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miércoles, 8 de octubre de 2014

     EL PINTOR DE ALMAS 6



Cuando el viejo pintor abrió la puerta, una ráfaga de aire fresco hizo estremecer a la modelo que posaba desnuda. El hombre, de corta barba blanca, se acercó al caballete donde un joven trabajaba sobre el retrato al óleo. Apoyó su mano derecha sobre el hombro del chico y, en silencio contempló el cuadro durante unos minutos. Al fin, con voz queda y ronca dijo:

-Muy bien chico, el parecido, la composición y la luz son casi perfectos. Este será un buen desnudo.

-Si, se que será bueno pero también que no será perfecto, como dicen que es su famosa “Mujer de ojos verdes”, la que consideran su obra maestra.

-Nunca se llega a pintar la obra maestra. Tal vez solo en sueños se pueda llegar a ello; en la realidad siempre queda la certeza que la belleza no es posible plasmarla, solo acercarnos a ello engañando a nuestros ojos con pintura.

-Tal vez sea así, -dijo el chico- Pero usted con ese cuadro se acerco mucho a ello. ¿Cuánto tiempo tardó en realizarlo, cuanto posó la modelo?

-Ella nunca posó- dijo el viejo sonriendo y mirando al muchacho fijamente. Este, abrió mucho los ojos por la sorpresa.

-¿De verdad? ¿Cómo es posible? Si parece estar viva, casi parece que se la vea respirar. ¿Cómo es posible pintar a alguien así sin tenerla delante?

-Pues ya ves, se puede, hay una fuerza que no podemos controlar que es capaz de las mayores proezas, las mas grandes locuras y la mas maravillosa creación.

-¿Quién es la modelo, como la pintó?

-Delante de mi taller hay una pequeña plazuela con unos bancos de madera. Allí, hace muchos años, cuando yo era tan joven como tú ahora, cada tarde, una hermosa muchacha  solía sentarse. Podíamos vernos a través de mi ventana mientras yo trabajaba. Nuestras miradas se cruzaban a menudo y nos quedábamos mirando fijamente sin más. No necesitábamos hablarnos, nuestros ojos lo decían todo. La pinté poco a poco, tardé años, estando ella presente solo en mi memoria. ¿Preguntabas antes como pude pintarla así? Hay una fuerza superior a nuestra voluntad, que guía nuestra mano y nuestros pasos sin que podamos resistirnos a ella…

-¿Qué es esa fuerza que guió sus pinceles?

-Esa fuerza, joven amigo, se llama amor.



                                                                     Fransabas
                                                                  Octubre 2014






                                                                        Lori Earley



lunes, 3 de febrero de 2014





EL PINTOR DE ALMAS 5



     No se cuanto tiempo me queda. La última pincelada esta cerca. Seguramente será apenas un puntito para crear un brillo en uno de sus ojos. Mientras preparo el pincel e intento controlar el temblor de mi arrugada mano, una voz interna me machaca repitiéndome que ha llegado el momento de la despedida. Pero con esa última pincelada no llega la paz que anhelo. No se acaba el retrato con ese ultimo toque de pintura. No sin su historia. Y su historia comienza así:

    Cuando apareció en mi taller de pintura, con su  hijo de la mano, no fui consciente en un primer momento de que mi vida estaba a punto de dar un giro total.
Era hermosa, tanto que parecía lejana e inalcanzable para la mayoría de los hombres. De larga cabellera rubia, sus grandes ojos verdosos parecían estar llenos de agua de mar. Su voz era tan sensual como los labios que esbozaban su dulce sonrisa. Parecía emanar con ella un viento cálido que traía aromas de un lugar lejano, tan lejano como el horizonte del fondo de su mirada. Aquellos ojos parecía que habían atrapado mil paisajes, eran como una ventana a mil cielos y estrellas. Aun hoy siento aquella sensación de sentirme cautivo, atrapado sin poder apartar mi mirada de la suya.

    Tartamudee mientras acordamos el precio y cuando pintaría a sus hijos, unos chicos de ocho y nueve años, morenos como ella.


    Durante las semanas siguientes vinieron a las horas concertadas y mientras yo, cada vez mas nervioso intentaba concentrarme en la pintura, ella se sentaba junto al chico. Me costaba muchísimo apartar mi mirada de la suya, olvidaba muchas veces el cuadro del niño y mi mano trabajaba desconectada de mi consciencia. Me atrapaba con su sonrisa, con su voz. A veces un pequeño soplo de aire movía su pelo y lo convertía en la vela al viento de un navío que viene de cruzar un largo mar y trae consigo los relatos de lugares lejanos. El aura que la envolvía me atrapaba y apartaba de la concentración necesaria para realizar mi trabajo.

    Una tarde, casi al anochecer, al cerrar mi taller y salir a la calle la encontré sola. Ella se dio cuenta de mi turbación y con una sonrisa entre dulce y traviesa me pregunto:

    -¿Tienes algún problema conmigo, pintor?
    - Si,-conteste-. Necesito pintarte.
    Y con torpeza, casi temblando, la besé.

    Y empece el mejor cuadro de mi vida, mi obra maestra.


    Recuerdo las semanas siguientes como un sueño. Hundido en sus ojos, atrapado por su esencia, esclavizado por su voz y por sus gestos. Empecé a descubrir en ella mis propios recuerdos, los de antiguos amores. Me di cuenta que ella poseía un algo de cada una de las mujeres que me habían atraído antes, el pelo de la que me gusto por su pelo, el caminar cimbreante de la que me hizo descubrir la belleza de las caderas femeninas, la boca de quien me enseño a besar, la voz de quien oí por primera vez "te quiero".
Ella era todas, lo mejor de cada una, y a su vez las anteriores no habían sido mas que el anuncio de su llegada; ella era el universo que reunía todo lo que me había echo vibrar alguna vez de una mujer. Ella guardaba mis recuerdos, mis sueños, mis sensaciones en cada rincón de de su cuerpo, en cada palabra, en cada mirada. En su regazo seguía durmiendo el niño que fui, en su cuello, tras su melena rubia, se refugiaba el adolescente tímido asustado ante su primer beso. Me enseño a soñar.


    Me volví loco. Me hundía en sus boca, me abandonaba a su abrazo, soñaba con ella con mundos etéreos, refugiaba todo mi ser en su pecho, entre su pelo, me vaciaba entre sus piernas.

    Poco a poco fui pintando su retrato, y con cada pincelada me iba dando cuenta de que mi alma ya no me pertenecía, que ahora era ella mi dueña.

    Una tarde, con mis sentidos embotados como se había convertido en costumbre, salí a pasear, como siempre con la sensación de que mis pies no tocaban el suelo. Casi sin darme cuenta entré en el Gran Museo. Allí me llevaba mi instinto cuando necesitaba salir de mi mundo cotidiano y viajar por los paisajes de los viejos pintores. Muchas horas había pasado sentado ante un cuadro, ante retratos de personajes que me miraban desde su marco. Pero aquel día, mientras paseaba por una de las salas de los renacentistas, un cuadro llamo súbitamente mi atención. Era un retrato, el de la mujer a la que que yo amaba y pintaba.





    Me pareció que el sonido del latido de mi corazón retumbaba en la sala. No podía creerlo, era ella. Allí estaba con su pelo, su mirada, sus altos pómulos, su frente despejada. Allí estaba la sonrisa que me tenia atrapado. Mire el autor, un pintor veneciano de principios del siglo XV. Lo conocía. Sabia que había trabajado entre Milán y Venecia y que murió relativamente joven, justo tras...acabar aquel
retrato.



    De pronto a mi mente acudió como una ráfaga el recuerdo de la historias parecidas de otros pintores. Fui a buscar los que recordaba en aquel momento y que justo era también del siglo XV, pero al final. Rápidamente recorrí sus cuadros, y, aunque los había visto cientos de veces, me pareció descubrir entre ellos uno que me había ya llamado la atención por la belleza de la dama retratada, pero que ahora me dejo sin respiración: era ella, la misma mujer del cuadro anterior, pintada cincuenta años mas tarde, la misma que ahora yo estaba pintando.


    Recorrí el museo hasta que un vigilante me apercibió de la hora del cierre.
Aturdido la había visto pintada en mas de una docena de cuadros. En todos ellos
con una belleza cautivadora. Las pinturas se sucedían en el tiempo; todas las épocas, todos los estilos pictóricos hasta ahora mismo. La vi en los claroscuros del Barroco, en la melancolía del Romanticismo, en los colores vibrantes del Impresionismo...y todos los cuadros tenían una historia parecida detrás.



    Todos los pintores parecían haber amado a la misteriosa modelo, todos murieron al poco de pintarla.

    Ahora tengo el pincel en mi mano. El temblor casi no me deja dar la última pincelada, apenas un puntito de luz, el brillo de sus ojos. Daré esa pincelada pero se que no será la ultima, como no lo será el último beso. Moriré y naceré cien veces más para volver a encontrarla, para volver a pintarla.




                                                                      Fransabas