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domingo, 16 de enero de 2011

LA MANO

          




        Carlos tragó saliva y  apretó los dientes una vez más. Se levantó para dirigirse hacia la puerta de la consulta desde donde una enfermera rechoncha había gritado su nombre.

Se sentó en la silla que el medico le señaló con su bolígrafo, sin apartar los ojos de la pantalla del ordenador para mirarle.

––Señor Togardo––, dijo mirándole al fin por encima de sus gafas bifocales––, Me temo que las noticias no son del todo buenas. Los resultados de las pruebas han confirmado lo que temíamos: padece usted El síndrome del Dr. Strangelove, el síndrome de la mano extraña.  El síndrome se caracteriza por una disfunción cerebral que hace que una de  sus manos parezca adquirir  vida propia independiente y realiza actos que parecen ajenos a  su voluntad. Ahora podrá comprender que le ocurre con esa mano izquierda que usted no puede controlar a veces.

         No sería tan preocupante la situación si no fuese por esos episodios en que su mano puede realizar  movimientos  o actos peligrosos tanto para usted como para las  otras personas que le rodean. Además, el problema viene dado por la aparición de un tumor cerebral  que podría seguir extendiéndose y  tener fatales consecuencias para usted.

Carlos miró con expresión seria al medico. Estaba mudo. Le parecía estar sufriendo una pesadilla. Hacía tres meses que aquello había comenzado.  Su mano parecía estar poseída por una voluntad ajena a la suya, una voluntad maligna.  Estaba aterrado.

––¿Y qué se puede hacer, doctor?––, dijo Carlos casi sin voz.

––Verá Sr. Togardo: el tratamiento es muy complejo.  Es un síndrome muy raro. Los casos en todo el mundo son apenas  un centenar desde que hay registros. Durante años se ha intentado medicar el raro trastorno con compuestos que raramente han surtido un claro efecto de curación. Pero en los  últimos meses, un prestigioso médico de nuestra ciudad, mediante una avanzada cirugía, se ha convertido en el único especialista mundial en el tratamiento del mal––, dijo el médico con voz grave––. Solo él, mediante una compleja operación en su cerebro, podría hacer algo por usted.

––¿Podría Ud. Remitirme a él, Dr.?––, dijo Carlos apenas con un susurro.

––Puedo, pero he de advertirle que tanto el tratamiento como la operación, se hace en una clínica privada donde trabaja el  especialista y el coste no está sufragado por laSeguridad Social.  Además, es un tratamiento muy caro.

          Carlos  no respondió. Miró casi sin ver los ojos que por encima de las  gafas bifocales del médico le miraban. Sentía como si el mundo entero se desmoronara a su alrededor. No tenia  fuerzas ni para contestar ni para levantarse de la silla.

          Llevaba ya seis meses en paro y se había quedado ya sin dinero en el banco para afrontar los gastos diarios. Desde hacia dos meses había empezado a hacer algo que nunca hubiese creído que sería capaz de hacer:  robar.

         Había empezado con pequeños hurtos en el supermercado pero poco a poco había ido yendo mas lejos y ya había asaltado alguna casa de la parte alta de la ciudad.  Los últimos días había encontrado una casa de aspecto lujoso que le hacía pensar que podría albergar un buen botín. La había vigilado y había visto entrar en el garaje un lujoso coche conducido siempre por  un solitario y elegante anciano.  Le había parecido una apetitosa presa y creía que podría sacar de allí un buen botín.

          No lo dudó.


        ––Dr. deme la dirección de la clínica.

Aquella noche lloviznaba. Carlos apretó la navaja en el bolsillo de su cazadora de cuero y se ajustó el gorro de lana negra hasta casi los ojos. Permaneció agazapado tras la puerta del dormitorio esperando en la penumbra. Había ya oído el ruido de la llave en la cerradura. El dueño de la casa acababa de llegar. Le oyó dejar las llaves en mueble del recibidor y subir las escaleras hacia el dormitorio. También oía latir tanto su corazón que, por un momento, temió que el sonido fuese tan fuerte como para poner en guardia al anciano. Respiró profundamente y se preparó para el encuentro. El hombre entró en la habitación despreocupadamente y Carlos, saltando desde detrás de la puerta, cayó sobre él derribándolo. Apretando al viejo contra el suelo, Carlos le susurró al oído.

––Viejo, no me mires y dime donde está el dinero.

––No tengo mas que ciento cincuenta euros aquí... ––tartamudeó el hombre––, aquí, en mi cartera.

––¡Maldito hijo de puta el viejo este!–– gritó Carlos rojo de ira––, ¿me crees un imbecil?––¡dime donde está la caja fuerte!.

––No tengo dinero aquí... nunca tengo dinero aquí, lo guardo en el banco–– balbuceó el aterrado dueño de la casa.

––¡Maldita sea!–– volvió a gritar Carlos poniendo la navaja en la garganta del hombre––, si no me dices donde está el maldito dinero, te mato.

––Está bien, déjeme por favor––, suplicó el viejo e intentó girarse hacia Carlos. ––le enseñaré donde está la caja fuerte.

Carlos se apartó del hombre y este se levantó con un gran esfuerzo. Señaló hacia un mueble del rincón y se encaminó con pasos vacilantes hacia él. Carlos le siguió.
El dueño de la casa abrió una puerta de madera en el mueble tras de la cual apareció la metálica de la caja fuerte. La abrió y se apartó para que el ladrón pudiese ver el interior. Este miró dentro y revolvió el contenido. Papeles, documentos, y al fin un  grueso fajo de billetes de cien y doscientos  euros. Carlos lo metió rápidamente en su bolsillo y se volvió hacia el viejo y, mientras que con su mano izquierda ponía la navaja en el cuello, con la derecha le asió del pelo y lo empujó sujetándolo contra la pared.

––Muy bien, abuelo, ahora me iré y ...––no pudo continuar. Su mano izquierda se había movido rápidamente, ajeno a su voluntad, y ante sus ojos atónitos,  había degollado al pobre hombre.
Carlos saltó hacia atrás mirando aterrado con los ojos muy abiertos  la ensangrentada navaja que su mano izquierda sujetaba fuertemente. El viejo caía lentamente resbalando contra la pared mientras la sangre brotaba a borbotones de su garganta abierta.
Salió corriendo de la habitación y de la casa sin poder abrir  la mano que seguía aguantando fuertemente la navaja. Cuando al fin, jadeante, se detuvo en un callejón, su mano se abrió para que la navaja cayera al suelo. De una patada la empujó a una alcantarilla y volvió a correr aterrado hacia su casa.

Al dia siguiente Carlos entro en la clínica y se dirigió hacia el mostrador de recepción.

––Srta. Soy Carlos Togardo. Tengo hora para  ingresar y que me opere el Dr. Julio Henriquez.

Lo siento, Sr. Togardo, no puede ser Ud. operado. El doctor Henriquez fue degollado anoche por un ladrón en su casa.




                    Fransabas                                                             Enero del 2011

                    Si quieres saber mas sobre este sindrome puedes buscarlo aqui:

http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_de_la_mano_extra%C3%B1a

Síndrome de la mano extraña - Wikipedia, la enciclopedia libre




1 comentario:

  1. ¡Cuánto mejor que esa "mano" hubiera actuado como nuestra conciencia en positivo... para evitar... en este caso las dos tragedias!

    Aunque del relato corto hubieras tenido que cambiar a otro más largo. P.B.

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