duraba ya mas de diez días y le parecía que el agua había comenzado a calar su cuerpo aunque apenas había salido de su taller. El color gris inundaba toda la estancia y se grababa en el lienzo que colgaba de su caballete. Sentía ese mismo color gris en sus manos y en su cara; le recorría el cuerpo entero causándole estremecimientos, ahogándole, pero su necesidad de pintar era mas fuerte. Era una sensación incontrolable, compulsiva, que le mantenía despierto hasta altas horas de la noche; hasta que el cansancio le vencía y acababa dormido apoyado en la mesa junto a su caballete.
      Hacia ya mas de cinco años que su viejo maestro había muerto dejandole solo al frente del taller. Durante esos pocos años, el joven había alcanzado cierta fama; se decía de el que era uno de los mejores pintores de la comarca, dejando muy atrás a su maestro.
      Pero eso no le bastaba; necesitaba ir mas lejos, alcanzar lo que nadie antes había logrado: pintar lo que había dentro de los hombres y la esencia de las cosas. Pasaba horas simplemente contemplando a los lugareños; intentando ver mas allá de la piel, intentando adivinar que sentían, que creían, sus temores, y sus esperanzas. Deslizaba sus ojos por los contornos de los rostros; analizaba la forma de las bocas, las caídas de los parpados, la inclinación de las cejas, las arrugas de la piel...
      Buscaba en aquellos cuerpos, en aquellos rostros, las huellas de los vicios, del amor o de la ternura.
      Y era eso lo que quería pintar. Deseaba apoderarse de las caras y plasmarlas en sus lienzos, deseaba poder contemplarlas después y reconocer en las pinceladas la fuerza de la vida, una vida que no solo buscaba en los hombres, sino que también buscaba en todo lo que le rodeaba. Quería poder captar, al pintarla, la savia que recorre el tronco de un árbol, la fidelidad en los ojos de un perro, la frescura en el agua del arroyo. Deseaba que sus pinceles fuesen herramientas capaces de arrancar la esencia para trasportarla a la tela.
      Pero sabia que no lo había conseguido y que tal vez no lo consiguiera en toda su vida. Y una sensación de rabia e impotencia le embargaba aquella noche. Iluminado apenas por unas palmatorias y el fuego de la chimenea, sentado tras de su caballete, pintaba la chimenea y el bodegón que había preparado en la mesa que dominaba la estancia. Tenía la sensación que la llamas bailaban burlonamente, riéndose de el, esquivando al pincel que pretendía atraparlas.


      Apretaba los dientes y daba un brochazo de rabia sobre la tela cuando sonaron unos golpes en la puerta.
      Al principio pensó que, tal vez, el viento había hecho golpear las ramas del sauce contra la madera, pero cuando los golpes se repitieron,
tuvo la certeza de que alguien llamaba a la puerta.

      -Si...¿Quien es? ­-respondió con cautela­.

      -- Un viajero y amigo ­-respondió una profunda y grave voz.

      Durante un momento dudó; con precaución se levantó y se dirigió a la puerta sin soltar la paleta y pinceles que sujetaba con la mano izquierda.       Con su mano libre levantó la pequeña portezuela de la mirilla y miró al exterior. Ante la puerta un elegante desconocido le sonreía bajo un afilado bigotillo muy negro. Unos ojos gatunos y brillantes le miraban fijamente con una extraña fuerza que vencieron su desconfianza haciéndole abrir la vieja y pesada puerta de madera.

      -Buenas noches, pintor ­-dijo levantando el ala de su chorreante sombrero­-, ¿Puedo pasar?
      El joven pintor se echó a un lado, dejando entrar al extraño el cual sacudió su mojada capa y se sentó tranquilamente en la butaca junto a la mesa donde el pintor había dispuesto la naturaleza muerta que pintaba.

      -Y bien, ¿en que puedo serviros? ¿Deseáis un retrato? ­-preguntó el pintor, de pie ante el desconocido.

     -No, joven, no. El motivo de mi visita es el proponeros un negocio
­-dijo el elegante visitante con una fría sonrisa-, un negocio en el que ambos podemos salir beneficiados.

      -¿Un negocio? No me interesa negocio alguno que no sea el que me proporcione el fruto de mis pinceles ­-dijo el pintor sentándose de nuevo en su taburete y volviendo a retomar su trabajo sobre la tela. Sentado ante él, el desconocido se arrellanó en el butacón si dejar de sonreír. El fuego de la chimenea resaltaba mas aun el tono rojizo de su rostro.

      -De eso precisamente se trata, de vuestra arte; de ese arte que deseais alcanzar, de esa necesidad secreta vuestra.

      -¿Que sabéis  de mi y de mis necesidades? ¿Y quien sois vos?
­-preguntó el joven algo molesto por la petulancia del desconocido pero con curiosidad.

      -Se mucho mas de lo que pensáis, pintor, se cual es vuestro deseo secreto y se como podéis alcanzarlo, y... podéis considerarme un amigo.

     -¿Si? ¿Y cual es, según vos ese deseo mio? ­-preguntó el pintor asomándose desde detrás de su cuadro.
     -Pintar el alma ­-respondió secamente el extraño personaje.

     Por un momento, el joven dejó de pintar y miró sorprendido a su visitante. Este permaneció en silencio mirándole fijamente siempre con la sonrisa en sus finos labios.
     -¿Como podéis saber vos eso de mi? ­-preguntó el pintor, moviendo rápidamente su pincel sobre el lienzo.
     -Yo se muchas cosas, no solo de vos si no de muchos hombres. Digamos que he sido dotado con esa capacidad y que recorro los caminos satisfaciendo deseos ­-la sonrisa del desconocido tomó una curva irónica.

     -¿Que sois, un mago? Y si es así, ¿Que queréis de mi? ­-preguntó el pintor impregnando su pincel con la pintura de su paleta.

     -Lo que os dije al principio: proponeros un negocio, un trato
­-respondió el desconocido­-, un negocio en el que ambos ganaremos.

    -Bien, decidme pues de que se trata ­-respondió ya impaciente y curioso el pintor mientras frotaba su pincel sobre la tela.

     -Un alma por todas. Vuestra alma a cambio de todas las que deseéis pintar ­-respondió secamente el extraño, por primera vez sin sonreír y con un tono de voz tan gélido que el joven sintió un escalofrío.


     Durante unos instantes solo fue audible en la estancia el sonido de la lluvia y el viento que fuera azotaba los arboles.


     -¿Mi alma a cambio de que exactamente? ­-pregunto el joven artista con una expresión de sorpresa en el rostro.

     -Vuestra alma por todas las que pintes. Podréis reflejar en vuestros lienzos el interior de los hombres, atraparlos con tus pinceles, y lo que es mejor, poseer sus voluntades.  Hareis vuestro todo aquel o todo aquello que pinteis. Tan solo a cambio de que cuando dejéis este mundo, vuestra alma me pertenezca solo a mi y a mi voluntad. ¿No os parece un buen trato? Vuestra alma a cambio de todas las que podáis pintar y atrapar.

     Por el rostro del pintor se sucedieron una oleada de expresiones diferentes. De la  sorpresa inicial pasó a la reflexión y  de esta a un gesto de decisión  final.  Podía negarse a aceptar el trato y seguir como hasta ahora, con su vehemente deseo sin cumplir. ¿Que sería así su vida?
Seguiría como hasta ahora siendo sólo uno mas de los grandes pintores de su época, pero uno mas al fin y al cabo. Llegaría hasta donde antes habían llegado otros, no mas lejos. Y no quería alcanzar el fin de su existencia con esa sensación. Era como un fracaso. ¿Para que serviría entonces su alma? ¿Para vivir atormentado por no haber llegado a alcanzar su meta? ¿Valía la pena ?

     -Bien, acepto. ­-Pronunció las dos palabras sin un titubeo, con una firmeza y decisión que no dejaron de sorprender al visitante.

     -De acuerdo pues, sea. ­respondió el caballero volviendo a recuperar su fría sonrisa.

     -¿Cuando comienza a tener efecto el trato? -­pregunto el artista volviendo con expresión despreocupada a su trabajo sobre la tela.

     -Desde el momento en que chasquee los dedos ­-respondió el visitante alzando su mano izquierda y juntando sus dedos anular y corazón y ampliando su sonrisa hasta mostrar unos finos y blancos dientes.

     Durante unos segundos volvió a reinar el silencio en el taller. 

     ¡Chas!

     Sonó el chasquido. El joven pintor pareció no dar importancia al momento y siguió, durante unos instantes, con su trabajo sobre la tela.

     Ante esa aparentemente fría reacción por parte del pintor, el caballero pareció sorprenderse.

    -¿No decís nada? Ahora ya poseéis ese poder que tanto habíais anhelado.

     El joven siguió pintando sin responder a su visitante. Al fin sonrió y sin decir una palabra giró su cuadro hacia el extraño personaje.

     En el rostro del caballero, la palidez ocupó el lugar de la sonrisa.
Sus ojos gatunos se abrieron desmesuradamente mirando el cuadro.
Allí, pintado sobre el fondo de la estancia, estaba él, estaba su retrato.



                                                          Fransabas
                                                  Diciembre del 2011






                                                                    





viernes, 11 de noviembre de 2011

LA HISTORIA DEL CARRO.




                                                            El carro. Fransabas



                                     LA HISTORIA DEL CARRO


     Al igual que con el viejo olmo, en su momento dije que relataria la historia que el viejo carro me contó mientras lo pintaba. Esta es:

     "Mi historia es larga; es una cadena de muchas pequeñas historias, pero sin duda, la que me dejó mas huella es la que compartimos La Pepa y yo.
      Para comenzar debería aclarar que La Pepa era una hermosa y dócil mula que tiró de mi durante muchos años, hasta que no pudo mas;
un día se quedo tumbada en el establo y ya no se levantó. Muchas veces la recuerdo, siempre silenciosa y obediente, resignada y trabajadora.
     La había criado desde pequeña el bueno de Juan, el hijo menor del tío Joaquin, quien me construyó. A La Pepa le gustaba comer la alfalfa de la mano de Juan y recibir sus caricias en el lomo. El muchacho siempre nos trató con mucho cariño; con el recorrimos muchos caminos; muchas puestas de sol contemplamos juntos de regreso al pueblo. Fue a Juan a quien nos dejo el tío Joaquin cuando murió, junto con la casa pequeña de labranza que tenia aquí, en el pueblo. La casa familiar grande, la que esta en el otro pueblecito, Valdeperas, a cinco leguas de aquí, se la dejó al hermano mayor, Pedro, al que apodaban Pedrusco por su violento carácter.

     Pedrusco vago, borracho y pendenciero, no estuvo de acuerdo en el reparto de la herencia con su hermano. Sin admitir la evidente diferencia entre las dos casas, creía que Juan había salido ganando al habernos recibido a mi y a La Pepa; creía que por ser el primogénito tenia él tenia el derecho sobre nosotros y no su hermano.

     Una de las innumerables noches de borrachera, apareció por aquí.

     --Juan, he venido a por el carro y la mula ­--, dijo empujando a su hermano violentamente.

     --Pedro, sabes que no tienes derecho, padre me los dejó a mi ya que tu te quedaste con la casa grande y la mayoría de las tierras...

     --¡No me importo lo que nos dejase el viejo ­--, gritó Pedro rojo de ira. Tu siempre fuiste su niño mimado, su ojito derecho. Me llevaré el carro y la mula y quitate de en medio si no quieres probar esto--, dijo sacando de la faltriquera su navaja y apoyándola en el pecho de su hermano. Este ya conocía sus reacciones y sabía que era mejor no enfrentarse a el. Decidió callar y, apenado, apartarse a un lado. Tan solo estiró un brazo para acariciar mi madera y el lomo de La Pepa por última vez antes de que su hermano, dando un tirón de las riendas de la mula, emprendiese el camino hacia Valdeperas.
     Nuestra vida con Pedrusco no fue ya agradable. Si no era con el látigo lo era con la vara, la pobre Pepa recibía en su carne los trallazos del cruel Pedro casi constantemente.

     --¡Mula estúpida! --le gritaba de continuo cuando, cargados siempre en exceso, tiraba de mi por el embarrado camino. Muchas noches venía tan borracho de la taberna que ni tan siquiera guiaba a La Pepa en su camino de vuelta. Era ella la que, lenta y dócilmente recorría, en poco rato, el cuarto de legua que separaba la taberna de la gran casona mientras el dormitaba tumbado en mi caja. La Pepa solía entonces piafar para avisar a nuestro cruel a amo de que ya habíamos llegado. Entonces Pedrusco se bajaba y a veces estaba tan bebido que no nos desenganchaba y nos dejaba al raso, con lluvia, frío o calor, y sin otro alimento para Pepa que la poca reseca hierba que lograba comer en los margenes del camino.

     Así pasaron varios meses. Poco a poco nos fuimos acostumbrando al maltrato.
     Cada día, resignadamente hacíamos el mismo recorrido; de la casona al campo, donde Pedrusco nos cargaba siempre demasiado y, a golpe de vara, nos guiaba después hasta la taberna del pueblo donde pasaba buena parte de la tarde. Al anochecer, con Pedrusco tumbado en mi caja, ya borracho, la Pepa enfilaba el camino desde la taberna a casa.

     Una noche, ya bien entrado el invierno, traída por una tormenta, llego la nieve. Desde media tarde, La Pepa y yo esperamos delante de la taberna a que Pedrusco saliera. El viento arreciaba y la pobre mula tiritaba de frío. Yo notaba como el hielo se metía dentro de mi madera y la rajaba. Estaba ya muy oscuro cuando Pedrusco salió, como siempre, tambaleándose y con la vara golpeo el lomo de la mula.

     -¡A casa, estúpido animal! ­-grito con su habitual crudeza­ antes de tumbarse sobre mi y acurrucarse para soportar el frío. A los pocos minutos se quedó, como era habitual, adormilado.

     La Pepa, como siempre, lentamente emprendió el camino y nos adentramos en la tormenta, pero aquella noche, la mula soltó un extraño bufido y no tomó el camino habitual.

     Al día siguiente, muy temprano, el bueno de Juan oyó un sonido que le resultó familiar; se levantó y salió a la puerta de su casa. Allí estábamos, despues de caminar durante toda la noche y recorrer las cinco leguas, la Pepa y yo;  y sobre mi, rígido y sin vida, con el hielo cubriendo su pálida cara, con los ojos  muy abiertos y sin ver, congelado, estaba Pedrusco."


  

                                                     Fransabas.
                                               Noviembre 2011



                                                                      Fransabas
                                                               Nevada en el pueblo.






viernes, 21 de octubre de 2011

EL VIEJO OLMO

                        
                                                         LA HISTORIA DEL OLMO




El viejo olmo
Fransabas




      Hace unos meses dije aquí que relataría la historia que un viejo olmo me contó un dia mientras le pintaba con mis pasteles. He aquí esa historia:



     "He visto muchas cosas a mi alrededor. He vivido muchos veranos y muchos inviernos. Muchas primaveras han reverdecido mis ramas y muchos otoños las pintaron de ocres , rojos y sienas. Muchas veces  mi corteza fue marcada y mis ramas cortadas o rotas; pero si hay unas marcas que recuerdo estas son las quedaron en mi madera un día de hace mas de setenta años. Parte de lo que te relataré lo oí contar a los viejos del pueblo sentados a mi sombra, el resto lo viví de cerca, muy de cerca.

     Esta historia comenzó  un día de verano.

     El teniente Alcázar, junto a la ventana soleada del cuartito de baño, acababa de afeitarse y retocar con mucho esmero su perfecto bigotillo. Se peinó el pelo negro con una impecable raya y echó hacia atrás el flequillo en el clásico peinado de  la gente de bien.        Satisfecho con su aspecto se miró durante unos minutos al espejo. Era la perfecta imagen del puro patriota que hoy saldría a continuar con la salvación de su "patria". Se sintió orgulloso de si mismo y de su sagrada misión. Y para ayudarle a llevarla a cabo contaba con su fiel amiga: una magnifica Luger alemana obsequio de su amigo Hans, miembro de las SS y que había conocido cuando este, piloto de la Legion Condor de la Luftwaffe, había recalado en el aeródromo de entrenamiento cercano al pueblo que los alemanes habían instalado al inicio de la guerra.
     Cuando comenzaba a ponerse su impecablemente planchada camisa azul, su mujer entró en el pequeño baño.

     -Luis, ¿te vas?
     -Si,Virtudes, me llama el deber -contestó sin apartar la mirada de su imagen reflejada en el espejo-; hemos de continuar limpiando, de enemigos de la patria, el pueblo.
     -Luis, no salgas hoy, por favor -dijo su mujer con una mirada de respeto , suplica y temor mezclados-, hoy tu hija Elvira me ha dicho que quería hablar con nosotros.
     -¿De qué? -respondió secamente pero con interés el teniente.
     - Creo que quiere decirnos que se ha echado novio-,respondió la mujer aun nerviosa.
     -¿Novio? ¿Quien es? ¿Como se llama?
    -No lo sé, no quiso decírmelo a mi antes que a ti; quería decírnoslo a los dos al mismo tiempo. Ya sabes como nos quiere y nos respeta. Parecía muy ilusionada.

     El teniente esbozó una mueca que quería parecerse a una sonrisa. Adoraba a su hija y deseaba que fuese feliz ante todo. La idea de verla de nuevo ilusionada, después de la larga enfermedad que había sufrido la joven, le reconfortaba. La muchacha había estado muy enferma y débil, tanto que, el medico del pueblo había llegado a temer por su vida.
     -Cuando regrese hablaremos con ella y averiguaremos quien es el hombre que la ha hecho enamorarse y que le ha devuelto la ilusión por vivir-, dijo poniéndose la gorra y abriendo la puerta de la calle. Fuera le esperaban ya su coche y el pequeño camión. Los seis voluntarios se pusieron firmes y presentaron armas.
     Los fusiles brillaban bajo la luz del sol.

     Los vehículos emprendieron la marcha hacia el pueblo dejando tras de si una estela de polvo que hizo toser a la señora Virtudes.

     Traqueteando llegaron a la plaza del pueblo y los siete hombres se apearon. Alcázar se detuvo un momento y mirando hacia el sol con ojos entornados, se secó el sudor y seguido de los suyos entró en la taberna. El lugar estaba poco concurrido, solo el tabernero, apoyado cansinamente sobre la barra y un pequeño grupo de cuatro hombres en una mesa del rincón que desayunaban antes de salir hacia sus trabajos.. Rápidamente y sin ningún tipo de aviso, el teniente saco su pistola y la disparo contra el techo.

     -¡En pie! -Gritó con la cara y el cuello enrojecidos por el esfuerzo. -¡Hacia la puerta!
     Los cuatro hombres, muy jóvenes se levantaron con los brazos en alto. El miedo se reflejaba en sus caras. A empujones y culatazos, los hombres del teniente los llevaron hacia la puerta.


     Uno de los jóvenes, el mas alto y el que parecía mas valiente ante la situación, se giró hacia el teniente.
     -¿Por qué nos detienen? No hemos hecho nada malo. Nos íbamos al trabajo.
     -¡Callate rojo! -gritó Alcázar con el rostro congestionado por la ira- Sabemos que tu hermano se ha marchado hacia la costa, a unirse a los republicanos con los que ya está tu padre. Toda tu familia sois una pandilla de rojos indeseables y enemigos del orden y de España pero tu no te iras, lo juro por Dios.

     -Pero teniente, siempre hemos sido gente de bien, honesta y fieles al gobierno que votó el pueblo... - el muchacho no pudo seguir hablando pues un golpe de culata le golpeo en la boca. Un hilo de sangre manchó su camisa blanca.

     Los cuatro jóvenes fuero maniatados y subidos al camión.
Durante el corto recorrido nadie hablo; uno de los chicos lloraba cabizbajo mientras los demás le daban unos ánimos que no tenían. Al llegar aquí, junto a ese pairón que ves ahí, a diez metros de mi, el teniente mandó parar el vehículo y bajar a los jóvenes. Los empujaron hacia acá y los apoyaron contra mi corteza. El teniente sacó un papel del bolsillo de su camisa y lo leyó en voz alta:

     -¡Antonio Hernandez, Miguel Otero, Federico Machado y tu Blas Garcia...! Dijo clavando sus duros ojos en los del muchacho que antes le había hablado- y tu, Blas García, rezad si sabéis y pedid perdón a Dios por vuestros pecados.
     Dos de los muchachos comenzaron a rezar con un susurro mezclado de llanto, otro lloró abiertamente y Blas guardó silencio, sin apartar los ojos de los del teniente. Este se volvió hacia sus hombres y dio la orden.

     -¡Apuntad!

     Durante un instante pareció que todo se quedaba en absoluto silencio. El viento mismo se detuvo y mis hojas quedaron inmóviles. Se apagaron los cantos de los grillos y una nube tapó el sol.
     Los hombres de Alcázar levantaron sus fusiles y los apuntaron hacia los indefensos jóvenes.

     -¡Fuego!

     Tres de los muchachos cayeron fulminados. Blas permaneció de pie, apoyado contra mi tronco. Con esfuerzo se tocó el pecho ensangrentado y girándose sobre si mismo, llevó su mano empapada hacia mi corteza y la acarició. Enfurecido, el teniente se acercó con dos zancadas hacia el chico y apoyó el cañón de la Luger contra su cabeza.    Apretó al mismo tiempo los dientes y el gatillo. Ahora el chico si se derrumbó y al caer dejó al descubierto la parte de mi tronco que había acariciadodo; allí, junto a las marcas de las balas, el teniente Alcazar vió grabado algo que le hizo palidecer: un corazón con una flecha y dos nombres:

     Blas y Elvira."


     Aquí el olmo se quedo en silencio y yo, impaciente le pregunté qué había pasado después.

     " Elvirita se apagó y murió dos semanas mas tarde. Y ¿ves que aquí antes hubo una rama que alguien cortó? Era la rama de la que se colgó el teniente Alcazar"






                                                                                          Fransabas
                                                                                      Octubre 2011
















                                          El olmo, acuarela y dibujo a lapiz. Fransabas                    













jueves, 6 de octubre de 2011

EL PINTOR DE ALMAS 3

 













          En los círculos burgueses de la pequeña población había un cierto   revuelo.
          Un pintor, famoso por sus retratos, había llegado a la ciudad. Decían  de el que era capaz de reflejar en sus retratos la personalidad del retratado, sus virtudes y sus vicios, sus miedos y sus esperanzas. Decían que no eran rostros sino almas lo que pintaba al fin.  Los mas eminentes prohombres pugnaban por ser retratados por el. Todos querían colgar de sus salones sus retratos y los de sus seres queridos y no escatimaban dineros ni obsequios para que el pintor los inmortalizase.

       Mateo de Lezna era uno de ellos. Desde que su hermano mayor había desaparecido misteriosamente hacia unos diez años, partiendo se decía tal vez rumbo a las Américas, dejando a su único hijo a su cargo, se había hecho con la fortuna de la familia la cual no había dejado de crecer. La vieja mansión familiar, antes una gran casona junto al bosque, era ahora un palacete rodeado de cuidados jardines de refinados parterres y caballerizas donde, hermosos ejemplares de caballos árabes, eran tratados mejor que los criados de la casa e incluso que el el propio sobrino del señor, el cual había de llevar una vida de humillaciones constantes por parte de su tío. Este le trataba casi como un criado mas, había de trabajar en el cuidado de la mansión que por derecho debía de haber sido suya a la muerte de su padre.

     El afán de destacar por encima de sus paisanos y el carácter narcisista
del señor de la casa era bien conocido de todos. Mateo era un hombre orgulloso e intransigente que tiranizaba a todos los que le rodeaban. El ser inmortalizado en un cuadro por aquel pintor, pronto se convirtió en un deseo vehemente. Por eso le hizo llamar. Cuando este le respondió que habría de esperar porque ya tenía varios encargos que realizar, el tirano se enfureció. Mandó a su sobrino con una bolsa de oro, de un valor tres veces mayor al del valor convencional de un retrato al oleo, con la exigencia de que el pintor aceptara el encargo si no temía las consecuencias del rechazo.

   Juan, el sobrino, volvió tras varias horas con la promesa por parte del pintor de que aceptaría la invitación. A nadie pasó inadvertido las consecuencias de la entrevista del pintor con el sobrino. Este volvió profundamente impresionado por la personalidad fuerte y misteriosa del artista, pero no habló con nadie de ello, ni aun cuando fue preguntado.

   Tres días despues apareció el pintor y durante un mes pintó. Primero hizo posar al dominante señor de la casa, el cual le trataba como estaba acostumbrado a tratar a todo el mundo. El pintor parecía mantenerse encerrado en si mismo mientras trabajaba. No respondía a los improperios del poderoso sino que cuando este le increpaba por algún motivo se limitaba a mirarlo fijamente en silencio hasta que el señor acababa apartando la vista.

   Cuando tras tres meses acabó con la figura de Tomas de Lezna, el pintor tomo apuntes de los jardines, las caballerizas y los arboles que rodeaban la casa. De forma minuciosa tomo apuntes de los caballos, los perros de caza, las rosaledas y los estanques. Parecía que le interesaba todo lo que rodeaba e importaba al tiránico señor.

   Al fin, un día recogió sus bártulos y salio de la casa. Marchó a su estudio y allí estuvo encerrado dos meses mas, despues de los cuales, mando avisar de que ya estaba acabado el cuadro y podía ser recogido.

    Fue al sobrino a quien Mateo encargo recogerlo. Juan, con cuatro criados, fue al taller del pintor. Cuando vio el cuadro se quedó impresionado. Allí, en la tela estaba su tío. Sentado en una silla trono en el centro de su espléndido jardín ante la imponente casa. Vestido con ricos ropajes de exóticas y caras telas era la demostración pura del poder y la riqueza. El parecido era total, daba la impresión de que la figura que devolvía la mirada al espectador estaba viva. Pero el retrato iba mas allá del simple parecido. En el rostro pintado se veía el vicio, la intolerancia y la tiranía. Era la cara de un hombre intransigente incapaz de buenos sentimientos hacia sus congéneres. La ambición había dejado profundas huellas el la frente bajo la cual, una dura mirada reflejaba crueldad sin sombra de humanidad, compasión o solidaridad hacia sus congéneres.

   Juan contempló el cuadro un largo rato. Tras contemplar la impresionante e inquietante figura, su vista recorrió el resto de la tela. Allí estaba, tras el personaje, la gran casona, las cuadras, delante de las cuales los hermosos alazanes parecían piafar a punto de salir galopando del cuadro. Allí estaban los jardines, los parterres, las rosaledas y, al fondo los grandes arboles, alguno de los cuales centenarios. Recorrió con la vista el paisaje, mirando admirado cada detalle hasta que algo le llamó la atención. Delante del viejo roble, en un rincón del jardin, había algo que no recordaba haber visto antes:
un pequeño montículo y, lo mas extraño, una espada, que le resultaba lejanamente familiar, clavada en el.

     Para el día siguiente, Tomas de Lezna había organizado una fiesta en la mansión con motivo de la presentación de su retrato. A ella acudieron otros magnates, que como el, rivalizaban por el poder y el control del comercio local.
   Los ricos señores se exhibían junto con sus mujeres y amantes luciendo las ropas y joyas que denotaban su riqueza y poder. El cuadro fue expuesto en el gran salón donde fue la admiración de todos los asistentes. Juan volvió a contemplar el cuadro y advirtió algo que le llamó la atención: el pequeño montículo bajo el roble había desaparecido bajo unas toscas pinceladas que alguien había añadido torpemente ese mismo día.

   Juan, que ya por norma pasaba desapercibido en la vida cotidiana de la casa, aprovechó el ajetreo de la celebración para salir al jardín y dirigirse al viejo roble. Hacia mucho que no se fijaba en el árbol ni en el zarzal que, muy tupido, crecía a su alrededor. Lo apartó con las manos, no sin llevarse mas de un pinchazo y, si, vio el pequeño montículo que no recordaba que estuviese allí cuando era pequeño y jugaba alrededor del roble. Sorprendido y lleno de curiosidad fue a las cuadras y volvió con una pala. Cavó no sin trabajo pues tenía que apartar las zarzas al mismo tiempo. Cuando empezaba a preguntarse si estaba perdiendo el tiempo, la pala toco algo. Siguió cavando y poco a poco fue quedando al descubierto los restos de un cuerpo humano. Una raída túnica, agujereada por una oxidada espada, envolvía un esqueleto en una de cuyas manos, cuando el chico apartó la tierra, brilló el anillo de Gonzalo de Lezna, su padre.
Aterrado, giró sobre sus talones para salir corriendo en busca del alguacil cuando casi se dio de bruces con la fría sonrisa del enigmático pintor y sintió como aquella mirada tenia una fuerza especial e irresistible, sitió como miraba dentro de su alma. 




                                                                       Fransabas
                                                                     Agosto 2011







domingo, 14 de agosto de 2011

EL PINTOR DE ALMAS 2


                                                         Adriaen Brower (1605-1638)



      EL PINTOR  DE ALMAS 2

      Aun hoy, casi cincuenta años después, recuerdo sus ojos. Oscuros y fríos cuchillos que parecían clavarse y traspasar todo aquello que miraban. Reflejado en ellos, el brillo del fuego de la chimenea, junto al que estaba sentado en silencio, parecía el destello del mismo infierno. Recuerdo la penumbra de la taberna y las risas de los borrachos en la mesa del rincón.
      De vez en cuando levantaba la vista del papel y sus ojos recorrían la estancia. Era entonces cuando se cruzaba su mirada con la mía y una extraña debilidad acompañada de escalofríos hacía encoger todo mi cuerpo.
      Las risotadas y gritos de los borrachos iban en aumento y apenas dejaban oír el crepitar del fuego en la chimenea. El parecía concentrado en lo que dibujaba sobre el tosco papel y daba la sensación de que no le importase el ruido y el apestoso olor a vino rancio de la taberna.
      Desde mi propio rincón le observaba con una mezcla de curiosidad y temor. Por aquel entonces yo era un niño de ocho años. El tabernero me había recogido de las embarradas calles donde me había encontrado abandonado y pidiendo limosna. Me daba algo de comida y un jergón de paja para dormir a cambio de mi trabajo limpiando la mugre de las vomitadas, meadas y resto de vino derramado por los borrachos.
      Aquella noche había tormenta y el viento silbaba a través del ventanuco, pero no parecía que esto distrajese la concentración del pintor en su cuaderno.
     La curiosidad me hizo perder parte del temor que aquel hombre me inspiraba y, con una jarra de vino en la mano para rellenar su vaso, me acerqué a el. Pude entonces ver su dibujo y sentirme admirado de la perfección con la que había dibujado la oscura estancia, pero lo más sorprendente era que la había dibujado vacía, sin ninguno de los personajes que allí estábamos.
     Apartó la vista del dibujo y me miró fijamente durante unos segundos, durante los cuales me pareció que todo a mi alrededor se hacía borroso para después convertirse en simples lineas.
     Una sucia manaza me cogió por el hombro apartándome. Uno de los borrachos se había acercado a nosotros y echándome a un lado se acerco a mirar el dibujo. Sus ojos vidriosos por el vino rancio fueron del papel a los del pintor.

     -¿Que es esto, pintor? -balbuceó con su voz pastosa- ¿Tan feos somos que no pones en tu dibujo? -dijo tambaleándose. -¡Quiero que me pintes ahí! -gritó pegando su cara a la del pintor.
     -Quiero ser como esos señores importantes y ricos a los que pintáis en sus casas señoriales.

     -No creo que te convenga eso, amigo-, respondió el pintor mirando fríamente al tipejo. Mejor toma otro vaso de vino, yo te lo pago, y mantente lejos de mi.

     El borracho miró al pintor mientras dejaba sobre la mesa su jarra y sacaba de la faltriquera una vetusta pero gran navaja y la apoyó en su garganta.

     -¡He dicho que me pintes!, perro. -escupió el patán.

     Sin apartar sus ojos de los del borracho el pintor sonrió con una mueca fría y dura que habría asustado a aquel individuo si no hubiese estado tan borracho.

    -¿De verdad quieres que te pinte? Bien, sea. -dijo fríamente.

     Con movimientos rápidos empezó a dibujar. Mientras en su rostro se mantenía la gélida sonrisa, parecía que al borracho le iban abandonando las fuerzas y su expresión pasaba de la de la ira que produce el alcohol a la de quien pierde definitivamente la razón.

     Durante unos minutos solo fue audible el sonido de la tormenta y el crepitar de la lumbre en la chimenea. Los demás compadres del borracho guardaban silencio aunque sonreían divertidos ante la acción de su compinche. Este, que aún mantenía el cuchillo apuntando a la garganta del pintor, poco a poco iba dejando caer los brazos, como si le abandonasen  las fuerzas.

     -Ya esta, mirate, -dijo el pintor girando hacia nosotros el papel.

     Me quede asombrado por lo que vi. Era el retrato perfecto de aquel individuo. En el se reconocía la bajeza que crea la miseria y la incultura. En aquel retrato se veía el rastro que deja el vicio, el rencor y vileza.

     El borracho miró sin parecer verse y sin que cambiara su semblante, al contrario de todos nosotros que estábamos fascinados con la semejanza de aquellos trazos de carbón con la expresión de la cara del matón.

     Sin que desapareciese el esbozo de irónica sonrisa de su boca, el pintor volvió a girar el papel hacia el y, mirando al dibujo, hizo un gesto con la barbilla señalando a los otros borrachos.

     -Matalos. -Dijo fríamente.

     El borracho, como un autómata se giro sobre si mismo y empuñando su navaja se encaminó hacia el tipo mas cercano, el cual, paralizado por la sorpresa, no tuvo tiempo para esquivar el navajazo que le corto limpiamente la garganta. El otro compañero si pudo incorporarse y sacar su propio cuchillo que esgrimió ante el atacante que se le acercaba babeando y con los ojos vidriosos y perdidos. Los cuchillos se cruzaron para clavarse ambos en los vientres de los dos tipejos.

     Ahora el silencio era casi total. Fuera había cesado la tormenta y el único sonido era el de los tipos que boqueaban mientras la vida se les escapaba a borbotones con aquella sangre mezclada con vino rancio. Los demás asistentes estábamos petrificados, no por la pelea, algo frecuente y cotidiano en aquellos tugurios, si no por como se había desarrollado. Solo el pintor parecía tranquilo e incluso ajeno a la escena. Seguía mirando el dibujo con su siniestra sonrisa.
     Cuando al fin apartó su mirada del papel fue para clavarla en la mía. Supe entonces que captaba lo que yo estaba sintiendo en aquel momento: fascinación.

     Estaba fascinado por lo que parecía que solo yo había visto, de como aquel ser que se había vuelto contra sus compañeros, había dejado su alma atrapada en los trazos de carbón sobre el papel.
     Supe que el pintor lo sabía, que notaba mi deseo de coger aquel carboncillo y... dibujar...dibujar como él.

     Dibujar...eso era para mi lo mas importante en aquel momento. Por encima del horror,  de lo sórdido del suceso, solo sentía ganas de dibujar. Hubiera dibujado yo también la escena en la rancia taberna, ajeno a al muerte de los hombres que yacían en el embarrado suelo. Hubiera dibujado sus rostros agonizantes o la silueta de los arboles que, fuera , se sacudían el agua de la tormenta. En aquel momento todo era para mi el anhelo de dibujar.       Era algo que flotaba en el ambiente sórdido del oscuro antro o en el paisaje que se entreveía por la vieja puerta. Dibujar, con ansia, como una necesidad vital para sobrevivir. Dibujar para atrapar en el papel el alma de los seres y las cosas, para atrapar y hacer mía la fealdad o la belleza.

     Y el lo sabía.

     Por eso cogió el carboncillo que había usado y me lo ofreció.

     -Dibuja, -dijo mirándome fijamente a los ojos. Después se levantó, se dirigió a al puerta, y se perdió en el crepúsculo.


      Al coger aquel carboncillo supe que yo también había perdido mi alma. 

                                                           Fransabas, Agosto 2011





                                                                       Adriaen Brower


VIENTO





        
      Era ya muy tarde. El sol se acercaba a la línea del horizonte y pintaba de rojo la silueta de la aldea y las nubes bajas que parecían mezclarse con las zarandeadas copas de los viejos árboles.
      Abuelo, ¿quién hizo el viento?
      Mi abuelo dejó en el suelo el haz de leña que cargaba en la espada y que habíamos recogido en el bosque. Miró hacia los agitados árboles al mismo tiempo que apretaba su sombrero que parecía querer salir volando. Pareció pensar la respuesta un momento, aunque yo sabía que mi abuelo no necesita pensar mucho sus respuestas a mis preguntas.
     Verás, Iván. Hace muchos años, muchos años antes de nuestro Dios, existieron otros muchos que rivalizaban entre ellos por el poder y el dominio sobre el mundo de los hombres.
     Entre estos dioses había una diosa, Invidia, que despechada y celosa del éxito de otro dios, Cupido, se propuso destruir todo lo que este hiciese. Así, creó esta fuerza que zarandea los árboles y levanta el polvo de los caminos para separar aquellos abrazos que, el dios del amor, Cupido, provocase en las parejas de enamorados. Así, cuando el viento sopla es porque en algún lugar, un hombre y una mujer se están abrazando, y cuanto más fuerte es el abrazo, tanto mas fuerte es el viento que intenta separarlos.
Miré a mi abuelo con admiración. El siempre convertía una respuesta a mis preguntas en un cuento o una historia. Caminamos en silencio hasta llegar a la casa cuando ya anochecía. Mi abuelo fue a encerrar las ovejas y yo entré en la casa donde mi abuela cortaba verduras que echaba a la olla que hervía en la chimenea.
      ¿Abuela, ¿quién hizo el viento?
También me gustaba como mi abuela respondía a las preguntas de aquel niño de siete años que yo era. Se volvió hacia mí sin acabar de erguirse y con el cuchillo y media zanahoria en las manos.

    --¿El viento? Pues verás... -se acercó a mí y me miró a los ojos llenándolos de la dulzura de los suyos.-Verás, hace muchos, muchos años había una diosa musa que se llamaba Euterpe y, como regalo a los hombres, creó la música. Otro dios le construyó una flauta de madera mágica. Para hacerla sonar debía de soplar en ella. Al hacerlo el aire salía convertido en música unas veces y en viento otras. El viento es la música que suena cuando un hombre y una mujer se abrazan cuando se quieren y que solo ellos saben escuchar. Cuanto más fuerte es el viento, mas fuerte es el amor que los une. 

     No dije nada. Las dos respuestas me gustaron. En mi imaginación infantil las dos respuestas se fundieron en una y decidí esperar a ver que pasaba cuando yo abrazase a una mujer a la que amase.

      Ayer mi nieto me preguntó que es el viento.

      El viento es la voz que usa la Naturaleza para contarnos historias. De ti depende el saber escuchar y en oír música, lamento triste o rugido amenazador. Cuando abraces a la mujer que ames, abrazarla muy fuerte, así convertirás el viento en música y ningún dios, bueno o malo, podrá separarte de ella.




                                                                        Fransabas
                                                                      Agosto 2011

















                                                       Barend Cornelis KoekKoek (1803-1862)
                                                                                   Viento

lunes, 24 de enero de 2011

EL NUEVO COCHE





                              
                                                                          Fransabas. Carretera N 211 Guadalajara




             Manolo apretó el acelerador.

            Ante él tenía la carretera y al volante su nuevo coche deportivo que acababa de recoger del concesionario de su amigo Paco.
            Empezaba a embriagarle la sensación de velocidad cuando sonó su móvil.
            Activó el manos libres y al otro lado del teléfono sonó muy excitada la voz de su amigo Paco.

            ¾¿Manolo... ?
           
            ¾Si, dime Paco¾, contestó Manolo mientras apretaba aun mas el acelerador y la aguja del cuentakilómetros se acercaba a los dígitos de una velocidad vertiginosa¾. ¿Qué me cuentas?

            ¾Manolo, procura no subir la velocidad a mas de ochenta  por hora y vuelve al concesionario. Nos han dado aviso de que, en ese nuevo modelo, hay un fallo en los sistemas de frenos y dirección y a partir de esa velocidad se bloquean y no responden. ¿Manolo?  Hay ruido...
           ¿Estas ahí, Manolo... ?  Responde... ¿Manolo?


                                                                                                                   Fransabas
                                                                                                                   Enero 2011





domingo, 23 de enero de 2011

EL OLMO

                                                      
                                                                                      Fransabas
                                                                                            El Olmo.  año 2oo2
                                                                                   Pastel sobre papel. 50x70 cms


             Los olmos se estan muriendo.
             Estan desde hace mas de 30 millones de años en la Peninsula Iberica, pero ahora la grafiosis,   una enfermedad transmitida por un insecto (el escolítido) portador de un hongo, es la causa de que estos majestuosos arboles estén al borde de la extinción.
            Este está en un pueblecito a donde suelo huir cuando puedo. Allí, a la entrada, junto al pairón, lo dibuje hace unos años, justo uno o dos antes de que muriera.
            Era una mañana de junio y, como el carro que reposaba cerca de él, me contó su historia, una historia que algún día contaré aquí.
            Cortaron su tronco seco y muerto y ahora, cada año cuando vuelvo, busco en su tocón con la esperanza de descubrir un nuevo brote.
            Tal vez este año.


                                                                                     Fransabas