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sábado, 11 de diciembre de 2010

EL TAXI AL AYER


                                    EL TAXI AL AYER

            -¡Maldita sea!

            Julián miro impotente hacia la puerta de embarque y luego a través del ventanal que daba a las  pistas. Su avión, el del vuelo 8263 que despegaba a las 9,15, se elevaba en ese preciso momento rumbo a Berlín. Miro su reloj, eran las 9,20, tarde. Lo vio alejarse y perderse entre las nubes llevándose la posibilidad de estar en Alemania a la hora prevista para cerrar el importante negocio de inversión para su banco. Sabía que esa perdida tendría serias consecuencias en su cargo al frente del nuevo departamento de finanzas. El accidente que había cortado durante una hora la autopista le había hecho perder uno de los viajes más importantes para su vida profesional y que sin duda tendría serias consecuencias para la misma. Totalmente abatido se dejó caer en el asiento de la sala de espera, ahora ya no podía hacer otra cosa que llamar al banco y dar cuenta de lo que había ocurrido, pero no tenía ánimo ni fuerzas para hacerlo. Con gesto cansado saco su teléfono móvil y cuando iba a teclear el número alguien le dio unos golpecitos en la espalda.

            -¿Taxi, señor?

            Julián se volvió y,  con un movimiento cansado, miró por encima de su hombro. Ante él, un individuo que parecía sacado de alguna película de los años cincuenta le miraba con una impersonal sonrisa. Unos ojos azules y fríos brillaban bajo una gorra de plato azul oscuro con una “TAP” dorada sobre la visera. Vestía un uniforme del mismo color que la gorra, impecablemente planchado y  con la misma insignia de “TAP” en cada solapa.

            -¿Taxi dice? Como no sea para llegar a tiempo para coger ese avión…

            -Dijo Julián señalando el puntito que ya en el cielo se perdía entre las nubes.
            -Eso mismo señor.-respondió el extraño taxista. -Con mi taxi puede coger usted ese avión.

            Julián le miro con gesto incrédulo y sonrisa cansada.

            -Óigame, estoy muy cansado para escuchar tonterías, así que déjeme en paz con eso tan raro que quiere usted venderme. No estoy para bromas.

            El taxista siguió mirando muy fijamente a Julián sin dejar de sonreírle.
           
-Señor, yo puedo hacer que usted coja ese avión. Tan solo tiene que subir a mi taxi –  dijo cogiendo la maleta de Julián y señalando hacia la calle donde un llamativo taxi amarillo, al estilo neoyorquino, a juego con el uniforme, parecía esperar con el motor en marcha.

            Julián, algo aturdido por la incredulidad se dejo llevar cuando el taxista, con su maleta en la mano, se encaminó hacia la puerta. 

            -Bueno, vamos a su taxi y al menos lléveme de vuelta al banco, o mejor a casa. – y dió al taxista la dirección a su casa.

            Cansado, se paso la mano por el pelo canoso que ya empezaba a escasear. La próxima semana cumpliría sesenta años y la tensión y responsabilidad de su cargo empezaban a pasar factura.
            Se sentía ya algo viejo y tenia la sensación de que, por la dedicación a su trabajo, había dejado  de vivir muchas de las cosas  buenas que la vida le había ofrecido. Comenzó a trabajar en el banco  muy joven, empezando prácticamente de botones y chico de los recados, a finales de los años sesenta. Poco a poco, con mucha dedicación y esfuerzo había ido prosperando y escalando categorías hasta llegar a lo que era ahora: un alto y brillante directivo del consejo de administración del departamento de finanzas extranjeras de su banco, uno de los más importantes del país.

            No se había casado. Había dejado atrás varias oportunidades de hacerlo, en parte por la falta de tiempo por culpa de sus constantes viajes por un lado, y la timidez que siempre sentía cuando trataba con una mujer, por el otro.

            Ahora, mientras el taxi se ponía en marcha, volvió a pensar, como hacia últimamente, si todo lo que había conseguido en la vida había valido  la pena. En los últimos años había empezado a pensar en aquellas que dejó en el camino: el amor de una pareja, una familia…

            Distraídamente miro por la ventanilla y le pareció que el paisaje urbano que se movía rápidamente le era desconocido. Pensó que tal vez era una ruta por la que no había pasado nunca antes y no se extraño hasta que entraron en un túnel. Pensó que seria un túnel urbano de los que se habían construido recientemente y por eso le era desconocido. Cerró los ojos e intentó relajarse, ya no podía hacer otra cosa.

            Casi se había adormilado cuando oyó la voz del taxista: -Señor, ya hemos llegado.

            Julián abrió mucho los ojos sorprendido.

            -¡Pero si estamos otra vez en el aeropuerto!  -exclamó.

            -Efectivamente, señor. Estamos en el aeropuerto y son las 8.45 horas.

            Julián, estupefacto, miro el gran reloj que dominaba la sala de espera. Efectivamente, marcaba las 8.45 horas. Miro su reloj de pulsera y comprobó aun más atónito la hora: las 8.45.

            -“Pasajeros del vuelo 8263 con destino a Berlín pueden embarcar por la puerta 15” –sonó por el altavoz. El taxista, con su fría sonrisa le tendía la maleta.
           
            -¿Cuánto es? –pregunto Julián  aturdido y con un hilo de voz temblorosa.
           
            - Veinte euros, señor.
           
Pago con un billete de cincuenta y el taxista le devolvió el cambio junto con una tarjeta.
           
            -Aquí tiene Sr. Y este es mi número de móvil por si alguna otra vez necesita de mis servicios.
           
            Julián, de forma automática, se guardó el cambio y la tarjeta en la
cartera mientras se dirigía a la puerta 15 a coger su vuelo. Le era muy difícil pensar con claridad. Evidentemente había algo de irrealidad en todo aquello y no sabía que era fruto de su imaginación, si haber llegado tarde al aeropuerto
o estar ahora sentándose en su plaza del avión que le llevaba a la importante reunión, pero lo único que creía tener claro era que algo no había pasado o estaba pasando. ¿Se había dormido en el taxi que le trajo por primera vez al aeropuerto y soñado llegar tarde a su vuelo o era ahora cuando dormía en el segundo que le llevaba a casa?. Pero, no, se sentía despierto mientras ahora miraba ya por la ventanilla del avión y veía quedarse allá abajo el aeropuerto primero y luego Barcelona. Saco de su cartera la tarjeta que le había dado el taxista y la miro. “TAP” TAXI AL PASADO tel. 690 65 .. ..  A su servicio las veinticuatro horas”.


            Pasó una semana; la reunión en Berlín fue un éxito mas en su carrera profesional pero la experiencia con el extraño taxi había cambiado su vida.

            En el viaje de vuelta una idea había empezado a dar vueltas en su cabeza. Con aquel teléfono podía ir siempre que quisiera atrás en el tiempo y corregir errores pasados o bien utilizar información del ahora en el ayer para obtener aun mas beneficios en su trabajo y…tal vez volver a buscar algunas de las cosas que, habiéndolas dejado atrás, había perdido en su vida, como tal vez ese amor o esa familia que ahora echaba en falta.

            Esta última idea fue haciéndose cada vez más fuerte en él. Sobre todo al recordar a aquella bonita chica, Elena, la rubita que conoció en la oficina y con la que mantuvo una corta relación  cuando el tenia unos veinticinco años. Su inexperiencia, su timidez y su enfermiza dedicación al trabajo habían hecho que ella le dejara a los dos meses de conocerse. El nunca la había olvidado, incluso el recuerdo de ella había influenciado negativamente e las pocas siguientes relaciones que siguieron. Estas solo fueron para satisfacer sus necesidades sexuales pero no lograron hacerle olvidar a aquella chica. Ahora,  mas de treinta años despues, se sabía mucho mas seguro, creía haber aprendido a satisfacer tanto sexual, como anímicamente a una mujer o al menos con la osada serenidad que proporciona la edad para intentarlo.  Además, ahora era consciente de que su vida, hasta ahora mismo había estado demasiado vacía y
encontraba triste acabarla así, sin nadie a quien poder transmitir lo que había conseguido con su trabajo.


            Volver a aquel justo momento en que la vio entrar en la oficina y dirigirse a su mesa para pedirle información sobre un crédito.  Eso podía intentar; volver a retomar su vida justo en ese instante, con lo que ahora sabía y se atrevía…si eso haría. La volvería a citar como entonces para ayudarla en su crédito y reiniciaría la relación con ella, esta vez para siempre.

           
            Aun dudo durante una larga semana, el paso significaba mucho: volver a luchar otra vez para alcanzar la vida mas o menos cómoda que ahora tenía, volver a pasar por momentos malos y también buenos, volver a conocer a gente, a amigos. Todo tenía mas pros que contras, pensó. Al igual que aprovecharía la oportunidad con Elena, rectificaría errores pasados, tanto en su trabajo como en sus relaciones con los demás.
           
            Al fin, un lunes sacó la tarjeta del extraño taxista  de su cartera y marcó el número.

            -¿Taxi, señor? –respondió la voz fría que ya conocía -Si, por favor , recójame frente al numero 185 de la avenida Sarria. Gracias-


            Apenas cinco minutos mas tarde apareció el taxi: Los mismos fríos ojos oscuros de la otra vez le miraron.

            -¿A dónde señor?
           
            A Julián le pareció advertir una sonrisa aun mas fría que la mirada bajo aquellos ojos que por un momento le incomodo.

            -A la calle Balmes, esquina Diagonal respondió con la misma frialdad mientras entraba y se sentaba en el asiento posterior.
            -¿A que momento? –pregunto el taxista mirándole a través del retrovisor.

            -Al 10 de abril de 1979.

            -¿Esta seguro, señor? ¿Lo ha pensado bien? Yo creo que…

            -¡Claro que estoy seguro! ¡No necesito su opinión! -respondió Julián algo molesto. No le gustaba aquel individuo; por una parte se sentía en deuda con el y una sensación de inquietud le hacia desear cortar cualquier atisbo de conversación.-Lléveme al 10 de abril de 1979 a Balmes con Diagonal.

            El taxi se puso en marcha para, rápidamente, comenzar un recorrido por las calles de Barcelona que de nuevo a Julián pareció le extraño. Y como la otra vez entraron en un túnel que bien pensó Julián podía ser el nuevo que recorría por debajo General Mitre hasta Lesseps, aunque le pareció muy raro ya que a los lados del mismo se abrían salidas con números sobre ellas, unos números de cuatro cifras que no le resultaban familiares. Y como la otra vez una extraña somnolencia le fue venciendo hasta adormilarlo.

            -Señor, ya hemos llegado -oyó la voz del taxista.
           
            Al abrir los ojos vio ante el imponente edificio del banco que, una vez mas, le era familiar pero a su alrededor todo era diferente. La gente, su forma de vestir, el tráfico, los coches, todo era como lo recordaba en su juventud.
Mecánicamente pagó al taxista que le miraba a través del retrovisor sin decir ahora una palabra pero con una especie de sonrisa burlona en la boca.
Se apeó y vio desaparecer al taxi doblando la calle Córcega. El extraño coche destacaba entre los otros taxis, viejos Seat 1.500, Renaul 12, SEAT 124…
Antes de entrar en el banco miró a su alrededor, sintió placer al reencontrar aquel viejo  ambiente de la ciudad, le pareció que todo el mundo caminaba mucho mas pausadamente que en el futuro de donde el venia y se sintió bien por primera vez en mucho tiempo.

            Con paso firme y decidido, como siempre entró en el banco y se dirigió a su despacho. Iba ya a abrir la puerta cuanto una mano fuerte lo sujeto por el hombro.

            -¿Dónde va usted? –preguntó una voz fuerte y enérgica, la del guardia de seguridad que desde unos centímetros mas arriba le miraba.

            -¿Dónde va  a ser? A mi despacho. ¿No me conoces, hombre?
           
            Durante un momento el guardia lo miró fijamente sin dar muestras evidentes de reconocerlo pero sin soltar la tenaza que lo sujetaba por el hombro.

            -¿A su despacho? –dijo mientras abría la puerta- Este no es su despacho –dijo mientras me señalaba a una  joven desconocida que se sentada en la mesa levanto la mirada de sus papeles curiosa.

            -¿Qué pasa Manuel? ¿Quién es ese señor y que hace en esta zona?
¿No sabe que ha pedir cita previa?

            -Seguramente el señor sufre algún tipo de trastorno. Ahora mismo le acompaño a la salida.

            Julián estaba atónito. No sabia que decir. Aquel era su despacho o lo había sido, sin duda. Reconocía los muebles, los cuadros de las paredes, vieja máquina de escribir sobre la mesita metálica, las estanterías con blocs de documentos…Aquel fue su despacho durante muchos años, seguro.

            Miró el calendario de sobremesa, estaba abierto por el mes de abril de 1979, antes de que sin violencia pero con firmeza, el agente de seguridad lo empujase hacia el corredor de salida. Atravesaron la zona de ventanillas de atención al publico y Julián buscó con la mirada la de los empleados que en ese momento estaban allí. Los reconoció a todos pero ninguno de ellos a él, ni cuando el les miraba fijamente buscando una respuesta amigable en sus miradas.

            Antes de llegar a la puerta se cruzaron con una bonita chica de veintitantos años, rubia: Elena. Y el corazón de Julián dio un vuelco. La miró fijamente y ella apenas respondió a su mirada. Le pareció que durante una fracción de segundo le lanzó una mirada de total indiferencia. El no podía comprender que estaba pasando hasta que al llegar a la puerta y verse reflejado en la cristalera.
Era el viejo de sesenta años que había vuelto desde el futuro, con sus arrugas y sus canas y con su mirada de hombre cansado.

            Había vuelto al pasado pero sin volver a ser joven. No se habían cumplido todas aquellas teorías de que al volver atrás volvías a como eras antes, no, había hecho un viaje en el tiempo pero cambiando el tiempo y no el.

            Descorazonado se sentó en uno de los bancos de la Diagonal y por un momento dejo la mirada perdida en el trafico. Durante un momento había vuelto a soñar, había sentido ilusión de nuevo, pero ese sueño se había acabado y debía regresar a su vida monótona de brillante empleado de banca.

            Sacó el móvil y la tarjeta del extraño taxista. Cuando iba a marcar se dio cuenta de que en la pantalla aparecía el mensaje de  “fuera de servicio”.  Delante había una cabina de teléfono, se levantó y entró en ella. Busco y sacó de su bolsillo una moneda de un euro. No cabía por la ranura de la maquina.
Cada vez mas enfadado consigo mismo se dirigió al bar que tenia enfrente, en la esquina y entró. Pidió que le dejaran llamar un momento por teléfono y marcó el número de móvil que había en la tarjeta y esperó el tono de llamada. Una voz grabada le respondió: “Telefónica le informa de que actualmente no existe una línea con esta numeración”.

De pronto se sintió muy viejo y cansado. Dejo caer el auricular y salió lentamente del bar. No tenía prisa. Faltaban treinta años para poder llamar a su taxi.



                                                                    Fransabas
                                                                    Enero de 2007









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