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domingo, 14 de agosto de 2011

EL PINTOR DE ALMAS 2


                                                         Adriaen Brower (1605-1638)



      EL PINTOR  DE ALMAS 2

      Aun hoy, casi cincuenta años después, recuerdo sus ojos. Oscuros y fríos cuchillos que parecían clavarse y traspasar todo aquello que miraban. Reflejado en ellos, el brillo del fuego de la chimenea, junto al que estaba sentado en silencio, parecía el destello del mismo infierno. Recuerdo la penumbra de la taberna y las risas de los borrachos en la mesa del rincón.
      De vez en cuando levantaba la vista del papel y sus ojos recorrían la estancia. Era entonces cuando se cruzaba su mirada con la mía y una extraña debilidad acompañada de escalofríos hacía encoger todo mi cuerpo.
      Las risotadas y gritos de los borrachos iban en aumento y apenas dejaban oír el crepitar del fuego en la chimenea. El parecía concentrado en lo que dibujaba sobre el tosco papel y daba la sensación de que no le importase el ruido y el apestoso olor a vino rancio de la taberna.
      Desde mi propio rincón le observaba con una mezcla de curiosidad y temor. Por aquel entonces yo era un niño de ocho años. El tabernero me había recogido de las embarradas calles donde me había encontrado abandonado y pidiendo limosna. Me daba algo de comida y un jergón de paja para dormir a cambio de mi trabajo limpiando la mugre de las vomitadas, meadas y resto de vino derramado por los borrachos.
      Aquella noche había tormenta y el viento silbaba a través del ventanuco, pero no parecía que esto distrajese la concentración del pintor en su cuaderno.
     La curiosidad me hizo perder parte del temor que aquel hombre me inspiraba y, con una jarra de vino en la mano para rellenar su vaso, me acerqué a el. Pude entonces ver su dibujo y sentirme admirado de la perfección con la que había dibujado la oscura estancia, pero lo más sorprendente era que la había dibujado vacía, sin ninguno de los personajes que allí estábamos.
     Apartó la vista del dibujo y me miró fijamente durante unos segundos, durante los cuales me pareció que todo a mi alrededor se hacía borroso para después convertirse en simples lineas.
     Una sucia manaza me cogió por el hombro apartándome. Uno de los borrachos se había acercado a nosotros y echándome a un lado se acerco a mirar el dibujo. Sus ojos vidriosos por el vino rancio fueron del papel a los del pintor.

     -¿Que es esto, pintor? -balbuceó con su voz pastosa- ¿Tan feos somos que no pones en tu dibujo? -dijo tambaleándose. -¡Quiero que me pintes ahí! -gritó pegando su cara a la del pintor.
     -Quiero ser como esos señores importantes y ricos a los que pintáis en sus casas señoriales.

     -No creo que te convenga eso, amigo-, respondió el pintor mirando fríamente al tipejo. Mejor toma otro vaso de vino, yo te lo pago, y mantente lejos de mi.

     El borracho miró al pintor mientras dejaba sobre la mesa su jarra y sacaba de la faltriquera una vetusta pero gran navaja y la apoyó en su garganta.

     -¡He dicho que me pintes!, perro. -escupió el patán.

     Sin apartar sus ojos de los del borracho el pintor sonrió con una mueca fría y dura que habría asustado a aquel individuo si no hubiese estado tan borracho.

    -¿De verdad quieres que te pinte? Bien, sea. -dijo fríamente.

     Con movimientos rápidos empezó a dibujar. Mientras en su rostro se mantenía la gélida sonrisa, parecía que al borracho le iban abandonando las fuerzas y su expresión pasaba de la de la ira que produce el alcohol a la de quien pierde definitivamente la razón.

     Durante unos minutos solo fue audible el sonido de la tormenta y el crepitar de la lumbre en la chimenea. Los demás compadres del borracho guardaban silencio aunque sonreían divertidos ante la acción de su compinche. Este, que aún mantenía el cuchillo apuntando a la garganta del pintor, poco a poco iba dejando caer los brazos, como si le abandonasen  las fuerzas.

     -Ya esta, mirate, -dijo el pintor girando hacia nosotros el papel.

     Me quede asombrado por lo que vi. Era el retrato perfecto de aquel individuo. En el se reconocía la bajeza que crea la miseria y la incultura. En aquel retrato se veía el rastro que deja el vicio, el rencor y vileza.

     El borracho miró sin parecer verse y sin que cambiara su semblante, al contrario de todos nosotros que estábamos fascinados con la semejanza de aquellos trazos de carbón con la expresión de la cara del matón.

     Sin que desapareciese el esbozo de irónica sonrisa de su boca, el pintor volvió a girar el papel hacia el y, mirando al dibujo, hizo un gesto con la barbilla señalando a los otros borrachos.

     -Matalos. -Dijo fríamente.

     El borracho, como un autómata se giro sobre si mismo y empuñando su navaja se encaminó hacia el tipo mas cercano, el cual, paralizado por la sorpresa, no tuvo tiempo para esquivar el navajazo que le corto limpiamente la garganta. El otro compañero si pudo incorporarse y sacar su propio cuchillo que esgrimió ante el atacante que se le acercaba babeando y con los ojos vidriosos y perdidos. Los cuchillos se cruzaron para clavarse ambos en los vientres de los dos tipejos.

     Ahora el silencio era casi total. Fuera había cesado la tormenta y el único sonido era el de los tipos que boqueaban mientras la vida se les escapaba a borbotones con aquella sangre mezclada con vino rancio. Los demás asistentes estábamos petrificados, no por la pelea, algo frecuente y cotidiano en aquellos tugurios, si no por como se había desarrollado. Solo el pintor parecía tranquilo e incluso ajeno a la escena. Seguía mirando el dibujo con su siniestra sonrisa.
     Cuando al fin apartó su mirada del papel fue para clavarla en la mía. Supe entonces que captaba lo que yo estaba sintiendo en aquel momento: fascinación.

     Estaba fascinado por lo que parecía que solo yo había visto, de como aquel ser que se había vuelto contra sus compañeros, había dejado su alma atrapada en los trazos de carbón sobre el papel.
     Supe que el pintor lo sabía, que notaba mi deseo de coger aquel carboncillo y... dibujar...dibujar como él.

     Dibujar...eso era para mi lo mas importante en aquel momento. Por encima del horror,  de lo sórdido del suceso, solo sentía ganas de dibujar. Hubiera dibujado yo también la escena en la rancia taberna, ajeno a al muerte de los hombres que yacían en el embarrado suelo. Hubiera dibujado sus rostros agonizantes o la silueta de los arboles que, fuera , se sacudían el agua de la tormenta. En aquel momento todo era para mi el anhelo de dibujar.       Era algo que flotaba en el ambiente sórdido del oscuro antro o en el paisaje que se entreveía por la vieja puerta. Dibujar, con ansia, como una necesidad vital para sobrevivir. Dibujar para atrapar en el papel el alma de los seres y las cosas, para atrapar y hacer mía la fealdad o la belleza.

     Y el lo sabía.

     Por eso cogió el carboncillo que había usado y me lo ofreció.

     -Dibuja, -dijo mirándome fijamente a los ojos. Después se levantó, se dirigió a al puerta, y se perdió en el crepúsculo.


      Al coger aquel carboncillo supe que yo también había perdido mi alma. 

                                                           Fransabas, Agosto 2011





                                                                       Adriaen Brower


VIENTO





        
      Era ya muy tarde. El sol se acercaba a la línea del horizonte y pintaba de rojo la silueta de la aldea y las nubes bajas que parecían mezclarse con las zarandeadas copas de los viejos árboles.
      Abuelo, ¿quién hizo el viento?
      Mi abuelo dejó en el suelo el haz de leña que cargaba en la espada y que habíamos recogido en el bosque. Miró hacia los agitados árboles al mismo tiempo que apretaba su sombrero que parecía querer salir volando. Pareció pensar la respuesta un momento, aunque yo sabía que mi abuelo no necesita pensar mucho sus respuestas a mis preguntas.
     Verás, Iván. Hace muchos años, muchos años antes de nuestro Dios, existieron otros muchos que rivalizaban entre ellos por el poder y el dominio sobre el mundo de los hombres.
     Entre estos dioses había una diosa, Invidia, que despechada y celosa del éxito de otro dios, Cupido, se propuso destruir todo lo que este hiciese. Así, creó esta fuerza que zarandea los árboles y levanta el polvo de los caminos para separar aquellos abrazos que, el dios del amor, Cupido, provocase en las parejas de enamorados. Así, cuando el viento sopla es porque en algún lugar, un hombre y una mujer se están abrazando, y cuanto más fuerte es el abrazo, tanto mas fuerte es el viento que intenta separarlos.
Miré a mi abuelo con admiración. El siempre convertía una respuesta a mis preguntas en un cuento o una historia. Caminamos en silencio hasta llegar a la casa cuando ya anochecía. Mi abuelo fue a encerrar las ovejas y yo entré en la casa donde mi abuela cortaba verduras que echaba a la olla que hervía en la chimenea.
      ¿Abuela, ¿quién hizo el viento?
También me gustaba como mi abuela respondía a las preguntas de aquel niño de siete años que yo era. Se volvió hacia mí sin acabar de erguirse y con el cuchillo y media zanahoria en las manos.

    --¿El viento? Pues verás... -se acercó a mí y me miró a los ojos llenándolos de la dulzura de los suyos.-Verás, hace muchos, muchos años había una diosa musa que se llamaba Euterpe y, como regalo a los hombres, creó la música. Otro dios le construyó una flauta de madera mágica. Para hacerla sonar debía de soplar en ella. Al hacerlo el aire salía convertido en música unas veces y en viento otras. El viento es la música que suena cuando un hombre y una mujer se abrazan cuando se quieren y que solo ellos saben escuchar. Cuanto más fuerte es el viento, mas fuerte es el amor que los une. 

     No dije nada. Las dos respuestas me gustaron. En mi imaginación infantil las dos respuestas se fundieron en una y decidí esperar a ver que pasaba cuando yo abrazase a una mujer a la que amase.

      Ayer mi nieto me preguntó que es el viento.

      El viento es la voz que usa la Naturaleza para contarnos historias. De ti depende el saber escuchar y en oír música, lamento triste o rugido amenazador. Cuando abraces a la mujer que ames, abrazarla muy fuerte, así convertirás el viento en música y ningún dios, bueno o malo, podrá separarte de ella.




                                                                        Fransabas
                                                                      Agosto 2011

















                                                       Barend Cornelis KoekKoek (1803-1862)
                                                                                   Viento