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miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL PINTOR DE ALMAS 4

         


                                                              Adriaen Van Ostade
                                                             El pintor en su estudio.


      Fuera llovía. El joven pintor miró como las gotas resbalaban por los cristales de la ventana. La lluvia duraba ya mas de diez días y le parecía que el agua había comenzado a calar su cuerpo aunque apenas había salido de su taller. El color gris inundaba toda la estancia y se grababa en el lienzo que colgaba de su caballete. Sentía ese mismo color gris en sus manos y en su cara; le recorría el cuerpo entero causándole estremecimientos, ahogándole, pero su necesidad de pintar era mas fuerte. Era una sensación incontrolable, compulsiva, que le mantenía despierto hasta altas horas de la noche; hasta que el cansancio le vencía y acababa dormido apoyado en la mesa junto a su caballete.
      Hacia ya mas de cinco años que su viejo maestro había muerto dejandole solo al frente del taller. Durante esos pocos años, el joven había alcanzado cierta fama; se decía de el que era uno de los mejores pintores de la comarca, dejando muy atrás a su maestro.
      Pero eso no le bastaba; necesitaba ir mas lejos, alcanzar lo que nadie antes había logrado: pintar lo que había dentro de los hombres y la esencia de las cosas. Pasaba horas simplemente contemplando a los lugareños; intentando ver mas allá de la piel, intentando adivinar que sentían, que creían, sus temores, y sus esperanzas. Deslizaba sus ojos por los contornos de los rostros; analizaba la forma de las bocas, las caídas de los parpados, la inclinación de las cejas, las arrugas de la piel...
      Buscaba en aquellos cuerpos, en aquellos rostros, las huellas de los vicios, del amor o de la ternura.
      Y era eso lo que quería pintar. Deseaba apoderarse de las caras y plasmarlas en sus lienzos, deseaba poder contemplarlas después y reconocer en las pinceladas la fuerza de la vida, una vida que no solo buscaba en los hombres, sino que también buscaba en todo lo que le rodeaba. Quería poder captar, al pintarla, la savia que recorre el tronco de un árbol, la fidelidad en los ojos de un perro, la frescura en el agua del arroyo. Deseaba que sus pinceles fuesen herramientas capaces de arrancar la esencia para trasportarla a la tela.
      Pero sabia que no lo había conseguido y que tal vez no lo consiguiera en toda su vida. Y una sensación de rabia e impotencia le embargaba aquella noche. Iluminado apenas por unas palmatorias y el fuego de la chimenea, sentado tras de su caballete, pintaba la chimenea y el bodegón que había preparado en la mesa que dominaba la estancia. Tenía la sensación que la llamas bailaban burlonamente, riéndose de el, esquivando al pincel que pretendía atraparlas.


      Apretaba los dientes y daba un brochazo de rabia sobre la tela cuando sonaron unos golpes en la puerta.
      Al principio pensó que, tal vez, el viento había hecho golpear las ramas del sauce contra la madera, pero cuando los golpes se repitieron,
tuvo la certeza de que alguien llamaba a la puerta.

      -Si...¿Quien es? ­-respondió con cautela­.

      -- Un viajero y amigo ­-respondió una profunda y grave voz.

      Durante un momento dudó; con precaución se levantó y se dirigió a la puerta sin soltar la paleta y pinceles que sujetaba con la mano izquierda.       Con su mano libre levantó la pequeña portezuela de la mirilla y miró al exterior. Ante la puerta un elegante desconocido le sonreía bajo un afilado bigotillo muy negro. Unos ojos gatunos y brillantes le miraban fijamente con una extraña fuerza que vencieron su desconfianza haciéndole abrir la vieja y pesada puerta de madera.

      -Buenas noches, pintor ­-dijo levantando el ala de su chorreante sombrero­-, ¿Puedo pasar?
      El joven pintor se echó a un lado, dejando entrar al extraño el cual sacudió su mojada capa y se sentó tranquilamente en la butaca junto a la mesa donde el pintor había dispuesto la naturaleza muerta que pintaba.

      -Y bien, ¿en que puedo serviros? ¿Deseáis un retrato? ­-preguntó el pintor, de pie ante el desconocido.

     -No, joven, no. El motivo de mi visita es el proponeros un negocio
­-dijo el elegante visitante con una fría sonrisa-, un negocio en el que ambos podemos salir beneficiados.

      -¿Un negocio? No me interesa negocio alguno que no sea el que me proporcione el fruto de mis pinceles ­-dijo el pintor sentándose de nuevo en su taburete y volviendo a retomar su trabajo sobre la tela. Sentado ante él, el desconocido se arrellanó en el butacón si dejar de sonreír. El fuego de la chimenea resaltaba mas aun el tono rojizo de su rostro.

      -De eso precisamente se trata, de vuestra arte; de ese arte que deseais alcanzar, de esa necesidad secreta vuestra.

      -¿Que sabéis  de mi y de mis necesidades? ¿Y quien sois vos?
­-preguntó el joven algo molesto por la petulancia del desconocido pero con curiosidad.

      -Se mucho mas de lo que pensáis, pintor, se cual es vuestro deseo secreto y se como podéis alcanzarlo, y... podéis considerarme un amigo.

     -¿Si? ¿Y cual es, según vos ese deseo mio? ­-preguntó el pintor asomándose desde detrás de su cuadro.
     -Pintar el alma ­-respondió secamente el extraño personaje.

     Por un momento, el joven dejó de pintar y miró sorprendido a su visitante. Este permaneció en silencio mirándole fijamente siempre con la sonrisa en sus finos labios.
     -¿Como podéis saber vos eso de mi? ­-preguntó el pintor, moviendo rápidamente su pincel sobre el lienzo.
     -Yo se muchas cosas, no solo de vos si no de muchos hombres. Digamos que he sido dotado con esa capacidad y que recorro los caminos satisfaciendo deseos ­-la sonrisa del desconocido tomó una curva irónica.

     -¿Que sois, un mago? Y si es así, ¿Que queréis de mi? ­-preguntó el pintor impregnando su pincel con la pintura de su paleta.

     -Lo que os dije al principio: proponeros un negocio, un trato
­-respondió el desconocido­-, un negocio en el que ambos ganaremos.

    -Bien, decidme pues de que se trata ­-respondió ya impaciente y curioso el pintor mientras frotaba su pincel sobre la tela.

     -Un alma por todas. Vuestra alma a cambio de todas las que deseéis pintar ­-respondió secamente el extraño, por primera vez sin sonreír y con un tono de voz tan gélido que el joven sintió un escalofrío.


     Durante unos instantes solo fue audible en la estancia el sonido de la lluvia y el viento que fuera azotaba los arboles.


     -¿Mi alma a cambio de que exactamente? ­-pregunto el joven artista con una expresión de sorpresa en el rostro.

     -Vuestra alma por todas las que pintes. Podréis reflejar en vuestros lienzos el interior de los hombres, atraparlos con tus pinceles, y lo que es mejor, poseer sus voluntades.  Hareis vuestro todo aquel o todo aquello que pinteis. Tan solo a cambio de que cuando dejéis este mundo, vuestra alma me pertenezca solo a mi y a mi voluntad. ¿No os parece un buen trato? Vuestra alma a cambio de todas las que podáis pintar y atrapar.

     Por el rostro del pintor se sucedieron una oleada de expresiones diferentes. De la  sorpresa inicial pasó a la reflexión y  de esta a un gesto de decisión  final.  Podía negarse a aceptar el trato y seguir como hasta ahora, con su vehemente deseo sin cumplir. ¿Que sería así su vida?
Seguiría como hasta ahora siendo sólo uno mas de los grandes pintores de su época, pero uno mas al fin y al cabo. Llegaría hasta donde antes habían llegado otros, no mas lejos. Y no quería alcanzar el fin de su existencia con esa sensación. Era como un fracaso. ¿Para que serviría entonces su alma? ¿Para vivir atormentado por no haber llegado a alcanzar su meta? ¿Valía la pena ?

     -Bien, acepto. ­-Pronunció las dos palabras sin un titubeo, con una firmeza y decisión que no dejaron de sorprender al visitante.

     -De acuerdo pues, sea. ­respondió el caballero volviendo a recuperar su fría sonrisa.

     -¿Cuando comienza a tener efecto el trato? -­pregunto el artista volviendo con expresión despreocupada a su trabajo sobre la tela.

     -Desde el momento en que chasquee los dedos ­-respondió el visitante alzando su mano izquierda y juntando sus dedos anular y corazón y ampliando su sonrisa hasta mostrar unos finos y blancos dientes.

     Durante unos segundos volvió a reinar el silencio en el taller. 

     ¡Chas!

     Sonó el chasquido. El joven pintor pareció no dar importancia al momento y siguió, durante unos instantes, con su trabajo sobre la tela.

     Ante esa aparentemente fría reacción por parte del pintor, el caballero pareció sorprenderse.

    -¿No decís nada? Ahora ya poseéis ese poder que tanto habíais anhelado.

     El joven siguió pintando sin responder a su visitante. Al fin sonrió y sin decir una palabra giró su cuadro hacia el extraño personaje.

     En el rostro del caballero, la palidez ocupó el lugar de la sonrisa.
Sus ojos gatunos se abrieron desmesuradamente mirando el cuadro.
Allí, pintado sobre el fondo de la estancia, estaba él, estaba su retrato.



                                                          Fransabas
                                                  Diciembre del 2011