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lunes, 6 de diciembre de 2010

BELIS

BELIS                   
           


                                                                   Belis, Lago Fantanele.                                         




                                                                              “Ni el tiempo ni la muerte
                                                                               pueden ahogar el amor…”





Hacía  ya más de tres semanas que llovía. El viejo Julanu no se había equivocado con la predicción. Razvan miró el oscuro cielo que parecían fundirse con las montañas del horizonte, Los Cárpatos, una inquietante sombra gris que parecía querer absorber la poca luz que las nubes dejaban pasar. Todo eras oscuro, como el vallecito donde se situaba la pequeña aldea y que ahora podía ver a sus pies, a medias iluminado por pequeños puntos de luz rojiza en algunas ventanas de las humildes casas.
Volvió a repasar con la mirada los puntos elevados donde deberían encenderse  las señales en el momento justo. Allí sus hombres esperaban su señal.
 El valle era alargado y estrecho y se dividía en dos brazos que se separaban estrechándose hacia el sur. Parecía el surco de la confluencia de dos antiguos ríos que hubiesen, durante millones de años, excavado la oscura roca y luego se hubiese secado dejando un lecho de fértil tierra donde se habían asentado hombres tenaces y capaces crear un reducto de vida en aquel lugar tan lejos de todos sitios. La primera luz del amanecer hacía brillar el agua que, durante días de lluvia torrencial, se había acumulado tras la alta barrera de gigantescos troncos que sus hombres habían construido en el ramal derecho del valle después de cortar el  cauce del río unas leguas mas al sur y desviarlo hacia el cañón  que conectaba con el valle donde estaba su aldea, Belís.  Parecía una brillante flecha que apuntase a las frágiles casitas  de madera de su pequeño pueblo. Volvió la vista hacia su izquierda para mirar una vez mas la segunda barrera de roca y grandes troncos que cerraba el valle. Las semanas anteriores habían sido agotadoras, una primera batalla contra el tiempo y los elementos pero ahora esta todo a punto. La trampa estaba preparada.
           
Las hogueras de aviso deberían ser encendidas en el momento y con la secuencia justa hasta llegar a los encargados de cortar las gruesas maromas que aguantaban los portones de la presa. No se podía adelantar ni atrasar ese momento, todo el éxito de la maniobra dependía de ello.

Desde su improvisada atalaya podía ver el avance de ejército turco, ya a punto para el asalto final. Esperaría a que estos entrasen por el ramal del sur, el que tenía frente a sí y daría  la señal.

Una voz a su espalda le hizo volverse.

— Ya está, señor—.el soldado era muy joven pero en su cara se veían ya los rastros de otras batallas.

—¿Cumplieron mis ordenes Stefan y sus hombres? — preguntó clavando sus ojos en los del muchacho.






—Si señor, ya está el pueblo vacío y con las hogueras encendidas en las casas, como ordenasteis. Casi todos han llegado ya a lo alto del cerro, mujeres, ancianos y niños.

            —Miró hacia el valle y vió en la distancia una borrosa masa de seres humanos que lentamente subía hacia la colina dejando atrás el pueblecito. La lejanía no le permitía reconocer a nadie por mas que lo intentó.

—Y ella, Tatiana, está  con ellos?

—La última vez que la vi, Servan y cuatro hombres la escoltaban en la salida del pueblo, tal como ordenasteis— respondió el soldado.

No contestó. La imagen de su mujer se fundió con  el paisaje que tenía ante él. Vio en las oscuras colinas la larga melena , en la luz rojiza del amanecer la forma de la boca y el brillo de los grandes ojos verdes en el agua acumulada tras la barrera de troncos. Ansió la paz de aquel paisaje  y  por un momento cerró los ojos y aspiró profundamente el aire frío del amanecer.  Pesó en la belleza que tenía ante si  y una vez mas sintió la necesidad de compartirla con la mujer a la amaba y que se  había filtrado por los poros de su piel para instalarse en lo  mas  profundo de su alma.
Cuando todo acabase podría estar de nuevo con ella. Construiría una nueva casa en lo alto de la colina y buscaría la paz de las noches frente a la chimenea abrazando a su hermosa mujer. Quería dormirse abrazado a ella y despertar también así, pero en otro mundo diferente al que veía ahora, dominado por la violencia y la sin razón.

Apretó los dientes al recordar la mirada fría y cruel de su señor. Aquellos grandes y gélidos ojos grises rodeados de largas pestañas. Recordó la gran nariz aguileña de grandes fosas nasales y las pobladas cejas negras. La crueldad de aquel rostro  delgado y rojizo helaba el corazón del guerrero más fuerte y curtido.  El sonido de las palabras de  aquellos finos labios le recordó el siseo de una serpiente cuando le hablaron:

­­­—”Razvan, hijo de Dimitrie Gladnoz, tu vida va en ello. Morirás empalado si no te enfrentas al turco y retienes su avance hacia el norte mientras nosotros aquí en preparamos el ataque final.”









Vlad Tepes, Vlad III El Empalador, principe de Valaquia, tristemente famoso y temido por sus súbditos por su extremo sadismo y crueldad. El empalamiento era para él un motivo de disfrute. De esa forma había acabado ya con miles de personas y el más mínimo motivo era suficiente para acabar  muriendo de una forma atroz en la punta de una estaca, que no se afilaban para producir aun más sufrimiento.
Se preguntó como podía haber seres humanos capaces de tanta  crueldad. ¿Cuántos había habido así? ¿Cuántos habría después?
           

A su espalda volvió a oír la voz agitada del soldado.
            —¡Señor! ¡Hacen señales desde el pueblo!
            Ravdan miró hacia donde de señala el soldado. Un pequeño grupo de jinetes, cinco o seis cabalgaban de vuelta hacia el pueblo y uno de ellos agitaba en el aire una antorcha que ya destacaba poco en la luz del amanecer. Miró también a la entrada sureste del valle por donde ya un grueso grupo de jinetes, infantes y carros avanzaban penosamente por los campos embarrados dirección a Belís Ya esta allí el  temido ejército turco. Fieras salvajes ansiosas de sangre y pillaje. Bestias sin alma que mataban y destruían todo lo que encontraban a su paso. Tras de si dejaban pueblos quemados, mujeres violadas y cruelmente torturadas y sus cuerpos junto con los de viejos y niños, sádicamente descuartizados.
El turco mantenía una guerra de terror con el demonio de Vlad, competían en sadismo y locura en una guerra cada vez más sin  terrible y sin sentido.
           
            Rápidamente evaluó la situación. Debía decidir dar o no la orden para que las sogas se cortaran. Si se adelantaba, una parte del ejército invasor quedaría a salvo de la embestida del agua a la entrada del valle, y si se retrasaba, los turcos podrían ver la trampa y escapar hacia las colinas poniéndose a salvo. Y ahora justo era el momento ideal.
Volvió a mirar hacia el pueblo y pudo ver como una avanzadilla del ejército enemigo perseguía con rápido galope al grupito de rezagados para darles caza. Estos, en un intento de huir comenzaron un galope dando la vuelta al pueblo. Razvan miro otra vez al grueso del ejercito que ya estaba dentro del valle. Era el momento, tenía que ser ahora o fracasaría la trampa. Una vez más intentó ver quienes eran los jinetes que desesperadamente intentaban huir de sus cazadores sin conseguirlo. No podía esperar a que acabasen el rodeo, tardarían demasiado.






Al fin levantó el brazo hacia el soldado que expectante esperaba sin moverse la orden y lo bajó con un movimiento rápido y enérgico. El muchacho reaccionó rápidamente agitando su antorcha en el aire. Al Instante, una cadena de pequeños puntos de luz roja, a lo largo de los altos que rodeaban el valle y  cada vez más pequeñas y lejanas respondieron a la señal. Cuando la última apenas había dejado de moverse, un estruendo resonó por el valle.
Un gigantesco muro de agua avanzaba con un estruendo estremecedor hacia las sorprendidas y aterradas tropas turcas. Hombres  gritando, caballos en un loco relincho, madera de carros y casas rompiéndose y el rugido estremecedor del agua inundándolo y arrastrándolo todo.
Durante unos segundos pudo ver aun como uno de los jinetes que intentaba escapar de la persecución de la avanzadilla turca, agitaba desesperadamente su antorcha antes de desaparecer engullido por el rugiente torbellino.
Mientras contemplaba como las tropas enemigas eran arrastradas por el agua para luego desaparecer bajo ellas, un pequeño grupo de sus hombres llegaron galopando. 
— ¡Señor! ¡Señor! —Gritaba uno de ellos—, ¡Serván!
— ¿Serván? ¿Dónde está?
           
            —Eran él y sus hombres los rezagados que han caído en el pueblo—, jadeó con el rostro crispado.
            Razvan sintió una opresión en el pecho que casi no le permitió hacer la pregunta.
            — ¿Y Tatiana?
            —Fue ella la que volvió grupa cuando salían del pueblo. Sabía que habían quedado en el pueblo una pareja de ancianos y quiso rescatarlos a toda costa. Ya la conocéis, señor. Serván y sus hombres no pudieron retenerla y no tuvieron otra opción que seguirla para protegerla.
            Si, la conocía y no le extrañó. Tatiana era una mujer noble y valiente, incapaz de omitir ayuda a quien podía necesitarla. Entendía que sus guardaespaldas no pudieran retenerla y se vieran obligados a seguirla en la arriesgada vuelta al pueblo.
            Aterrado miró de nuevo hacia el valle. En el agua que poco a poco se asentaba, se mecía una masa informe de cuerpos de hombres y bestias y restos de madera de los destrozados carros y casas.
El rugido del agua había sido sustituido por un extraño silencio.
           
           
           
Ya oscurecía cuando lograron encontrar su cuerpo. La mayoría de soldados turcos habían sido arrastrados al fondo por el peso de sus armaduras y armas, mientras que el de ella flotaba mecida suavemente por un agua ahora totalmente calmada. Su largo pelo se extendía a su lado y sus hermosos ojos verdes miraban hacia un punto perdido en el cielo. Aún así, y a pesar del dolor que le taladraba el pecho, Razvan la encontró hermosa. En aquel bello rostro se reflejaba una mágica y misteriosa belleza que parecía emanar de aquellas oscuras montañas donde las leyendas hablaban de lugares donde la realidad se mezclaba con el sueño y la magia. Tatiana era un sueño, su sueño que ahora flotaba inerte en el agua fría de aquellas montañas.
             Cuando acabó de enterrarla el lo alto de la colina, miró una vez mas hacia Belís. Solo su pequeña iglesia de piedra se había mantenido de pie y su  dañado campanario sobresalía del agua como estandarte de una extraña calma. Su pequeño pueblo yacía sepultado como su alma. Y donde antes había un valle, ahora un lago de oscuras aguas hacia de espejo de un cielo donde al fin las nubes se habían abierto para dejar paso a una naciente luna rojiza.
             Apoyó el mango de su espada en el suelo ante él y la punta en su pecho, y mientras se dejaba caer sobre ella y la hoja le traspasaba susurró “Tatiana...mi amor...voy a buscarte”

                                                                                       Fransabas
                                                                                         Abril 2010

       Belis es un pequeño pueblecito de Rumania.
El viejo pueblo medieval esta ahora sumergido en el lago Fantanele, a orillas del cual se ha construido el nuevo  pueblo actual.


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