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miércoles, 29 de diciembre de 2010

VALLDAURA




                                                                                        Fransabas. 








Hoy he vuelto a Valldaura. He bajado por el sendero, ahora casi
borrado, que tantas veces recorrí cuando era niño.

No sé que escogería como recuerdo más entrañable y significativo de mi niñez. Pero tal vez y puestos a tener que decidirme por uno, a pesar de la extrema pobreza en la que vivíamos, este sería los años en la barraca de Valldaura. Los trece Kms., Que nos separaban de Cerdanyola eran para nosotros una distancia enorme que nos aislaba y separaba del resto del  mundo. Una vieja moto Movilette de  49 cc. Fue nuestro primer medio de transporte propio. Mas tarde mi padre compro una Ossa de 125 cc. En la que llegamos a montar los seis. El autobús pasaba una vez al día en cada sentido desde Cerdanyola  a Barcelona por la tortuosa carreterilla que atravesaba el bosque de Collcerola.

Mi mundo era los alrededores de la pequeña barraca, aquel tupido y rico bosque único en la costa catalana y milagrosamente conservado pese a su cercanía con Barcelona. Allí tenía para mi todo un universo, un ecosistema que para mí entonces resultaba mágico y misterioso.

Las libélulas revoloteaban sobre el arroyo de agua limpia de la que bebíamos y cuyo lecho transcurría por una por un túnel de avellanos, pinos, laureles, lentiscos, madreselvas o zarzamoras... No he vuelto a encontrar un bosque tan rico y variado como  aquel. Las higueras, los melocotoneros y el cerezo me parecían estar siempre cargados de frutos. Los espárragos silvestres en primavera, toda la variedad posible de setas en otoño, las moras al final del verano eran siempre un premio y un motivo para mis aventureras excursiones con mi querido perro Tarzan.

Casi nada conocía del mundo exterior y nada del añoraba, a pesar de no tener lo que la mayoría de niños tenian.
La barraca apenas tendría unos 30 metros cuadrados. De planta alargada, un armario separaba la zona de dormir de la de cocinar y comer. Una pequeña mesa, junto a una pequeña chimenea, con cuatro taburetes, cada uno de una forma, servia para cocinar y para comer. La puerta era un tablón que cada noche apuntalaba mi madre con una barra de cortina de pesado hierro. La cama de mis padres al fondo, estaba separada de las nuestras, todos los hermanos compartíamos dos catrecillos, con una cortina hecha de sencillas sabanas que apenas aportaban intimidad a mis padres.

Mi padre era un peón que trabajaba en la fabrica Uralita en Cerdanyola. No sabía leer ni escribir y eso le relegaba a los trabajos de más baja categoría y peor pagados. No era feo, mas bien tenía un cierto atractivo a pesar del ligero estrabismo que tenía desde niño y que en su pueblo, Herrera de Sevilla, le valió el apodo de “El Bizqui”.
Pero mi padre arrastraba las consecuencias de una casi inexistente educación y un claro abandono por parte de mis abuelos. Mi abuelo, guarnicionero en su Herrera natal, nunca se había preocupado por la enseñanza y el cuidado de sus numerosos hijos, y mi padre, el pequeño, vivió una infancia de abandono que fraguó en el un carácter retraído y desconfiado a causa del complejo por su analfabetismo.
 Como decía, mi padre tenia un cierto atractivo; era algo mas alto que la media de entonces y tenia un pelo negro, abundante y fuerte que peinaba hacia atrás y que de vez en cuando le recortaba mi madre, la cual cargaba estoicamente con la familia y la miseria, paciente y resignada, nunca la oí quejarse, al contrario, siempre con la  esperanza en un futuro mejor para todos nosotros.
La puedo evocar atareada haciendo las faenas diarias, a veces tarareando una canción o escuchando el serial radiofónico de la tarde en el pequeño transistor a pilas, limpiando y cocinando para hacer de aquella barraca un hogar y de nosotros una familia. Recuerdo aun el olor de sus guisos; siempre cocinó muy bien con lo poco que el bajo sueldo  de mi padre le permitía comprar, pero aquella hoja de laurel que cogíamos directamente del árbol de la fuente, nunca faltaba en los platos de judías o lentejas que con pocas pesetas era capaz de guisar.
Y recuerdo a mi pequeño y fiero perro: Tarzán. Alegre, fiel e inteligente. Fue mi primer amigo y uno de los mejores que he tenido nunca. Con él recorrí todos los senderos del bosque  que nos rodeaba, descubriendo parajes escondidos y a los ojos de aquel niño que yo era entonces, misteriosos y fantásticos. Con el compartía los secretos de mi laboratorio. Frascos de envases de penicilina, latas de sardinas en conserva, cualquier recipiente valía para guardar mis potingues, zumos de moras y pétalos de amapola para hacer tintas de colores, de aro para hacer pica–pica, de flores de todo tipo para hacer efímeros perfumes...




Tenía a mi disposición todo un arsenal de plantas para experimentar a mi alrededor y lo aprovechaba con el afán del niño curioso que era. Mi laboratorio lo guardaba en un agujero del muro que formaba parte de las ruinas de lo que un día había habido allí, una masia. Apartando una piedra accedía a un hueco tapizado de musgo en su interior donde apilaba mis pequeños tesoros. Allí guardaba los frascos con mis tintas, las latas de sardinas convertidas en cochecitos de ruedas de alambre, trozos de pizarra gris con mis garabatos y teveos del Capitan  Trueno y el Jabato.  Y  en una caja de lata de Cola Cao, viejos libros de texto con grabados de Dore, una ajadísima Enciclopedia Escolar Vives junto con algún cuaderno garabateado a lápiz y tinta de mora y las cartas dirigidas a la emisora “La Pirenaica” que emitía, desde algún país del este, consignas comunistas y revolucionarias de oposición al régimen dictatorial de Franco y que mi tío Fermín me ayudaba a escribir y luego hacia llegar a la emisora.  Todo lo que encontraba con un texto escrito me llamaba la atención y generalmente acababa formando parte de mi tesoro.

Muchas veces mis hermanos querían coger alguna de mis cosas, por eso ponía mucho cuidado de que nadie supiera donde las guardaba.
Ni siquiera mi madre o mi tío sabían de la existencia del escondite.

Mi tío  Fermín. Uno de esos hombres valientes que defienden con nobleza sus ideales. Era un comunista convencido. Había luchado siendo casi un niño con los republicamos en la Guerra Civil. Miembro desde entonces del Partido Comunista había sufrido y sufría aun la persecución de la dictadura franquista. Su pasado como combatiente republicano le habían imposibilitado tener acceso a los derechos que cualquier persona tiene. Trabas para poder encontrar un trabajo digno le había llevado a vivir míseramente con mi tía Marijuana realquilado en una pequeña habitación de un pequeño piso.
Venía con frecuencia a vernos y pasaba horas hablándome de que algún día seriamos nosotros los que tendríamos que seguir luchando por la libertad. Me dictaba  las cartas que luego se encargaba de hacer llegar, a trabes de miembros del partido como él a la emisora de radio La Pirenaica con el seudónimo del “El Pájaro Carpintero” y que luego, por la noche oíamos radiar si podíamos conectar con la emisora.

Mi tío fue la primera persona que me hizo pensar que más allá de aquel bosque había otra realidad y una necesidad de lucha por la libertad y la dignidad de la persona.


Un día mi tío llegó muy alterado. Parecía tener mucha prisa y habló con mi madre llevándola a un rincón. Vi como lo daba algo, un paquete, y se marchó tan rápidamente como había llegado después de abrazar a mi madre. Aquel día no se paró a hablar conmigo como lo hacía habitualmente y sólo me dirigió una mirada donde me pareció ver una    triste despedida.
Mis padres no hablaron de mi tío, al menos en mi presencia, desde entonces.

 Una tarde, casi al anochecer,  cuando estábamos apretujados   junto al fuego escuchando el transistor, golpearon la puerta.       
           
            ––¡Abrid la puerta!,–– dijo una voz grave y enérgica–– ¡Abrid o tiramos la puerta!

Mi padre tardó unos segundos en moverse mientras nosotros permanecimos quietos, paralizados por el miedo. Apartó la barra de cortina de trababa la puerta y abrió.
Un hombre alto y delgado, con un fino bigote y chaqueta oscura entró en la chavola encorvándose y seguido por dos guardias civiles.
Durante un momento permaneció en silencio mirándonos de uno en uno y luego a nuestro alrededor. Recuerdo la luz del candil brillando en  sus ojos pequeños y fríos recorriendo los nuestros sin otra expresión que no fuese la de un hombre totalmente falto de piedad. Daban miedo tanto él como los guardias que le acompañaban. Sin ningún miramiento empujó a mi padre contra la pared y sujetándole contra ella le grito muy cerca de a cara ––
––¿¡Dónde están los papeles!?
Mi padre, mudo por el miedo, parecía sorprendido por la pregunta.

            ––¿los papeles... ? no sé que papeles...––tartamudeó

            ––-Mira, imbécil, no nos hagas perder el tiempo, dinos donde están los papeles  que sabemos que tu cuñado ha escondido aquí. ––mi padre balbuceó algo que no llegué a oír pero que obviamente no le gusto al tipo pues este le golpeo en la cara con el puño cerrado.  Mi padre se tambaleó un momento y los dos guardias, sujetándole por debajo de los brazos, le sacaron fuera. Oímos como le golpeaban y como mi padre repetía gritando que no sabía de que le hablaban.  Mientras, el tipo de paisano empezó a rebuscar por toda la chavola mientras gritaba a mi madre que le diera los papeles. Buscó en la pequeña estantería que no podían alcanzar mis hermanos y donde guardamos muestras escasas pertenencias y la poca comida, revolvió las camas, las levantó y miró bajo los colchones, rompió la puerta del viejo armario al tumbarlo al suelo e incluso sacó a Juanjo de su cuna para mirar dentro y debajo de ella.

Cuando se convenció de que allí no había encontraría lo que
Buscaba, se volvió hacia mi madre y volvió a gritarle que le diera los papeles. Ella había permanecido callada y paralizada por el terror desde el momento en el que los policías habían llegado y ahora además del miedo, en su cara había una expresión de sorpresa. No dijo nada y el tipo la miró amenazadoramente durante un momento y luego salió a la calle.

––¡Vámonos, aquí no están y estos parece que no saben nada!

Silencio.
Durante un buen rato todos permanecimos quietos. Al fin mi madre salió y volvió a entrar con mi padre apoyado en ella. Él tenía sangre en la cara y en la boca y me pareció oírle llorar.

Aquella noche no dormimos ninguno de nosotros. Recordaré siempre como permanecimos todos despiertos oyendo como lloraba mi madre aunque ella intentaba esconder la cara entre las mantas.


Pasaron mas de tres meses hasta que una tarde mi padre, al regresar del trabajo, le dijo a mi madre:
           
            ––He hablado con tu hermano. Le han tenido preso mas de un mes y al final le han llevado al hospital. Está muy mal.
Me explicó lo de los papeles, me dijo que son muy importantes ya que contienen las listas de los pertenecientes al Partido así como las actas de reuniones, los objetivos revolucionarios, las consignas, todo lo necesario para la organización de una resistencia comunista al régimen de Franco, y me dijo que sentía haberlos escondido aquí––, dijo mi padre con un gesto de agrio enfado en su cara que aún tenía el rastro de la paliza.

            ––Yo... ––balbuceó mi madre––, no te dije nada porque pensé que no pasaría nada, no esperaba lo que pasó.

            ––¿Y dónde los guardasteis? ––pregunto mi padre

            ––Ahí, en la caja de lata la estantería––, dijo mi madre señalando un hueco       vacío.

            ––Pero ahí no estaba la caja...

            ––No y no sé que ha pasado, tal vez mi hermano la cambió de sitio después y no me dijo nada.

            ––Es raro, no me lo dijo cuando le conté lo que había pasado, solo me dijo que, gracias a Dios, todos habíamos tenido mucha suerte. Me dijo que si hubiera sido terrible que  encontraran los papeles; el Partido Comunista en Cataluña habría sido desmantelado y todos sus miembros, muchas personas, acabado en la cárcel. Que cuando él pueda volver, se los llevará de aquí y los entregara a la dirección del partido para que hagan con ellos lo que sea necesario.

Aun así, buscaron durante días por todas partes hasta que, al fin, se dieron por vencidos y decidieron esperar a que mi tío pudiese volver a buscarlos.

Pero mi tío nunca volvió. Murió en el hospital donde le habían llevado desde la cárcel. Durante mucho tiempo le añoré y nunca le he olvidado. Fue un luchador que entregó su vida a la lucha por la igualdad y la justicia y fue para mí el primer maestro y amigo.


Y ahora estoy de nuevo aquí, mas de cuarenta años después. Ya no está la barraca, sus ruinas se han sumado a las de la vieja masía y la hiedra ha cubierto las pocas piedras que de ellas quedan. Tan solo es reconocible el muro de la alberca donde guardaba mi “laboratorio”.

Lo he abierto.  Aquí esta la vieja caja de hojalata de Cola Cao con los frascos de cristal de penicilina con tapón de goma sucios por los restos de algún tinte que contuvieron, viejos tebeos del Capitán Trueno que se desmenuzan entre los dedos,  un cuaderno garabateado y lleno de dibujitos, lápices y trozos de carbón y pizarra, una vieja Enciclopedia Escolar Vives casi podrida, y... unos papeles con el símbolo de la hoz y el martillo del Partido Comunista de España.


                                                          
                                                     Fran
                                                           Dic 2010




                                                            Fransabas,  Atardecer. 















           

           


lunes, 20 de diciembre de 2010

BEL.


   Bel, un pequeño pueblecito de La Tinença de Benifassa, al norte de Castellón.

  Allí aun se puede encontrar ovejas o burros por sus calles o vacas y caballos por
                                                         sus  alrededores.





                                                  
                                                                    Fransabas. Bel.
   
 Solo por poder acariciar su lanuda cabeza valió la pena el viaje por la estrecha     
                                                           carretera de curvas      




                                    

domingo, 19 de diciembre de 2010

IMAGENES DE OTROS INVIERNOS






Ah….!  El invierno, el frío… Muchos pintores holandeses y belgas
reflejaron como nadie el frio del invierno.
Charles Leickert,  Frederik Kruseman, Cornelis Verburgh, Hendrik Avercamp,
Adriaen Van de Velde, la familia Koek Koek…y muchos mas.
Pintores que dejaron reflejado en sus cuadros el testimonio de una forma de vida que ya no volverá.
Sus paisajes nevados, helados, evocan también el calor del hogar alrededor del cual
se agrupaban las familias, de los relatos que se contaban a su calor…



Fijaos en el primer cuadro: Abajo, a la izquierda estamos mi maestro y yo. Regresamos de pintar uno de estos bellos paisajes. Vamos cargados con los elementos para pintar: caballete, pinturas, pinceles...
A nuestro alrededor la vida vibra en cada destello del río helado. Los mas pequeños juegan con sus sencillos trineos y tablas y los mas mayores se afanan en sus quehaceres arrastrando trineos mas grandes. No parece que el frío traspase sus ropas, son cálidas sus miradas y animados los gestos con los que nos saludan al pasar.
Hemos estado todo el día fuera, a mi maestro le gusta pintar el máximo tiempo posible del natural y acabar el cuadro en el taller, ya al calor de la chimenea.
Y ahí estaba yo, allí, frotándome las manos para poder mantenerlas calientes y sujetar los pinceles.
De vez en cuando mi maestro ha de llamarme la atención, pues me pide uno de los cuencos de pintura y yo no lo oigo, absorto como estoy mirando a través de la ventana. El sabe que no solo contemplo el paisaje, si no que mi vista se emboba en la figura de una niña pecosa de largas trenzas rubias. La veo cada día pasar frente a la puerta del taller, cargada con la cesta de la compra y siempre lanza una mirada traviesa hacia mi ventana. Cuando lo hace, noto como súbitamente aumenta la temperatura del taller o...tal vez es mi propia temperatura la que aumenta.
-Maestro , no queda lapislázuli, deberia salir a buscarlo .
Mi maestro me mira de reojo, casi sin apartar la vista de lo que pinta. Sabe que no es cierto, me ha visto camuflar el tarro bajo unos lienzos y sabe por qué.
-Bien, Pieter, ve a buscarlo y saluda al buen Van Beernard.
En un salto estoy en la calle. Voy corriendo a doblar la esquina y, como por casualidad veo a la pecosa detenida  hablando a un perrito que tirita de frío, Me mira, me sonrie y me dice:





Ah!...el invierno..
.


sábado, 11 de diciembre de 2010

EL TAXI AL AYER


                                    EL TAXI AL AYER

            -¡Maldita sea!

            Julián miro impotente hacia la puerta de embarque y luego a través del ventanal que daba a las  pistas. Su avión, el del vuelo 8263 que despegaba a las 9,15, se elevaba en ese preciso momento rumbo a Berlín. Miro su reloj, eran las 9,20, tarde. Lo vio alejarse y perderse entre las nubes llevándose la posibilidad de estar en Alemania a la hora prevista para cerrar el importante negocio de inversión para su banco. Sabía que esa perdida tendría serias consecuencias en su cargo al frente del nuevo departamento de finanzas. El accidente que había cortado durante una hora la autopista le había hecho perder uno de los viajes más importantes para su vida profesional y que sin duda tendría serias consecuencias para la misma. Totalmente abatido se dejó caer en el asiento de la sala de espera, ahora ya no podía hacer otra cosa que llamar al banco y dar cuenta de lo que había ocurrido, pero no tenía ánimo ni fuerzas para hacerlo. Con gesto cansado saco su teléfono móvil y cuando iba a teclear el número alguien le dio unos golpecitos en la espalda.

            -¿Taxi, señor?

            Julián se volvió y,  con un movimiento cansado, miró por encima de su hombro. Ante él, un individuo que parecía sacado de alguna película de los años cincuenta le miraba con una impersonal sonrisa. Unos ojos azules y fríos brillaban bajo una gorra de plato azul oscuro con una “TAP” dorada sobre la visera. Vestía un uniforme del mismo color que la gorra, impecablemente planchado y  con la misma insignia de “TAP” en cada solapa.

            -¿Taxi dice? Como no sea para llegar a tiempo para coger ese avión…

            -Dijo Julián señalando el puntito que ya en el cielo se perdía entre las nubes.
            -Eso mismo señor.-respondió el extraño taxista. -Con mi taxi puede coger usted ese avión.

            Julián le miro con gesto incrédulo y sonrisa cansada.

            -Óigame, estoy muy cansado para escuchar tonterías, así que déjeme en paz con eso tan raro que quiere usted venderme. No estoy para bromas.

            El taxista siguió mirando muy fijamente a Julián sin dejar de sonreírle.
           
-Señor, yo puedo hacer que usted coja ese avión. Tan solo tiene que subir a mi taxi –  dijo cogiendo la maleta de Julián y señalando hacia la calle donde un llamativo taxi amarillo, al estilo neoyorquino, a juego con el uniforme, parecía esperar con el motor en marcha.

            Julián, algo aturdido por la incredulidad se dejo llevar cuando el taxista, con su maleta en la mano, se encaminó hacia la puerta. 

            -Bueno, vamos a su taxi y al menos lléveme de vuelta al banco, o mejor a casa. – y dió al taxista la dirección a su casa.

            Cansado, se paso la mano por el pelo canoso que ya empezaba a escasear. La próxima semana cumpliría sesenta años y la tensión y responsabilidad de su cargo empezaban a pasar factura.
            Se sentía ya algo viejo y tenia la sensación de que, por la dedicación a su trabajo, había dejado  de vivir muchas de las cosas  buenas que la vida le había ofrecido. Comenzó a trabajar en el banco  muy joven, empezando prácticamente de botones y chico de los recados, a finales de los años sesenta. Poco a poco, con mucha dedicación y esfuerzo había ido prosperando y escalando categorías hasta llegar a lo que era ahora: un alto y brillante directivo del consejo de administración del departamento de finanzas extranjeras de su banco, uno de los más importantes del país.

            No se había casado. Había dejado atrás varias oportunidades de hacerlo, en parte por la falta de tiempo por culpa de sus constantes viajes por un lado, y la timidez que siempre sentía cuando trataba con una mujer, por el otro.

            Ahora, mientras el taxi se ponía en marcha, volvió a pensar, como hacia últimamente, si todo lo que había conseguido en la vida había valido  la pena. En los últimos años había empezado a pensar en aquellas que dejó en el camino: el amor de una pareja, una familia…

            Distraídamente miro por la ventanilla y le pareció que el paisaje urbano que se movía rápidamente le era desconocido. Pensó que tal vez era una ruta por la que no había pasado nunca antes y no se extraño hasta que entraron en un túnel. Pensó que seria un túnel urbano de los que se habían construido recientemente y por eso le era desconocido. Cerró los ojos e intentó relajarse, ya no podía hacer otra cosa.

            Casi se había adormilado cuando oyó la voz del taxista: -Señor, ya hemos llegado.

            Julián abrió mucho los ojos sorprendido.

            -¡Pero si estamos otra vez en el aeropuerto!  -exclamó.

            -Efectivamente, señor. Estamos en el aeropuerto y son las 8.45 horas.

            Julián, estupefacto, miro el gran reloj que dominaba la sala de espera. Efectivamente, marcaba las 8.45 horas. Miro su reloj de pulsera y comprobó aun más atónito la hora: las 8.45.

            -“Pasajeros del vuelo 8263 con destino a Berlín pueden embarcar por la puerta 15” –sonó por el altavoz. El taxista, con su fría sonrisa le tendía la maleta.
           
            -¿Cuánto es? –pregunto Julián  aturdido y con un hilo de voz temblorosa.
           
            - Veinte euros, señor.
           
Pago con un billete de cincuenta y el taxista le devolvió el cambio junto con una tarjeta.
           
            -Aquí tiene Sr. Y este es mi número de móvil por si alguna otra vez necesita de mis servicios.
           
            Julián, de forma automática, se guardó el cambio y la tarjeta en la
cartera mientras se dirigía a la puerta 15 a coger su vuelo. Le era muy difícil pensar con claridad. Evidentemente había algo de irrealidad en todo aquello y no sabía que era fruto de su imaginación, si haber llegado tarde al aeropuerto
o estar ahora sentándose en su plaza del avión que le llevaba a la importante reunión, pero lo único que creía tener claro era que algo no había pasado o estaba pasando. ¿Se había dormido en el taxi que le trajo por primera vez al aeropuerto y soñado llegar tarde a su vuelo o era ahora cuando dormía en el segundo que le llevaba a casa?. Pero, no, se sentía despierto mientras ahora miraba ya por la ventanilla del avión y veía quedarse allá abajo el aeropuerto primero y luego Barcelona. Saco de su cartera la tarjeta que le había dado el taxista y la miro. “TAP” TAXI AL PASADO tel. 690 65 .. ..  A su servicio las veinticuatro horas”.


            Pasó una semana; la reunión en Berlín fue un éxito mas en su carrera profesional pero la experiencia con el extraño taxi había cambiado su vida.

            En el viaje de vuelta una idea había empezado a dar vueltas en su cabeza. Con aquel teléfono podía ir siempre que quisiera atrás en el tiempo y corregir errores pasados o bien utilizar información del ahora en el ayer para obtener aun mas beneficios en su trabajo y…tal vez volver a buscar algunas de las cosas que, habiéndolas dejado atrás, había perdido en su vida, como tal vez ese amor o esa familia que ahora echaba en falta.

            Esta última idea fue haciéndose cada vez más fuerte en él. Sobre todo al recordar a aquella bonita chica, Elena, la rubita que conoció en la oficina y con la que mantuvo una corta relación  cuando el tenia unos veinticinco años. Su inexperiencia, su timidez y su enfermiza dedicación al trabajo habían hecho que ella le dejara a los dos meses de conocerse. El nunca la había olvidado, incluso el recuerdo de ella había influenciado negativamente e las pocas siguientes relaciones que siguieron. Estas solo fueron para satisfacer sus necesidades sexuales pero no lograron hacerle olvidar a aquella chica. Ahora,  mas de treinta años despues, se sabía mucho mas seguro, creía haber aprendido a satisfacer tanto sexual, como anímicamente a una mujer o al menos con la osada serenidad que proporciona la edad para intentarlo.  Además, ahora era consciente de que su vida, hasta ahora mismo había estado demasiado vacía y
encontraba triste acabarla así, sin nadie a quien poder transmitir lo que había conseguido con su trabajo.


            Volver a aquel justo momento en que la vio entrar en la oficina y dirigirse a su mesa para pedirle información sobre un crédito.  Eso podía intentar; volver a retomar su vida justo en ese instante, con lo que ahora sabía y se atrevía…si eso haría. La volvería a citar como entonces para ayudarla en su crédito y reiniciaría la relación con ella, esta vez para siempre.

           
            Aun dudo durante una larga semana, el paso significaba mucho: volver a luchar otra vez para alcanzar la vida mas o menos cómoda que ahora tenía, volver a pasar por momentos malos y también buenos, volver a conocer a gente, a amigos. Todo tenía mas pros que contras, pensó. Al igual que aprovecharía la oportunidad con Elena, rectificaría errores pasados, tanto en su trabajo como en sus relaciones con los demás.
           
            Al fin, un lunes sacó la tarjeta del extraño taxista  de su cartera y marcó el número.

            -¿Taxi, señor? –respondió la voz fría que ya conocía -Si, por favor , recójame frente al numero 185 de la avenida Sarria. Gracias-


            Apenas cinco minutos mas tarde apareció el taxi: Los mismos fríos ojos oscuros de la otra vez le miraron.

            -¿A dónde señor?
           
            A Julián le pareció advertir una sonrisa aun mas fría que la mirada bajo aquellos ojos que por un momento le incomodo.

            -A la calle Balmes, esquina Diagonal respondió con la misma frialdad mientras entraba y se sentaba en el asiento posterior.
            -¿A que momento? –pregunto el taxista mirándole a través del retrovisor.

            -Al 10 de abril de 1979.

            -¿Esta seguro, señor? ¿Lo ha pensado bien? Yo creo que…

            -¡Claro que estoy seguro! ¡No necesito su opinión! -respondió Julián algo molesto. No le gustaba aquel individuo; por una parte se sentía en deuda con el y una sensación de inquietud le hacia desear cortar cualquier atisbo de conversación.-Lléveme al 10 de abril de 1979 a Balmes con Diagonal.

            El taxi se puso en marcha para, rápidamente, comenzar un recorrido por las calles de Barcelona que de nuevo a Julián pareció le extraño. Y como la otra vez entraron en un túnel que bien pensó Julián podía ser el nuevo que recorría por debajo General Mitre hasta Lesseps, aunque le pareció muy raro ya que a los lados del mismo se abrían salidas con números sobre ellas, unos números de cuatro cifras que no le resultaban familiares. Y como la otra vez una extraña somnolencia le fue venciendo hasta adormilarlo.

            -Señor, ya hemos llegado -oyó la voz del taxista.
           
            Al abrir los ojos vio ante el imponente edificio del banco que, una vez mas, le era familiar pero a su alrededor todo era diferente. La gente, su forma de vestir, el tráfico, los coches, todo era como lo recordaba en su juventud.
Mecánicamente pagó al taxista que le miraba a través del retrovisor sin decir ahora una palabra pero con una especie de sonrisa burlona en la boca.
Se apeó y vio desaparecer al taxi doblando la calle Córcega. El extraño coche destacaba entre los otros taxis, viejos Seat 1.500, Renaul 12, SEAT 124…
Antes de entrar en el banco miró a su alrededor, sintió placer al reencontrar aquel viejo  ambiente de la ciudad, le pareció que todo el mundo caminaba mucho mas pausadamente que en el futuro de donde el venia y se sintió bien por primera vez en mucho tiempo.

            Con paso firme y decidido, como siempre entró en el banco y se dirigió a su despacho. Iba ya a abrir la puerta cuanto una mano fuerte lo sujeto por el hombro.

            -¿Dónde va usted? –preguntó una voz fuerte y enérgica, la del guardia de seguridad que desde unos centímetros mas arriba le miraba.

            -¿Dónde va  a ser? A mi despacho. ¿No me conoces, hombre?
           
            Durante un momento el guardia lo miró fijamente sin dar muestras evidentes de reconocerlo pero sin soltar la tenaza que lo sujetaba por el hombro.

            -¿A su despacho? –dijo mientras abría la puerta- Este no es su despacho –dijo mientras me señalaba a una  joven desconocida que se sentada en la mesa levanto la mirada de sus papeles curiosa.

            -¿Qué pasa Manuel? ¿Quién es ese señor y que hace en esta zona?
¿No sabe que ha pedir cita previa?

            -Seguramente el señor sufre algún tipo de trastorno. Ahora mismo le acompaño a la salida.

            Julián estaba atónito. No sabia que decir. Aquel era su despacho o lo había sido, sin duda. Reconocía los muebles, los cuadros de las paredes, vieja máquina de escribir sobre la mesita metálica, las estanterías con blocs de documentos…Aquel fue su despacho durante muchos años, seguro.

            Miró el calendario de sobremesa, estaba abierto por el mes de abril de 1979, antes de que sin violencia pero con firmeza, el agente de seguridad lo empujase hacia el corredor de salida. Atravesaron la zona de ventanillas de atención al publico y Julián buscó con la mirada la de los empleados que en ese momento estaban allí. Los reconoció a todos pero ninguno de ellos a él, ni cuando el les miraba fijamente buscando una respuesta amigable en sus miradas.

            Antes de llegar a la puerta se cruzaron con una bonita chica de veintitantos años, rubia: Elena. Y el corazón de Julián dio un vuelco. La miró fijamente y ella apenas respondió a su mirada. Le pareció que durante una fracción de segundo le lanzó una mirada de total indiferencia. El no podía comprender que estaba pasando hasta que al llegar a la puerta y verse reflejado en la cristalera.
Era el viejo de sesenta años que había vuelto desde el futuro, con sus arrugas y sus canas y con su mirada de hombre cansado.

            Había vuelto al pasado pero sin volver a ser joven. No se habían cumplido todas aquellas teorías de que al volver atrás volvías a como eras antes, no, había hecho un viaje en el tiempo pero cambiando el tiempo y no el.

            Descorazonado se sentó en uno de los bancos de la Diagonal y por un momento dejo la mirada perdida en el trafico. Durante un momento había vuelto a soñar, había sentido ilusión de nuevo, pero ese sueño se había acabado y debía regresar a su vida monótona de brillante empleado de banca.

            Sacó el móvil y la tarjeta del extraño taxista. Cuando iba a marcar se dio cuenta de que en la pantalla aparecía el mensaje de  “fuera de servicio”.  Delante había una cabina de teléfono, se levantó y entró en ella. Busco y sacó de su bolsillo una moneda de un euro. No cabía por la ranura de la maquina.
Cada vez mas enfadado consigo mismo se dirigió al bar que tenia enfrente, en la esquina y entró. Pidió que le dejaran llamar un momento por teléfono y marcó el número de móvil que había en la tarjeta y esperó el tono de llamada. Una voz grabada le respondió: “Telefónica le informa de que actualmente no existe una línea con esta numeración”.

De pronto se sintió muy viejo y cansado. Dejo caer el auricular y salió lentamente del bar. No tenía prisa. Faltaban treinta años para poder llamar a su taxi.



                                                                    Fransabas
                                                                    Enero de 2007









miércoles, 8 de diciembre de 2010

O´HENRI



                                                                               




  Soy un admirador de este escritor:

  O´Henri.

  O. Henry era el seudónimo del escritor, periodista, farmacéutico y cuentista estadounidense William Sydney Porter (11 de septiembre de 1862  5 de junio de 1910). Se le considera uno de los maestros del relato breve, su admirable tratamiento de los finales narrativos sorpresivos popularizó en lengua inglesa la expresión “un final a lo O. Henry”
.http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:William_Sydney_Porter.jpg


  Los cuentos de O´Henri tienen algo especial y nunca dejan de sorprender con sus finales inesperados. En muchos de ellos, O´Henri saca a la luz las reacciones humanas mas solidarias y nobles. A pesar de que su vida fue inestable y conflictiva, parece a traves de sus cuentos que siempre siguió creyendo  que el ser humano es capaz de comportarse con nobleza y dignidad.

  Hay un cuento que  fue el detonante de la admiración que me despierta este escritor.
Para mi tiene todos los componentes que hacen que un relato pueda conmover y
emocionar y, por supuesto, no dejar indiferente. Este cuento, ademas de dejarme
 una gran admiracion y  un recuerdo imborrable,   desperto en mi  algo nuevo:
las ganas de lanzarme, abandonarme a esto de
escribir cuentos.
  Aquí debajo dejo unos cuantos de los mios.

  Pero antes ahí va el cuento de O´Henri que me enganchó: La Ultima hoja.
  Pincha en este enlace:







  










lunes, 6 de diciembre de 2010

BELIS

BELIS                   
           


                                                                   Belis, Lago Fantanele.                                         




                                                                              “Ni el tiempo ni la muerte
                                                                               pueden ahogar el amor…”





Hacía  ya más de tres semanas que llovía. El viejo Julanu no se había equivocado con la predicción. Razvan miró el oscuro cielo que parecían fundirse con las montañas del horizonte, Los Cárpatos, una inquietante sombra gris que parecía querer absorber la poca luz que las nubes dejaban pasar. Todo eras oscuro, como el vallecito donde se situaba la pequeña aldea y que ahora podía ver a sus pies, a medias iluminado por pequeños puntos de luz rojiza en algunas ventanas de las humildes casas.
Volvió a repasar con la mirada los puntos elevados donde deberían encenderse  las señales en el momento justo. Allí sus hombres esperaban su señal.
 El valle era alargado y estrecho y se dividía en dos brazos que se separaban estrechándose hacia el sur. Parecía el surco de la confluencia de dos antiguos ríos que hubiesen, durante millones de años, excavado la oscura roca y luego se hubiese secado dejando un lecho de fértil tierra donde se habían asentado hombres tenaces y capaces crear un reducto de vida en aquel lugar tan lejos de todos sitios. La primera luz del amanecer hacía brillar el agua que, durante días de lluvia torrencial, se había acumulado tras la alta barrera de gigantescos troncos que sus hombres habían construido en el ramal derecho del valle después de cortar el  cauce del río unas leguas mas al sur y desviarlo hacia el cañón  que conectaba con el valle donde estaba su aldea, Belís.  Parecía una brillante flecha que apuntase a las frágiles casitas  de madera de su pequeño pueblo. Volvió la vista hacia su izquierda para mirar una vez mas la segunda barrera de roca y grandes troncos que cerraba el valle. Las semanas anteriores habían sido agotadoras, una primera batalla contra el tiempo y los elementos pero ahora esta todo a punto. La trampa estaba preparada.
           
Las hogueras de aviso deberían ser encendidas en el momento y con la secuencia justa hasta llegar a los encargados de cortar las gruesas maromas que aguantaban los portones de la presa. No se podía adelantar ni atrasar ese momento, todo el éxito de la maniobra dependía de ello.

Desde su improvisada atalaya podía ver el avance de ejército turco, ya a punto para el asalto final. Esperaría a que estos entrasen por el ramal del sur, el que tenía frente a sí y daría  la señal.

Una voz a su espalda le hizo volverse.

— Ya está, señor—.el soldado era muy joven pero en su cara se veían ya los rastros de otras batallas.

—¿Cumplieron mis ordenes Stefan y sus hombres? — preguntó clavando sus ojos en los del muchacho.






—Si señor, ya está el pueblo vacío y con las hogueras encendidas en las casas, como ordenasteis. Casi todos han llegado ya a lo alto del cerro, mujeres, ancianos y niños.

            —Miró hacia el valle y vió en la distancia una borrosa masa de seres humanos que lentamente subía hacia la colina dejando atrás el pueblecito. La lejanía no le permitía reconocer a nadie por mas que lo intentó.

—Y ella, Tatiana, está  con ellos?

—La última vez que la vi, Servan y cuatro hombres la escoltaban en la salida del pueblo, tal como ordenasteis— respondió el soldado.

No contestó. La imagen de su mujer se fundió con  el paisaje que tenía ante él. Vio en las oscuras colinas la larga melena , en la luz rojiza del amanecer la forma de la boca y el brillo de los grandes ojos verdes en el agua acumulada tras la barrera de troncos. Ansió la paz de aquel paisaje  y  por un momento cerró los ojos y aspiró profundamente el aire frío del amanecer.  Pesó en la belleza que tenía ante si  y una vez mas sintió la necesidad de compartirla con la mujer a la amaba y que se  había filtrado por los poros de su piel para instalarse en lo  mas  profundo de su alma.
Cuando todo acabase podría estar de nuevo con ella. Construiría una nueva casa en lo alto de la colina y buscaría la paz de las noches frente a la chimenea abrazando a su hermosa mujer. Quería dormirse abrazado a ella y despertar también así, pero en otro mundo diferente al que veía ahora, dominado por la violencia y la sin razón.

Apretó los dientes al recordar la mirada fría y cruel de su señor. Aquellos grandes y gélidos ojos grises rodeados de largas pestañas. Recordó la gran nariz aguileña de grandes fosas nasales y las pobladas cejas negras. La crueldad de aquel rostro  delgado y rojizo helaba el corazón del guerrero más fuerte y curtido.  El sonido de las palabras de  aquellos finos labios le recordó el siseo de una serpiente cuando le hablaron:

­­­—”Razvan, hijo de Dimitrie Gladnoz, tu vida va en ello. Morirás empalado si no te enfrentas al turco y retienes su avance hacia el norte mientras nosotros aquí en preparamos el ataque final.”









Vlad Tepes, Vlad III El Empalador, principe de Valaquia, tristemente famoso y temido por sus súbditos por su extremo sadismo y crueldad. El empalamiento era para él un motivo de disfrute. De esa forma había acabado ya con miles de personas y el más mínimo motivo era suficiente para acabar  muriendo de una forma atroz en la punta de una estaca, que no se afilaban para producir aun más sufrimiento.
Se preguntó como podía haber seres humanos capaces de tanta  crueldad. ¿Cuántos había habido así? ¿Cuántos habría después?
           

A su espalda volvió a oír la voz agitada del soldado.
            —¡Señor! ¡Hacen señales desde el pueblo!
            Ravdan miró hacia donde de señala el soldado. Un pequeño grupo de jinetes, cinco o seis cabalgaban de vuelta hacia el pueblo y uno de ellos agitaba en el aire una antorcha que ya destacaba poco en la luz del amanecer. Miró también a la entrada sureste del valle por donde ya un grueso grupo de jinetes, infantes y carros avanzaban penosamente por los campos embarrados dirección a Belís Ya esta allí el  temido ejército turco. Fieras salvajes ansiosas de sangre y pillaje. Bestias sin alma que mataban y destruían todo lo que encontraban a su paso. Tras de si dejaban pueblos quemados, mujeres violadas y cruelmente torturadas y sus cuerpos junto con los de viejos y niños, sádicamente descuartizados.
El turco mantenía una guerra de terror con el demonio de Vlad, competían en sadismo y locura en una guerra cada vez más sin  terrible y sin sentido.
           
            Rápidamente evaluó la situación. Debía decidir dar o no la orden para que las sogas se cortaran. Si se adelantaba, una parte del ejército invasor quedaría a salvo de la embestida del agua a la entrada del valle, y si se retrasaba, los turcos podrían ver la trampa y escapar hacia las colinas poniéndose a salvo. Y ahora justo era el momento ideal.
Volvió a mirar hacia el pueblo y pudo ver como una avanzadilla del ejército enemigo perseguía con rápido galope al grupito de rezagados para darles caza. Estos, en un intento de huir comenzaron un galope dando la vuelta al pueblo. Razvan miro otra vez al grueso del ejercito que ya estaba dentro del valle. Era el momento, tenía que ser ahora o fracasaría la trampa. Una vez más intentó ver quienes eran los jinetes que desesperadamente intentaban huir de sus cazadores sin conseguirlo. No podía esperar a que acabasen el rodeo, tardarían demasiado.






Al fin levantó el brazo hacia el soldado que expectante esperaba sin moverse la orden y lo bajó con un movimiento rápido y enérgico. El muchacho reaccionó rápidamente agitando su antorcha en el aire. Al Instante, una cadena de pequeños puntos de luz roja, a lo largo de los altos que rodeaban el valle y  cada vez más pequeñas y lejanas respondieron a la señal. Cuando la última apenas había dejado de moverse, un estruendo resonó por el valle.
Un gigantesco muro de agua avanzaba con un estruendo estremecedor hacia las sorprendidas y aterradas tropas turcas. Hombres  gritando, caballos en un loco relincho, madera de carros y casas rompiéndose y el rugido estremecedor del agua inundándolo y arrastrándolo todo.
Durante unos segundos pudo ver aun como uno de los jinetes que intentaba escapar de la persecución de la avanzadilla turca, agitaba desesperadamente su antorcha antes de desaparecer engullido por el rugiente torbellino.
Mientras contemplaba como las tropas enemigas eran arrastradas por el agua para luego desaparecer bajo ellas, un pequeño grupo de sus hombres llegaron galopando. 
— ¡Señor! ¡Señor! —Gritaba uno de ellos—, ¡Serván!
— ¿Serván? ¿Dónde está?
           
            —Eran él y sus hombres los rezagados que han caído en el pueblo—, jadeó con el rostro crispado.
            Razvan sintió una opresión en el pecho que casi no le permitió hacer la pregunta.
            — ¿Y Tatiana?
            —Fue ella la que volvió grupa cuando salían del pueblo. Sabía que habían quedado en el pueblo una pareja de ancianos y quiso rescatarlos a toda costa. Ya la conocéis, señor. Serván y sus hombres no pudieron retenerla y no tuvieron otra opción que seguirla para protegerla.
            Si, la conocía y no le extrañó. Tatiana era una mujer noble y valiente, incapaz de omitir ayuda a quien podía necesitarla. Entendía que sus guardaespaldas no pudieran retenerla y se vieran obligados a seguirla en la arriesgada vuelta al pueblo.
            Aterrado miró de nuevo hacia el valle. En el agua que poco a poco se asentaba, se mecía una masa informe de cuerpos de hombres y bestias y restos de madera de los destrozados carros y casas.
El rugido del agua había sido sustituido por un extraño silencio.
           
           
           
Ya oscurecía cuando lograron encontrar su cuerpo. La mayoría de soldados turcos habían sido arrastrados al fondo por el peso de sus armaduras y armas, mientras que el de ella flotaba mecida suavemente por un agua ahora totalmente calmada. Su largo pelo se extendía a su lado y sus hermosos ojos verdes miraban hacia un punto perdido en el cielo. Aún así, y a pesar del dolor que le taladraba el pecho, Razvan la encontró hermosa. En aquel bello rostro se reflejaba una mágica y misteriosa belleza que parecía emanar de aquellas oscuras montañas donde las leyendas hablaban de lugares donde la realidad se mezclaba con el sueño y la magia. Tatiana era un sueño, su sueño que ahora flotaba inerte en el agua fría de aquellas montañas.
             Cuando acabó de enterrarla el lo alto de la colina, miró una vez mas hacia Belís. Solo su pequeña iglesia de piedra se había mantenido de pie y su  dañado campanario sobresalía del agua como estandarte de una extraña calma. Su pequeño pueblo yacía sepultado como su alma. Y donde antes había un valle, ahora un lago de oscuras aguas hacia de espejo de un cielo donde al fin las nubes se habían abierto para dejar paso a una naciente luna rojiza.
             Apoyó el mango de su espada en el suelo ante él y la punta en su pecho, y mientras se dejaba caer sobre ella y la hoja le traspasaba susurró “Tatiana...mi amor...voy a buscarte”

                                                                                       Fransabas
                                                                                         Abril 2010

       Belis es un pequeño pueblecito de Rumania.
El viejo pueblo medieval esta ahora sumergido en el lago Fantanele, a orillas del cual se ha construido el nuevo  pueblo actual.