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sábado, 26 de septiembre de 2015


EL PINTOR DE ALMAS 8


Ya os he hablado varias veces de  las historias que me contaba mi maestro en las apacibles tardes en las que el sol teñía de rojo la montaña de trastos del taller.
Casi siempre las narraciones empezaban al acabar el sonido del paso del último rebaño de ovejas y cabras por delante de la casa. La mayoría de las veces el estudio quedaba en penumbra y el maestro, dándome los pinceles para que los limpiara, se arrellanaba en su grasienta butaca, estiraba los brazos y las piernas y quedaba un rato en silencio, mirando a la línea roja del horizonte donde el sol se escondía.
Aquella tarde fui yo quien le preguntó sobre algo que había oído varias veces en el mercado, al hacer los recados que el me encargaba.

-Maestro, he oído decir que una vez pintasteis el retrato de un conde  que se transformó en demonio, el cual  esta  ahora consumiéndose en el fondo de alguna oscura mazmorra, ligado  a cadenas para atar su locura y violencia.

Se giro hacia mi y durante un momento permaneció en silencio. Después, para mi sorpresa, empezó primero a sonreír para poco a poco elevar el tono y acabar con una gran carcajada. Cuando vio mi cara de sorpresa,  frenó su risa, encendió su larga pipa, y tumbándose aun más en su asiento mientras miraba un punto lejano, empezó:

"- Si, realmente algo así pasó. Hace ya bastantes años la comarca sufría la presión de un conde tirano que mataba de hambre a los campesinos para vivir el rodeado de riquezas y comodidades. Eran muchas sus vilezas y el daño que ocasionaba a la gente de la región y a sus propios sirvientes. A pesar de que presumía de ser un buen cristiano, pues jamás faltaba a misa los domingos, su crueldad era total. Las torturas, abusos y violaciones eran sus ocupaciones diarias. Trataba a sus sirvientes con el mismo látigo que a sus caballos. No había muchacha de la que no abusara a su antojo y vida humana que respetara. Pero por encima de todo eso, lo que más se hacía ver en él era la adoración a su propia persona. Cuidaba con esmero su figura y su vestimenta; podía condenar a muerte a un sastre si un cinturón no era de su gusto. La pompa y el beato eran, después de su crueldad, su segunda seña de identidad.
Y como todo personaje que se cree por encima de sus vecinos, quería dejar constancia de su grandeza, por eso un día me llamaron al castillo par hacerle un retrato.
Ya sabes, pequeño, que siempre he detestado a las personas que abusan de sus semejantes y aquel personaje suscitaba en mi la mas profunda repulsa. Lo pensé y sopesé mucho pero al cabo de   unos días accedí  a aceptar el encargo.
Durante unas semanas preparé la tela donde debía de pintar el retrato y cuando la tuve lista avisé para que viniese el conde a posar. En aquella época preparaba yo mis propias pinturas y aquella vez usé unas muy especiales.

Tras varios meses de trabajo el retrato quedó listo. Cuando lo mostré al conde, el cual no había visto en ningún momento antes la pintura, este quedó encantado y muy satisfecho por el resultado.  La tela la representaba en un primer plano de su cara, altivo y desafiante; con un perfecto parecido. Evidentemente fui muy mal pagado por el trabajo y sus ayudantes se llevaron la tela que colgaron presidiendo el salón de su castillo.
Pasó un tiempo y empezó a rumorearse que el conde tenía un comportamiento extraño. Se había vuelto aún más cruel pero también huraño. Evitaba los actos públicos siempre que podía y había restringido las visitas, sobre todo al gran salón.
Un día, en el que parecía más alterado de lo habitual, mando pedir una tela para tapar  el cuadro.

Ya sabes que no hay mayor comezón  que la curiosidad y no podía faltar quien pudiese resistirse a ella, así que un criado, una tarde en la que el conde estaba de cacería, levantó la tela y miró el retrato. Dando un respingo salió corriendo del salón. Mas tarde contaría en las cocinas a sus compañeros lo que había visto:
El cuadro era fiel retrato del conde, pero este aparecía con unos rasgos cambiados, aun mas temibles de los habituales. Sus facciones eran ahora las de un ser maligno con una mirada de ojos rojos chispeantes, la boca se había hecho más grande y los finos labios dejaban entrever unos afilados dientes.

Primero en las cocinas, luego por el castillo y por todo el condado después,  rápidamente se extendió la voz.

Pasaron cuatro semanas más y el cambio en la conducta del conde se acentuó. Ya no salía de sus aposentos solo para hacer alguna visita al salón de donde salía huyendo y profiriendo gritos y maldiciones.

El criado curioso volvió a entrar de hurtadillas al salón para levantar la tela y ahogar un grito de terror. Desde la tela el mismísimo Diablo le miraba. Apenas quedaba algún rastro de la cara del conde, ahora un ser maligno, terrible y sonriente  ocupaba la tela. En aquellos ojos rojos, sanguinolentos y rasgados se reflejaba toda la maldad posible. La boca ahora sonreía y los afilados dientes eran claramente visibles, de entre los cuales corrían pequeños hilitos de sangre.

Esta vez el criado, aterrorizado, salió gritando del salón. A los pocos minutos, un grupo de sus compañeros, con precaución y gesto temeroso fue entrando  para mirar el cuadro y salir también huyendo de allí.

Aquella noche fueron otros aullidos los que sonaron desde el castillo, los que venían desde las ventanas de los aposentos del conde donde este gritaba ya completamente loco.”



En ese momento mi maestro guardó silencio y dio una fuerte chupada a su pipa para volver a sonreír y quedarse en silencio.

                -Maestro, contadme, ¿Qué pasó con el conde? ¿Por qué apareció el diablo en su retrato?

"-Bueno…el conde finalmente enloqueció, perdió la consciencia de si mismo  y fue encerrado, primero en su dormitorio, y mas tarde en una celda donde se pudre desde entonces.
En  cuanto al cuadro…je je je, verás: Previamente en la tela  del retrato del conde, fui yo quien pintó el retrato de Satanás, el cual, modestamente, quedo muy realista y ciertamente terrorífico. Y sobre ese retrato del Diablo, ¿recuerdas esa pintura que se vuelve transparente a los pocos meses de ser aplicada? Pues con ella, sobre el retrato del demonio,  pinté el retrato del conde.”




                                                                                                    Fransabas




jueves, 27 de agosto de 2015

EL PINTOR DE ALMAS 7

La Ordalía del Retrato 



No podré olvidar nunca las clases con mi maestro.
Me había recogido de la calle cuando yo era muy pequeño. Mendigaba y hurtaba todo lo que podía para sobrevivir y  una tarde, viendo la puerta de su taller abierta y unas manzanas sobre la mesa, entré a cogerlas. Pensaba que no había nadie en el lugar, pero cuando tenia la primera manzana en al mano, la cabeza del viejo pintor asomó tras el caballete.

                -Al menos déjame acabar de pintarla antes de comértela-, dijo con una sonrisa.

Di un respingo y salté hacia la puerta. Allí me giré y miré al maestro que no se había movido y seguía sonriendo. Miré la manzana que aun tenía en la mano y después paseé mi  vista curiosa por todo el taller. Me sentí fascinado por todo lo que allí había: telas de todos los tamaños con muy diferentes motivos, paisajes, retratos, bodegones…un concierto de colores que componía una escena que entonces me pareció mágica. Miré uno de los cuadros, el paisaje de un recodo del río donde solía ir a bañarme. Era igual, parecía que el agua vibrase con el reflejo del sol en su superficie.  Los patos que nadaban sobre ella parecían tener vida y moverse lánguidamente cerca de la orilla.
                A su alrededor se amontonaban otros cuadros y dibujos, algunos de ellos simples bocetos hechos con carbón. Muchos de estos fueron los que mas llamaron la atención. Se parecían a los garabatos que yo mismo solía hacer con resto de leña quemada sobre paredes o maderas que encontraba tirada por la calle. También solía dibujar con un canto puntiagudo sobre láminas de pizarra. Me sentía fascinado por todo aquello y olvidé donde estaba y que el pintor, sin moverse, seguía mirándome con divertida curiosidad.

                -¿Te gustan? -preguntó

                Asentí sin abrir la boca.  El pintor pareció leer mi pensamiento y sin dejar de sonreír me invitó:
               
-Vamos, prueba.

Con algo aun de temor y precaución me acerqué a la mesa y dejé la manzana. Allí, además del plato con las frutas, había trozos de carbón de todos los tamaños. Cogi uno no muy grande y volví a mirar al maestro. Este, sin decir palabra me indico con un gesto de su cabeza un trozo de papel que había junto a los carbones.

                Que ganas tenia. Miré la manzana y el papel y apretando mucho el carboncillo empecé a dibujarla. Cuando acabé con la primera seguí con las demás, dibujando toda la fuente. Que placer sentía. El carbón era muy bueno. Suave, no se rompía ni arañaba. La textura del papel era agradable y de un blanco que no tenían las paredes ni los pedazos de madera del suelo en la calle.

                Cuando creí que había acabado dejé el carbón sobre la mesa y miré al pintor. Este había dejado de sonreír y con una expresión de seriedad y asombro en su cara, se levanto y acercó lentamente a la mesa. Me aparté con temor a un lado y el pareció no verme, no apartaba la vista del dibujo. Cogió el papel en sus manos y paseó su mirada por él para después mirarme a mí con asombro.

                No volví a mendigar ni a robar; no volví a la calle.
En un rincón del taller habilitó mi maestro un catre de madera con un jergón de paja. Me convertí en su ayudante. Limpiaba y ordenaba el taller, Preparaba las mezclas de colores según el me iba indicando, y con el tiempo me fue enseñando las técnicas necesarias para pintar, incluso le ayudaba a acabar los cuadros.



                No podré olvidar las clases de mi maestro, las largas jornadas en las que combinaba sus enseñanzas sobre pintura con relatos de su juventud de los que  pronto empecé a dudar de su completa veracidad. Pero aunque muchos de sus relatos fueran difíciles de creer, no dejaban por ello de resultarme fascinantes y provocar en mí el deseo de vivir experiencias como las suyas. Aprovechaba una clase de anatomía o desnudo para hablarme de las mujeres que había conocido, de las vivencias con ellas. La representación de una batalla para hablarme de la crudeza de la guerra y la capacidad humana para pasar de la más dura crueldad a la expresión de la más conmovedora belleza.
                Me enseñó a buscar el alma de los modelos que retrataba para ponerla en la pintura sobre la tela.


                Pero tal vez el relato que más me impactó y que nunca olvidaré fue el de lo que el llamó La Ordalía del Retrato 
Así empezó:

“Fue hace muchos años; en mis sienes empezaban a destacar las primeras hebras blancas.  Una tarde de otoño, cuando trabajaba en una tela para el Obispado, oí pasar corriendo por delante del taller a una multitud que gritaba insultos a alguien que parecía arrastrar uno de los verdugos del pueblo. Me asomé justo a tiempo de entrever a quien llevaban. Parecía ser una mujer, de buena silueta y larga melena  que le caía tapándole la cara. Durante un el tiempo de un relámpago, su pelo rubio se apartó y pude ver sus facciones.  Apenas un abrir y cerrar  de ojos, pero el tiempo suficiente para que su vislumbrar su belleza.
 Me uní al gentío que calle adelante aullaba enloquecida. Me fui abriendo paso hasta que la mujer, seguida de la multitud, fuera arrastrada hasta la plaza y subida al cadalso. A codazos fui abriéndome paso hasta situarme en primera fila. Pregunté al sucio individuo de apestosa dentadura que tenía a mi lado:

-¿Quién es la mujer?
-Una bruja, la  responsable de la enfermedad.

La enfermedad, la peste. Hacia ya nueve meses que asolaba la ciudad y la región. Centenares de personas habían ya muerto y muchas mas estaban enfermas, la mayoría agonizando. Una enfermedad que nadie sabía curar y que la profunda incultura y fanatismo acababa siempre achacando a algún desgraciado, sobre todo a aquellas personas que, lejos de querer hacer daño, se jugaban la vida intentando ayudar a los demás haciendo de curanderos. Ahí había muchas mujeres, mucho mas activas que los hombrees en esas cuestiones.
Y durante los meses que duraba la enfermedad ya habían ejecutado antes a dos de aquellas curanderas acusadas del mismo delito sin que la enfermedad hubiese remitido, si no al contrario, se había hecho mucho más mortífera. Las había visto ser torturadas con una crueldad que no justificaba ningún fin divino. La visión de tales atrocidades había hecho que me apartara del camino de aquella Iglesia bárbara y despiadada que había olvidado el mensaje inicial de su Dios. No me gustó el imaginar a aquella muchacha quemada por el fanatismo. Sentía verdadera repulsa por aquella forma de ver la religión.  Así que, aún sabiendo el riesgo que corría al ponerme del lado de un sospechosa de brujería, di un paso al frente y señalé  al la mujer a la que ya habían puesto una capucha negra.


-Señor obispo permitidme que interceda por la muchacha. Sugiero que se le conceda un Juicio Divino, una ordalía del Retrato del Diablo.
Un murmullo recorrió la plaza. Sobre el cadalso, junto al verdugo y la muchacha, el párroco que sostenía una pesada y ornamentada cruz, miró sorprendido hacia mí

-¿De que ordalía habláis Maese?

-De la que se practica en losTerritorios Papales por sus representantes. Se dice que es en esa prueba donde mas claramente se puede ver la mano divina en el resultado de los juicios y solo así se puede ver la cara al Diablo cuando este se hace presente en los actos y las personas. 
 De nuevo un murmullo recorrió la plaza al tiempo que la gente se miraba preguntándose que era aquello.
Las ordalías eran pruebas para determinar la culpabilidad de los reos, sobre todo cuando se trataba de temas relacionados con la religión. Todas esas pruebas eran imposibles de superar con éxito dado en que consistían en, por ejemplo, sostener con las manos hierros candentes o permanecer largo tiempo bajo el agua sin respirar.

-Explicaos, maese, como se lleva a término esa ordalía?

-Señor obispo, consiste en que un artesano pintor, como yo, una vez bendecido por una autoridad eclesiástica, como vos, haga un retrato de la persona acusada sin ver su cara ni haberla conocido antes, como es el caso de la que  ahora tapa esa capucha negra –respondí señalando a la muchacha-, si el resultado es el fiel  retrato del reo sin deformidades eso significará que la persona es inocente dado que Dios desea mostrarla pura. Si por el contrario es el Diablo quien se ha apoderado de su alma, el retrato de este será el que aparezca en la tela y el acusado deberá ser condenado.

Todos los presentes guardaron silencio durante unos instantes. Después, presa de la curiosidad general y no queriendo parecer más zafio de lo que era el obispo respondió.

-De acuerdo pintor, pongamos en tus manos las  del Señor para la prueba, haced que traigan vuestros artes de trabajo.

-¡Un momento! –se oyó gritar de repente. De entre la multitud salió otro pintor de la ciudad que rivalizaba conmigo por hacerse con los trabajos que se hacían  para la catedral que se estaba acabando de construir.

 -Si es el señor quien ha de guiar la mano, el artista no necesitará ver. Propongo que se le encapuche también y si el resultado no es el bueno, se condene también al maese por haber querido defender al Diablo.
El desconcierto fue común. Yo no estaba preparado para aquella posibilidad que estaba claro,  solo pretendía cumplir  la venganza por rencillas personales de aquel individuo envidioso y rastrero, pero ahora ya no podía negarme a seguir adelante con aquella prueba. El eclesiástico me miró fijamente durante un momento en silencio, después asintió levantando su báculo.

-De acuerdo, que sea así. Si es Dios quien ha de pintar no necesita una mirada humana teniendo él la suya divina.


                Colocaron delante de mí el caballete y una mesa con las pinturas y pinceles y dos de mis ayudantes se prepararon para la tarea. En seguida me pusieron la capucha de basto tejido negro que me impedía por completo la visión.  Un escalofrío me recorría la espina dorsal. Busqué a tientas una esquina del cuadro y allí apoyé el tiento. Puse mi brazo izquierdo sobre él al tiempo que sostenía con esa mano la paleta. No debía mover ese brazo pues era el punto de referencia.
 Esperé un momento antes de tomar aire muy profundamente encomendándome por primera vez a Dios e intentando recordar como era la cara de la mucha que apenas había alcanzado a entrever.  Aún estando sin visión dentro de la capucha cerré los ojos e intenté recordarla.  Noté como el sudor corría por mi frente y espalda. Por un momento el miedo se apoderó de mi, dudé si había sido sensato interceder por aquella desconocida que, cabía la posibilidad,  de que pudiera ser efectivamente una servidora del Maligno. De pronto vi su cara nítidamente delante de mi, pude ver cada uno des sus rasgos con toda claridad, me eran muy familiares y conocidos, como si se tratara la muchacha de alguien muy apegado a mi y de trato constante.


                Empecé a pintar rápida y convulsivamente, daba pincelas sueltas allí donde creía que debía darlas, era como hacerlo directamente sobre aquella cara que no se apartaba de mi mente. Iba pidiendo a mis ayudantes las mezclas de colores necesarios, los pinceles apropiados para cada brochazo y trazo.
Me abandoné a la pura intuición. Pintaba sin pensar, dejando que mi mano pusiera sobre la tela lo que yo veía en la oscuridad de la capucha. Unos grandes ojos verdes, que me parecieron rebosantes de agua de mar, me miraban y guiaban. No podían ser del Diablo.

No puedo recordar ahora el tiempo que duró la prueba pero creo que fueron horas. Cuando al fin creí dado por acabado el cuadro, el sol se acercaba ya a la línea del horizonte.”

                En este punto mi viejo maestro hizo una pausa en el relato para quedarse un rato callado mirando también el sol que estaba apunto de ponerse y teñía de rojo toda la calle
               
                -¿Qué pasó maestro? –pregunté impaciente-¿Cómo fue el resultado de la prueba?
                Me miro con un aire melancólico incrementado por el reflejo rojizo en sus ojos y volvió a sonreír.


                “Mientras pintaba le gente de la plaza no podía ver mi obra ya que veían la tela por atrás, pero al decir yo que había acabado, la giraron para que todos la vieran. Yo, con la cara aun encapuchada oí un murmullo general que fue elevando el tono. Me quitaron a mí y a la muchacha la capucha a un tiempo y el murmullo aumento hasta convertirse casi en un clamor. Miré mi cuadro y a la muchacha. Eran idénticos. Ni con los ojos destapados hubiese podido pintar a la mujer con aquel parecido. Me estremecí pues en aquel momento tuve la certeza de que algo muy superior a mi había guiado mi mano para que realizara mi obra maestra.”

                -¿Dios, maestro? –pregunté.

               "-Esa misma pregunta me hice yo entonces. Pero cuando volví a mirar a la muchacha que me miraba a su vez, pensé que Dios podía adquirir muchas formas y utilizar muchos lenguajes. Miré a la mujer y la sensación de que ya la conocía desde siempre se hizo aún más fuerte. Su larga cabellera , cayendo sobre los hombros enmarcaban una cara de líneas suaves; altos pómulos, rosados y carnosos labios y unos enormes ojazos verdes como agua de mar.
                No pude dejar de pensar en la hermosa muchacha  a la que, claro, hubieron de liberar.           
Pasaron varios días hasta que de forma inesperada ella apareció en la puerta del estudio.

                -Quiero daros las gracias maestro por lo que hicisteis por mí.  Pero decidme: ¿quien os enseñó esa prueba, la ordalía del retrato? Nunca habíamos oído nadie en la ciudad hablar de ella.

-Naturalmente la inventé en aquel momento, no podía dejar que esos salvajes acabaran con vos-, sonreí divertido,
.               Ella me miró y bajando tímidamente la mirada pregunto:

 Estoy en deuda con vos ¿Cómo puedo pagároslo?

                La miré un instante y dije:
               
-Desnudaos.”

                 
 Me quedé mirando sorprendido a mi maestro que a su vez me miraba con cara divertida y que al fin dijo:


                -Para pintar el mejor desnudo de mi vida, mal pensado…


                …aunque luego ella  me diera cuatro hijos.


               
                Me quedé pensando que mi maestro había vuelto a divertirse conmigo con una de sus historias, hasta que desde la puerta que daba al piso superior su hermosa mujer, de larga cabellera  y hermosos ojos verdes, se asomó y anunció que la cena ya estaba preparada.
               



                                                                             


                                                                                              Fransabas
                                                                                              Agosto de 2015                     Agosto de 2015