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lunes, 6 de diciembre de 2010

EL PINTOR DE ALMAS 1

                      El titulo del cuento es el de diciembre de 2010.
                           Hace un par de años apareció una novela
                                                  con el mismo titulo.     
                                Como los relatos son muy anteriores
                                   he dicidido mantener el original.          



                   La Piedad. Oleo. Luis de Morales.
                   Museo del Louvre.

       

              La profunda tos volvió. El muchacho detuvo su tarea para volverse hacia el anciano pintor. Este se convulsionaba en cada exhalación del  aire que parecía romperle los pulmones. Sus manos arrugadas y temblorosas dejaron sobre la vetusta mesita de madera los pinceles aun impregnados en pintura. El chico dudó que podía hacer, si abría la ventana para airear el oscuro y polvoriento taller y limpiarlo de los venenosos vapores de los pigmentos, el frío aire del invierno podía empeorar aun mas el estado del viejo. Demasiados años respirando las emanaciones de los componentes que se usaban para mezclar las pinturas acababan con la salud de los pintores y muchos de sus ayudantes, como él, terminaban también enfermando e incluso muriendo a causa de ellos. Él mismo tenía las manos perennemente machadas con tintas que se le metían bajo las uñas y en los pequeños cortes que en su trabajo diario padecía. Probablemente acabaría como su maestro.
            Se quedó quieto, mirando al anciano que se encorvaba y  
encogía aun mas bajo las grises ropas de lana. Esperó. Al fin el viejo pintor dejó de toser y se sumió en una especie de duermevela. El aprendiz se levantó entonces y lo arropó con una vieja y raída manta y luego se tumbó en su catre, en un rincón del taller a esperar que su maestro cayera al fin en un sueño mas profundo. Fuera, empezaba a nevar.

            Se acurrucó encogido bajo la agujereada manta y se envolvió para crear, en la paja, un hueco mas confortable que le hiciera recordar aquel regazo cálido de su madre. Aun después de tres años recordaba
 perfectamentesu hermoso rostro marcado por el dolor, mientras apretaba contra sí el cadáver de su marido, joven y hermoso como ella. Aquella era la imagen que mas nítidamente conservaba de su madre antes de que la peste se la llevara también apenas dos semanas después de la muerte de su padre.  Los rostros de su padre muerto y de su madre llorándole en los brazos le acompañaban siempre.

Fue el viejo pintor quien le recogió mientras mendigaba por las calles. Aquel chico que pedía unas monedas a cambio de garabatear con un trozo de carbón paisajes en trozos de papel le llamó la atención. Le cobijó en su taller y le ofreció manutención a cambio de su ayuda.     Al chico le gustaba estar allí; disfrutaba mirando como su maestro era capaz de crear con su pincel aquellas obras de arte. Se quedaba embelesado y atrapado por el movimiento de los pinceles por la superficie de las tablas y escuchando las explicaciones que el pintor le iba dando mientras pintaba.

            El sonido del viento en la calle le amodorraba y al fin el chico se quedó dormido.
           

            Se despertó sobresaltado por lo que parecía delirio y tos cada vez mas violenta de su maestro. Se dirigió al trébede que sobre las cenicientas ascuas de la chimenea sostenía un tazón metálico con agua caliente. Rebuscó en uno de los polvorientos anaqueles hasta encontrar una bolsita de cuero de la que extrajo un puñadito de hierbas secas. Las olió durante un segundo y luego las echó en el agua caliente y esperó en silencio con la mirada perdida en el rojo de las ascuas. Cuando consideró que ya estaba lista la infusión se dirigió hacia el catre donde el pintor dormitaba entre convulsiones y tos.

            –Maestro, tomad, son algunas de vuestras hierbas y están calientes –dijo mientras se inclinaba sobre el lecho y daba de beber al anciano. Este se incorporó penosamente y con manos temblorosas tomó el jarro y se lo llevó a los labios.

 –Gracias, mi buen Pieter–,  dijo tras dar un largo trago del liquido y mirando con ojos cansados al chico–, eres un buen muchacho y me alegro de tenerte aquí conmigo.

            -–Maestro, también yo estoy bien aquí. Con vos puedo aprender a hacer lo que mas me gusta, pintar,  y me gustaría llegar a ser como vos algún día.

            –Pieter, es muy duro el camino hasta aquí y no todos llegan. Sólo unos pocos nacemos con este don que nos hace convertirnos en buscadores de algo que no todos los demás seres humanos son capaces de ver y apreciar: la belleza –dijo mientras miraba fijamente a los ojos del chico-, esto es como una locura que nos acompaña toda nuestra vida y nos hace dejarnos el alma en cada pincelada. No sé imaginar mi vida si no es ante un cuadro; no tendría sentido para mi vivirla de cualquier otra manera. No cambiaría este taller por ningún palacio ni ningún pincel de los que tu me cuidas y limpias por joya alguna.

            -–Maestro, ¿pensáis que podré ser como vos alguna vez? – preguntó el chico.
           
            –Si trabajas duro durante muchos años, tal vez algún día logres dominar el arte de la pintura. Solo con el tiempo y la experiencia serás capaz de plasmar la belleza y el sentimiento sobre la madera. Tal vez seas ya viejo como lo soy yo ahora cuando empieces a descubrirla.

            El viejo pintor volvió a dejar caer su cuerpo en el catre y se quedó en silencio. Pieter lo miró durante un buen rato hasta que al fin su maestro volvió a quedarse dormido.




El séquito se detuvo ante la puerta del modesto taller. El obispo bajó ceremoniosamente del coche que entre traqueteos le había traído hasta allí. Durante un instante se detuvo en la puerta y recorrió con la mirada el oscuro habitáculo que servía de taller y vivienda al pintor y a su joven aprendiz. Sin pronunciar palabra alguna se dirigió directamente al caballete iluminado por un rayo de luz que traspasaba la polvorienta ventana. Se detuvo ante él y su rostro fue cambiando a medida que contemplaba cada parte del cuadro; el fruncido ceño se distendió progresivamente para que sus cejas se alzaran en un gesto que señalaba una mezcla de sorpresa y admiración. El silencio era general en todos los presentes. Todas las miradas iban del cuadro al obispo esperando la reacción  de este.
La hermosa composición representaba una Piedad de la cual llamaba la . atención sobre todo los rostros de una apenada Virgen y la de un Cristo agonizante. El rostro de la Madre poseía una atrayente belleza, en el que se mezclaba el dolor, una fuerza y una serenidad por encima de lo humano. También en el rostro del Cristo se mezclaba la belleza con la calma del que está ya por encima del dolor mismo.
            Los colores eran brillantes, cargados de una luminosidad especial y muy lejos de los oscuros tonos que dominaban en las pinturas de entonces. A pesar de ser un cuadro donde  se representaba un momento de muerte, se desprendía de el un aura que parecía transportar hacia ese estado superior de divinidad. En aquellas pinceladas no se advertían las manos temblorosas y débiles. Esas mismas pinceladas parecían impregnadas de la divinidad que querían representar. Al fin el clérigo se volvió hacia el trémulo pintor en cuyos ojos brillaba la  ansiedad.

            –Maese van Osgraan-– le dijo el obispo-, esta es sin duda vuestra obra maestra. Nunca antes había visto nada igual. Me ha sorprendido la calidad de la tabla y he de felicitaros. Cuando me hablaron de vuestra obra, las opiniones de los que me la recomendaban eran especialmente entusiastas, por eso he hecho la visita a vuestro taller, y he de reconocerlo- sonrió el clérigo– me he quedado sorprendido. Por eso quiero  que esta obra sea instalada en la catedral de Amberes. Veo que no se habían equivocado quienes me aconsejaron venir a ver vuestra obra, maese van Osgraan– dijo con voz grave sin apartar la vista de la pintura–, es excepcional, digna de ser expuesta en la catedral. Sin duda estamos ante la obra maestra digna de un gran artista. Nunca hasta ahora había visto una representación de la Piedad como esta. La pureza y la divinidad están sabiamente representadas. Es sobrecogedor el dolor que se desprende del rostro de la Virgen y admirable la paz en el del Cristo muerto.

            -–Excelencia -contestó con un hilo de voz el viejo pintor-, me siento muy humilde ante vuestra sabia apreciación la  agradezco sinceramente.

– Maese  van Osgraan, hacedme avisar cuando esté finalizada y seréis remunerado por ella cuando sea colocada tras el altar mayor de la catedral-, dijo el obispo girando sobre sí mismo y dirigiéndose hacia la puerta donde volvió a detenerse para mirar una vez mas hacia el cuadro que parecía haberle atrapado. Al fin, sin volver a mirar al pintor y a su aprendiz salió a la nevada calle.

            El anciano pintor miró hacia su obra pesar de que sus ojos no le permitían ya verla con nitidez. Intentaba que no fuese advertida su progresiva ceguera, no quería que aquellas gentes supieran de la decadencia a la que su vejez le arrastraba. Ya tenia cincuenta y ocho años hacía  muchos que sus cabellos eran blancos y sus dedos habían empezada a agarrotarse y perder la agilidad necesaria para dominar la limpieza del trazo. El temblor de sus manos era ya demasiado evidente y las escondía de la vista de los demás en los pliegues de sus ropas. Los últimos meses, para poder sobrellevar el cansancio había empezado a usar infusiones de ciertas hierbas que una vieja, a la que todo el pueblo tenia por costumbres no muy cristianas, le había proporcionado. Generalmente, tras tomar una de esas infusiones, pintaba un tiempo indeterminado hasta quedarse dormido.
           
Pero, aunque además de su vista, también le fallaba la memoria y no lograba nunca recordar los momentos de lucidez en los que pintaba, estaba convencido que aquellos brebajes le habían ayudado a crear la hermosa obra de  arte que ahora la gente acudía a contemplar cada vez con mas frecuencia.  Y no le pesaba el utilizarlos en vista del resultado. Estaba convencido de que eran una herramienta que El Altísimo había puesto a su alcance para ayudarle a pintar su obra maestra.

Se sentó en el taburete frente a la pintura y tomó los pinceles y la paleta donde ya Pieter había colocado los colores después de mezclar los pigmentos. A pesar de apoyarla en el tiento, su mano temblaba demasiado para dominar el pincel en la lágrima del rostro de la Virgen.
Se volvió hacia el chico y le pidió un nuevo tazón de una de sus infusiones.

            –Pieter, en el segundo estante, en el frasco verde, ponme hoy  de esas hierbas. La combinación es fuerte ya que hoy necesito trabajar muy duro. Me queda ya poco tiempo para acabar La Piedad.

            El chico obedeció y tras verter parte del contenido  en el agua caliente, se la ofreció a su maestro. Este bebió un largo trago y durante un momento se quedó con la mirada perdida ante un punto invisible ante sí. Sus ojos parecían mirar mas allá de la madera pintada. Durante unos minutos permaneció en esa posición, con los ojos muy abiertos y murmurando palabras ininteligibles. De pronto se levantó sonámbulo y se dejó caer en el catre para quedarse dormido casi de inmediato.

            El chico arropó, como siempre hacía, al anciano y después se dirigió hacia a la ventana para mirar a través de ella. Fuera, el frío había helado el río y un grupo de muchachos jugaba arrastrando un trineo. Contempló los árboles desnudos de la ribera y las casas recortadas contra el cielo rojo del atardecer. El día se fundía ya con la noche y el silencio lo envolvía todo. En el taller  reinaba  la oscuridad y encendió un candil que colocó ante el cuadro.

Se acercó a la chimenea y colocó las manos abiertas frente a las débiles llamas para calentárselas antes de sentarse definitivamente ante el caballete y tomar en la izquierda la paleta y en la derecha los pinceles. Durante un instante miró  el  conocido y amado rostro que le miraba desde la madera y con mano firme continuó pintando el brillo de los ojos, la lágrima que rodaba por la mejilla...ya casi estaba acabado el cuadro que pintaba desde hacia meses y  donde su madre abrazaba llorando a su padre muerto.

           


                                                                                      Fransabas
                                                                                                Mayo 2010
                                  


                                            



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