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viernes, 11 de noviembre de 2011

LA HISTORIA DEL CARRO.




                                                            El carro. Fransabas



                                     LA HISTORIA DEL CARRO


     Al igual que con el viejo olmo, en su momento dije que relataria la historia que el viejo carro me contó mientras lo pintaba. Esta es:

     "Mi historia es larga; es una cadena de muchas pequeñas historias, pero sin duda, la que me dejó mas huella es la que compartimos La Pepa y yo.
      Para comenzar debería aclarar que La Pepa era una hermosa y dócil mula que tiró de mi durante muchos años, hasta que no pudo mas;
un día se quedo tumbada en el establo y ya no se levantó. Muchas veces la recuerdo, siempre silenciosa y obediente, resignada y trabajadora.
     La había criado desde pequeña el bueno de Juan, el hijo menor del tío Joaquin, quien me construyó. A La Pepa le gustaba comer la alfalfa de la mano de Juan y recibir sus caricias en el lomo. El muchacho siempre nos trató con mucho cariño; con el recorrimos muchos caminos; muchas puestas de sol contemplamos juntos de regreso al pueblo. Fue a Juan a quien nos dejo el tío Joaquin cuando murió, junto con la casa pequeña de labranza que tenia aquí, en el pueblo. La casa familiar grande, la que esta en el otro pueblecito, Valdeperas, a cinco leguas de aquí, se la dejó al hermano mayor, Pedro, al que apodaban Pedrusco por su violento carácter.

     Pedrusco vago, borracho y pendenciero, no estuvo de acuerdo en el reparto de la herencia con su hermano. Sin admitir la evidente diferencia entre las dos casas, creía que Juan había salido ganando al habernos recibido a mi y a La Pepa; creía que por ser el primogénito tenia él tenia el derecho sobre nosotros y no su hermano.

     Una de las innumerables noches de borrachera, apareció por aquí.

     --Juan, he venido a por el carro y la mula ­--, dijo empujando a su hermano violentamente.

     --Pedro, sabes que no tienes derecho, padre me los dejó a mi ya que tu te quedaste con la casa grande y la mayoría de las tierras...

     --¡No me importo lo que nos dejase el viejo ­--, gritó Pedro rojo de ira. Tu siempre fuiste su niño mimado, su ojito derecho. Me llevaré el carro y la mula y quitate de en medio si no quieres probar esto--, dijo sacando de la faltriquera su navaja y apoyándola en el pecho de su hermano. Este ya conocía sus reacciones y sabía que era mejor no enfrentarse a el. Decidió callar y, apenado, apartarse a un lado. Tan solo estiró un brazo para acariciar mi madera y el lomo de La Pepa por última vez antes de que su hermano, dando un tirón de las riendas de la mula, emprendiese el camino hacia Valdeperas.
     Nuestra vida con Pedrusco no fue ya agradable. Si no era con el látigo lo era con la vara, la pobre Pepa recibía en su carne los trallazos del cruel Pedro casi constantemente.

     --¡Mula estúpida! --le gritaba de continuo cuando, cargados siempre en exceso, tiraba de mi por el embarrado camino. Muchas noches venía tan borracho de la taberna que ni tan siquiera guiaba a La Pepa en su camino de vuelta. Era ella la que, lenta y dócilmente recorría, en poco rato, el cuarto de legua que separaba la taberna de la gran casona mientras el dormitaba tumbado en mi caja. La Pepa solía entonces piafar para avisar a nuestro cruel a amo de que ya habíamos llegado. Entonces Pedrusco se bajaba y a veces estaba tan bebido que no nos desenganchaba y nos dejaba al raso, con lluvia, frío o calor, y sin otro alimento para Pepa que la poca reseca hierba que lograba comer en los margenes del camino.

     Así pasaron varios meses. Poco a poco nos fuimos acostumbrando al maltrato.
     Cada día, resignadamente hacíamos el mismo recorrido; de la casona al campo, donde Pedrusco nos cargaba siempre demasiado y, a golpe de vara, nos guiaba después hasta la taberna del pueblo donde pasaba buena parte de la tarde. Al anochecer, con Pedrusco tumbado en mi caja, ya borracho, la Pepa enfilaba el camino desde la taberna a casa.

     Una noche, ya bien entrado el invierno, traída por una tormenta, llego la nieve. Desde media tarde, La Pepa y yo esperamos delante de la taberna a que Pedrusco saliera. El viento arreciaba y la pobre mula tiritaba de frío. Yo notaba como el hielo se metía dentro de mi madera y la rajaba. Estaba ya muy oscuro cuando Pedrusco salió, como siempre, tambaleándose y con la vara golpeo el lomo de la mula.

     -¡A casa, estúpido animal! ­-grito con su habitual crudeza­ antes de tumbarse sobre mi y acurrucarse para soportar el frío. A los pocos minutos se quedó, como era habitual, adormilado.

     La Pepa, como siempre, lentamente emprendió el camino y nos adentramos en la tormenta, pero aquella noche, la mula soltó un extraño bufido y no tomó el camino habitual.

     Al día siguiente, muy temprano, el bueno de Juan oyó un sonido que le resultó familiar; se levantó y salió a la puerta de su casa. Allí estábamos, despues de caminar durante toda la noche y recorrer las cinco leguas, la Pepa y yo;  y sobre mi, rígido y sin vida, con el hielo cubriendo su pálida cara, con los ojos  muy abiertos y sin ver, congelado, estaba Pedrusco."


  

                                                     Fransabas.
                                               Noviembre 2011



                                                                      Fransabas
                                                               Nevada en el pueblo.